La historia que se cuenta por primera vez en estas líneas nació con el frenesí kirchnerista de 2015 y aún no se terminó de escribir. Se trata de la contratación bajo la urgencia política de billetes con el rostro de Eva Perón que debían hacerse en Retiro, pero se imprimieron a miles de kilómetros de aquí, costaron al menos un 30% más de lo previsto e iniciaron una disputa al interior del Estado que ya abarca tres gobiernos, según la documentación que recolectó LA NACION.
A principios de 2015, la Casa Rosada podía estar segura de dos cosas: el sucesor señalado por Cristina Kirchner tomaría la presidencia en diciembre y harían falta cada vez más billetes en la calle para cubrir la demanda de la gente.
Las proyecciones de la línea técnica del Banco Central (BCRA) anticipaban en el primer trimestre que la plata impresa no alcanzaría para cubrir las necesidades de fin de año y de enero próximos, época de aguinaldo y aprovisionamiento de efectivo para las vacaciones.
Las autoridades del Banco Central, a cargo de Alejandro Vanoli, habían comenzado a preparar el terreno para el cuarto mandato kirchnerista, algo que Mauricio Macri frustró. Como Cristina Kirchner rechazaba imprimir billetes más grandes porque asumía que convalidaban la suba de precios, la decisión era fácil: había que encender las imprentas para fabricar a toda velocidad una nueva tanda de papeles de $100, el más alto hasta ese momento. Sería una celebración política en los cajeros automáticos: desde 2012, el frente del papel llevaba la cara de Evita. Nada mejor para un triunfo peronista que un billete peronista.
En un punto impreciso entre marzo y junio se juntaron dos necesitados. El Banco Central le pidió a Casa de Moneda, bajo la conducción de Katya Daura, allegada a Amado Boudou y salpicada lateralmente por el escándalo Ciccone, un trabajo imposible: hacer 200 millones de billetes de Evita en tiempo récord.
La moneda era una creación dilecta de Daura. Los empleados del Banco Central aseguran que se enteraron por los medios de comunicación que la funcionaria le había sugerido esa idea a Cristina Kirchner, algo que tensionó el vínculo con la entidad monetaria.
La reconstrucción de los hechos que hizo LA NACION confirman que se trataba de una quimera a la que accedieron ambas partes por sus urgencias. El BCRA requería los papeles, cuya escasez ya había sido noticia en 2011 y Casa de Moneda, la plata.
La fábrica de hacer billetes, paradójicamente, estaba escasa de ellos. En la última gestión de Cristina Kirchner solo tuvo quebrantos: $63 millones en 2012, $165 millones en 2013, $227 millones en 2014 y $456 millones en 2015. El anticipo de un trabajo cercano a los 25 millones de dólares podía aliviar ese mal momento financiero.
El plan inicial duró poco. A medida que pasaban los días, aumentaban las sospechas del Banco Central sobre la capacidad de Casa de Moneda. Se impuso otra alternativa. La entidad monetaria llamó a una licitación internacional que alumbró una rareza: la impresión que debía hacerse en los talleres de Retiro o Don Torcuato quedó en manos de la empresa alemana Giesecke & Devrient (G&D). Por la premura argentina, debió hacer una planificación poco habitual y usar al mismo tiempo sus instalaciones en el este de Alemania, donde nació y tiene la imprenta central, y en un hípermoderno complejo en Malasia.
La empresa lleva hechos 135.000 millones de billetes en el planeta, entre los que se cuentan los euros. En el mercado la definen como "la Ciccone alemana, pero con mejor nombre", debido a su origen privado. Es una definición que también le cabe a su competidora francesa Oberthur, que se presentó a la compulsa y quedó afuera. Quienes siguieron el proceso sostienen que su oferta estaba hecha para perder.
Los alemanes no estaban entusiasmados con hacer el trabajo. Temían que competir contra el apuro argentino los llenara de multas, pero los convencieron. Era una emergencia para el país del que era proveedor de tintas, máquinas y papel.
El billete más caro
La necesidad de importar billetes dejó huellas. La firma alemana cobró el apuro y la escasa cantidad contratada con dinero. Cuatro fuentes sin contacto entre sí explicaron a LA NACION que G&D recibió unos US$125 por millar. El flete sumó otros U$S15, por lo que el valor puesto en Buenos Aires redondeó los US$140, algo que convierte a ese stock con la cara de Evita en uno de los papeles más caros de la historia. Es un tercio más que los US$105 por millar que Casa de Moneda cobró el año pasado por varios trabajos y está casi 67% por encima de los US$83,95 que figuran en el presupuesto del Banco Central por el polémico billete de $5000, si bien este último es más sencillo.
El entuerto kirchnerista derivó en un pleito entre macristas. Cuando los macristas Federico Sturzenegger y Marcelo Posse llegarón a la conducción del BCRA y de Casa de Moneda vieron las idas y vueltas y se hicieron reclamos recíprocos.
El llamado "gobierno de los CEOs" intentó resolver el asunto con una demanda, como lo harían en una empresa. Pero dado que eran parte del mismo equipo, evitaron los tribunales y le pidieron a la Procuración del Tesoro que definiera la disputa.
Un documento testimonia la pelea. "Tramita un reclamo interadministrativo iniciado por el Banco Central de la República Argentina contra la Sociedad del Estado Casa de Moneda (Casa de Moneda) por el cobro de la suma de $ 127.022.000 (ciento veintisiete millones veintidós mil pesos) con más intereses hasta el efectivo pago, por la diferencia que dice haber abonado a la empresa Giesecke & Devrient por la impresión de doscientos millones de billetes de $100 (cien pesos) a causa de un presunto incumplimiento del contrato de impresión de billetes por parte de la reclamada", sostiene una respuesta del organismo que conduce Carlos Zannini a un pedido de Acceso a la Información Pública hecho por LA NACION.
La última medida de ese expediente fue la respuesta del contador Mauricio Olijavetsky a las observaciones que el Banco Central le hizo a su informe pericial. Ocurrió el 8 de enero pasado y lleva la firma de Zannini, que estaba casi estrenando su nuevo rol al frente de la Procuración. Es decir, el entuerto kirchnerista que derivó en un pleito entre macristas será posiblemente resuelto por kirchneristas. Una muestra más de la circularidad política argentina.
La velocidad con la que se hizo el billete, además, fue en vano. Contra los pronósticos iniciales, Macri se impuso en las elecciones presidenciales y designó como titular del Banco Central a Sturzzeneger, con ideas distintas a las que aplicaba su antecesor Vanoli. No sólo intentó restringir la oferta monetaria, sino que inauguró una nueva familia de billetes de mayor denominación con figuras de animales. Es decir, más poder cancelatorio con menos papeles.
Cuando los primeros billetes extranjeros modelo 2015 llegaron por avión, el país era distinto. El resultado electoral había disipado el temor a una corrida bancaria, el mercado estaba lleno de confianza y rápidamente se instituyó el libre acceso al dólar. El billete que era urgente había comenzado a ser innecesario.
El papel de Evita fue otra vez tema de conversación en una reunión privada en el segundo piso del Banco Central, en 2017. Emisarios de G&D llegaron a la entidad monetaria para venderles un remanente a un precio más barato, algo habitual en estos procedimientos.
Los jefes del BCRA los entretuvieron con historia argentina. Le contaron sobre el peregrinar extremo del cuerpo de Eva tras su muerte, en julio de 1952, algo que compararon con el trajinar del billete en el extranjero. Al final, compraron lo que quedaba a un precio más barato.
Sin jamás sospecharlo, la gestión de Vanoli en el Central, expulsado hace poco de la ANSES, terminó ayudando a la conducción que designó ahora Alberto Fernández, liderada por Miguel Pesce. Con una emisión monetaria en aumento y la negativa, otra vez, a imprimir un billete de mayor denominación -el de $5000 se empezó a hacer, pero hace aproximadamente dos semanas se interrumpió sin justificación técnica-, son necesarios todos y cada uno de los papeles en stock. Así fue como los billetes de Evita que estuvieron guardados durante años salieron a la calle en los últimos días, algo que evidencia el fastidio de quienes operan con cajeros automáticos o cuentan dinero, que desde hace algunas semanas tienen más trabajo.
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