Qué hay que hacer para no volver a 2001
Hace unos días me conecté a una de las muchas charlas virtuales a las que asistimos en estos días de pandemia para escuchar a Domingo Cavallo en un evento organizado por la Fundación Mediterránea. Cavallo no sabía que yo estaba en la audiencia y me volvió a señalar como el principal culpable de la fenomenal crisis que heredó en 2002 el gobierno de Eduardo Duhalde, de quien fui ministro de la Producción, luego del final caótico de la convertibilidad que el propio Cavallo había creado una década antes.
Escuché a Cavallo con atención y respeto, como tiene que ser en democracia. Creo que el exministro es una persona inteligente, de convicción y compromiso, pero con quien tenemos visiones muy diferentes sobre la economía y sobre el país que tiene que ser Argentina.
Pero lo que más me llamó la atención es la fijación que mostró con aquel 2001/2002 en el que nos tocó antagonizar, como si no pudiese superar aquel momento que truncó su carrera política. Y me llevó a reflexionar sobre cómo nos cuesta a los argentinos entender nuestro pasado y ser mínimamente autocríticos para poder avanzar mejor hacia el futuro. Una y otra vez chocamos con la misma piedra y en lugar de moverla nos echamos culpa por ver quién se olvidó de sacarla.
Aquel período 2001/02 reinició a la política argentina. La gente pedía "que se vayan todos" y dirigía su bronca a la dirigencia en su conjunto. Recuerdo que cuando me convocaron con Duhalde para ser ministro, el expresidente Raúl Alfonsín me dijo que íbamos a enfrentar la peor crisis de la historia argentina con el menor poder político de la historia. Y me advirtió que las chances de éxito eran pocas y que, aun si lográbamos los objetivos, nos arrastraría la marea de la crisis política que se había generado. Así fue. Pero ni Duhalde ni Alfonsín dudaron en asumir costos políticos, tanto dentro como fuera de sus partidos, para trabajar juntos en la salida.
Este recuerdo no es solo añoranza sino como enseñanza para lo que viene. El país lleva dos años de recesión y, sobre mojado, llegó la tormenta de una pandemia global que sabemos cuándo y cómo empezó pero no cuándo ni cómo termina. La magnitud de crisis que viene no admite que gastemos ni un gramo de nuestra energía en discutir nada que no sea lo esencial: cómo volver a crecer en un mundo deprimido y con un horizonte incierto por delante. No hay tiempo que perder ni fuerzas que malgastar.
Por eso la experiencia de hace 20 años nos puede servir. Cuando la convertibilidad estalló se había llegado al límite, en gran medida por la incapacidad de construir acuerdos que nos alejaran de la crisis. El corralito de Cavallo fue el símbolo, pero habíamos pasado por el "blindaje" del FMI y el megacanje de la deuda, el recorte a las jubilaciones y el plan de "déficit cero". Luego vendría el default más grande de la historia del capitalismo, cuasimonedas que empapelaron todo el país, saqueos a supermercados, represión y ciudades enteras golpeando cacerolas. No había tiempo para buscar culpables. De haberlos buscado, habríamos encontrado tantos como para llenar la cancha de River. Pero teníamos que concentrarnos en la reconstrucción.
En aquel momento cumplió un papel clave el Diálogo Argentino, un ámbito de encuentro, prevención y contención de conflictos y formulación de propuestas llevado a cabo bajo el paraguas moral de la Iglesia y la colaboración del representante local del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). De esa mesa surgió, por ejemplo, la idea de institucionalizar el que hasta entonces era el Plan Jefas y Jefes de Hogar como ingreso universal para atender las necesidades más urgentes, una propuesta que años más tarde sería perfeccionada por la Asignación Universal por Hijo. Esa política se mantiene hoy, casi 20 años después, gracias al consenso de todas las fuerzas políticas.
Fallamos en no convertir a esa experiencia del diálogo en una gimnasia permanente que enriqueciera a nuestra cultura democrática: una vez que superamos la crisis lo dejamos de lado. Eso no nos puede volver a pasar. El camino difícil que viene en la nueva normalidad de pandemia o en la eventual pospandemia va a requerir acuerdos fundamentales y duraderos para un plan de salida que no deje a ningún argentino afuera. Tendremos que sostener a la demanda y también impulsar la oferta, para que la inversión y el agregado de valor sean el motor de la recuperación. El nuevo formato de ese diálogo puede ser el Consejo Económico y Social que impulsa el gobierno.
Una nueva generación de dirigentes que se criaron en democracia y que ya han sido electos a diferentes posiciones importantes por la sociedad, entre ellos Sergio Massa, Horacio Rodríguez Larreta, Máximo Kirchner, María Eugenia Vidal, Axel Kicillof, tendrán la responsabilidad de forjar y sobre todo implementar esos acuerdos para los próximos años. Es importante que lo hagamos sin esperar a que ocurra un trauma como el que nos tocó vivir hace dos décadas. Y luego sostenerlos, más allá de la natural disputa que protagonizarán por pertenecer a espacios políticos diferentes. A diferencia de lo que sentí al escuchar a Cavallo, ellos no deberán quedarse petrificados en disputas pasadas si quieren empujar al país hacia el futuro. Estoy seguro de que lo harán, y allí estaremos para acompañarlos.
* Presidente del Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE)
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