López, un fallo que dejó claro que un político preso no es un preso político
Jesús se iluminó una noche, miró a un convento vecino y se asustó. Llamó a la policía y, como pocas veces, la corrupción tuvo una imagen imposible de negar.
Jesús tiene apellido, Ojeda, y es el vecino que en la madrugada del 16 de junio de 2016 denunció que un hombre había ingresado con bolsos negros en el convento de General Rodríguez. El hombre temió aquella noche de invierno que le robaran sus pollos. El patrullero llegó y las imágenes de un hombre con un un arma y varios bolsos se convirtieron en el ícono de la corrupción en la obra pública criolla en el mundo.
José López fue condenado a seis años de prisión por tener esos bolsos repletos de millones de dólares y por intentar esconderlos bajo el hábito de unas monjas que confundieron dólares con comida y armas, quizá, con algún escobillón desvencijado. El problema, además del revoleo, es que nunca pudo justificar semejante cantidad de billetes. Enriquecimiento ilícito, como le llama el Código Penal al patrimonio de funcionarios que no condicen con sus ingresos en blanco. Corruptos, como se los llama en una mesa de un bar.
Pocos directores de ficción pudieron imaginar semejante escena de impunidad manifiesta. Tan aberrante fue ver al hombre que manejó una porción importante de la obra pública en tiempos de kirchnerismo que hasta Cristina se horrorizo. "Lo odié, cómo pocas veces odié en mi vida –dijo la expresidenta en plena campaña legislativa ante una pregunta del periodista Luis Novaresio–. Tuve una gran indignación y un gran enojo. Y luego me vino una sensación de tristeza y angustia. Pensé en todos los pibes que habíamos incorporado a la política: cómo se podían sentir con esa escena". Finalmente, la precandidata a vicepresidenta dijo una gran verdad: "Siempre que hubo un corrupto hubo un corruptor".
Debió haber sido un muy buen día para la senadora al ver que aquel entregador de bolsos que desató su odio era condenado por semejante escena. Y quizá todos los "pibes" que se incorporaron a la política también deberían haber festejado por la condena. Casi dos años después de aquellas palabras, al menos en redes sociales, no hubo demasiado festejo. Gran parte del arco político y de los constructores de obra pública le reprocha a López haber sido tan descuidado en el traslado pero nada dicen de su acumulación. Se comportó como un aprendiz y no como un profesional, le endilgan.
También la expresidenta empezó a tener otras respuestas. En otro juicio, el de los cuadernos, o el de las fotocopias como gusta llamarlo su espacio, ya hay centenares de pruebas no sólo de los corruptos sino de los corruptores. Tal como ella reclamaba en campaña. Fojas de confesiones, oficios, detalles de pagos y cruces de llamadas, entre otras evidencias, forman parte del expediente que detalla de dónde salían esos dólares que le cambiaron la ecuación económica a contratistas, exfuncionarios y a sus descendencias, que podrán disfrutar por décadas de los vueltos de la obra pública.
Pero desde aquel enojo a este cobijo discursivo de que la Argentina se ha vuelto a topar con "presos políticos" en una democracia ha pasado un abismo de tiempo y de cambios. La política argentina sabe y conoce a la perfección que funcionarios como el exsecretario de Obras Públicas han sido los cajeros del engranaje de los partidos. Los favores a intendentes o gobernadores se aceitaban con las autorizaciones de personajes como José López. Gran parte de las seducciones a los dirigentes se hicieron de la mano de los contratos para cortar cintas en la campaña y, de paso, juntar unos pesos para la campaña. El propio Néstor Kirchner, cuando dejó la presidencia en 2007, dedicaba gran parte de su tiempo a recibir a diario a intendentes y gobernadores ávidos de fondos para obras. José López ejecutaba las órdenes.
Ahora, aquel poderoso funcionario, está detenido, privado de la libertad en un lugar que nadie conoce. Ya no es "Lopecito", es un hombre abrumado por lo que hizo y ya reconoció. Sólo, con su nombre mancillado, con una condena y, además, inhabilitado de por vida para ejercer cargos en el Estado, el repartidor de obra pública aún es un peligro para la clase política. Fue condenado y lo será por otros casos de corrupción. Pero en la cofradía de los que lo disfrutaron en épocas de billetera desatada no hubo festejos. Más bien todo lo contrario, reproches y temor.
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