Momentos de decisión: cosecharemos lo que hoy sembramos
La lección principal es entender que todos somos peones en un juego cuyas fuerzas, en gran medida, somos incapaces de comprender". "Entendiendo esto, ¿no tendría mucho más sentido la economía si se basara en cómo las personas se comportan, en lugar de en cómo deben comportarse?".
Estas son dos grandes reflexiones de Dan Ariely quien, para mí, es uno de los mejores conferencistas entre los que me tocó escuchar. Es profesor de física y matemática y tiene un doctorado en psicología. Dan, en su adolescencia, sufrió un accidente con una bengala de magnesio que le provocó quemaduras de tercer grado en el 70% de su cuerpo. Con ese recuerdo abre su primer libro, diferenciando la realidad que vive el que decide y la realidad que vive quien recibe los efectos de esa decisión.
Con motivo de ese accidente, Ariely estuvo más de un año internado con su cuerpo mayormente vendado, escuchando a las enfermeras debatir cada dos noches la mejor forma de cambiarle las vendas. ¿Son mejores las curaciones largas y menos dolorosas o las curaciones rápidas y extremadamente dolorosas? O sea, el viejo dilema: ¿Shock o gradualismo?
Si le preguntara a usted, estimado lector, sobre cómo prefiere que le quiten una curita, elegiría: a) rápido de un tirón, ocasionando un dolor intenso pero breve; b) de forma lenta, con un dolor más soportable, pero a largo plazo. La mayoría elige la primera opción. Cuenta Ariely que así lo decidían las enfermeras sin poder él opinar y estando en desacuerdo.
Las enfermeras optaban por las curaciones rápidas, sufrían menos ellas cuando el episodio duraba poco que si optaban por las curaciones más lentas. Por supuesto que las enfermeras querían lo mejor para Dan, pero terminaban provocando lo contrario. Por esto, Ariely se propuso transmitir por el mundo su experiencia para demostrar, entre otras cosas, la aversión que queda después de un shock. Cuenta que el shock dura poco pero que nunca se supera. Si se le acercan a saludarlo de cerca, por acto reflejo se cubre la cara, porque todavía le produce un traumático recuerdo.
Quien alguna vez sufrió un asalto en un taxi difícilmente vuelva a disfrutar de un viaje.
Para mí, nuestra vida económica demuestra algo similar. "El Rodrigazo". "El que apuesta al dólar, pierde". "Les hablé con el corazón y me contestan con el bolsillo". "El que depositó dólares, recibirá dólares", "Pasaron cosas, pero ya pasamos lo peor..." Fueron solo exclamaciones de un momento, pero nos quedaron grabadas para siempre en nuestro accionar colectivo.
¿Quién no vive una suba del dólar con miedo a un corralito?
Basta con que un funcionario de turno diga que no se va a devaluar, para que salgamos como manada a comprar dólares, provocando una estampida en el valor.
Basta que un funcionario diga que se van a honrar los compromisos para que salgamos como manada a vender nuestros bonos, provocando una estampida en la suba del riesgo país.
Amigos lectores: vamos al grano, intentemos reflexionar sobre un par de decisiones que marcarán la forma en que viviremos los próximos años. Inevitablemente, tarde o temprano, cosecharemos lo que sembramos.
La Argentina se enfrenta a un escenario binario. Tiene que tomar una decisión trascendental para su futuro. Tiene que decidir qué va a sembrar y, por lo tanto, qué terminará cosechando. ¿Cuáles son las opciones?
1. Se apuesta por el sector privado, productivo, brindando herramientas para que los que producen e invierten en el país sean los protagonistas de la Argentina pospandemia, donde el Estado articula las políticas para hacerle más fácil la vida a los que se juegan la piel, aquellos que arriesgan su capital y esfuerzo para producir mejores productos y servicios a un mejor precio posible, pagando impuestos justos y con responsabilidad y solidaridad social. Y con un Estado que regula y audita para que no haya monopolios o ventajeros que se abusen del consumidor.
2. Se decide que el Estado es el gran protagonista, que todo pasa por él, la fijación de precios y de cantidades a producir, donde las libertades individuales quedan subordinados a un bien común, bajo la supervisión de un grupo de notables que saben cómo nadie qué es bueno y qué es malo para la ciudadanía.
Amigos, si la meritocracia proveniente del esfuerzo no es valorada, la respuesta será una mediocridad permanente.
La primera señal del camino elegido aparecerá en las próximas semanas, ya que se decide si se va a vivir en default, conviviendo de nuevo con fondos buitres, o si nuestro país elige el camino de una negociación amigable y de convivencia con inversores.
Entiendo que, tome el camino que tome, la Argentina no va tener crédito por un tiempo y eso hace que los incentivos del Estado para ser amigable sean bajos. Pero para el sector privado esta decisión es transcendental.
Si se elige el default por US$66.000 millones, que representan solo el 15% de deuda con respecto al PBI, el sector privado tampoco tendrá acceso al crédito externo. Hay US$16.000 millones de empresas argentinas con crédito externo en dólares. (YPF, Arcor, IRSA, Panamerican Energy, casas de electrodomésticos, bancos, etcétera). Si pierden la capacidad de refinanciación van a necesitar los dólares para cancelar compromisos, y el Banco Central no los tiene líquidos. ¿Qué va a pasar con el valor del dólar entonces? Si no pagan, no habrá crédito, y sin crédito no habrá inversiones suficientes para acelerar la producción y para que se genere trabajo.
Esto no será como en 2002, porque entonces el Estado representaba solo 25% del PBI y hoy ese índice es de casi 50%. Hoy se necesita el doble de impuestos para mantenerlo. Y la presión fiscal al sector privado es el doble.
En aquel entonces, no había inercia inflacionaria porque veníamos de 10 años sin inflación, y hoy llevamos más de 12 años conviviendo con ella y cada vez es más difícil eliminarla.
En este escenario, solo la emisión monetaria financiará el déficit fiscal. Y con alta inflación, la ayuda que da el Estado a los que menos tienen nunca alcanzaría, porque los precios de los alimentos escalarían más rápido. Con menos producción y más pesos, se licuará el ingreso del jubilado, el del empleado público y el de las asistencias universales. Con el tiempo se licuará el gasto público y se ordenarán las cuentas, pero con un costo social tremendo, como ya vivimos en 1975, 1982, 1989 y 2002. Esto sería shock. ¿Vale la pena hacerlo de nuevo?
Sería más productivo tomar un camino más lento, más gradual, menos doloroso y con la mirada en el largo plazo. No buscar la recuperación rápida sino la duradera, decidiendo correr una carrera a distancia y no a velocidad; o sea, un camino gradual.
Una idea básica: convivir con inversores y no con buitres, dando incentivos más allá de un cupón de interés a invertir en bonos argentinos. Como muy bien se hizo cuando nuestro Presidente era jefe de Gabinete, con el Boden 2012 y 2013. Por ejemplo, que los bonos producidos por el nuevo canje con ley argentina se puedan usar para comprar bienes de capital o para la construcción, o desarrollos inmobiliarios. Esto daría un incentivo para cambiar deuda por producción y para convertir ahorro en inversión productiva. Las empresas tomarían empleados en forma inclusiva y los tenedores de deuda tendrían un incentivo para financiar al país. También se debería poder cancelar deudas impositivas con bonos argentinos, si el Estado le debe al inversor y el inversor al fisco, es lógico que se compensen.
Ya que nadie va a viajar al exterior por un tiempo, también sería bueno fomentar con incentivos fiscales al turismo interno. Como marplatense, tengo muchas ganas de que se llenen sus playas. Y cada provincia se preparará para lo mismo. Trabajemos con protocolos para que sea fácil llegar y para que el turista tenga alguna ventaja. Por ejemplo, que pague la mitad del IVA y que las provincias no le cobren Ingresos Brutos.
Otra idea: favorecer a los comercios o empresas productivas que fueron obligadas a no abrir sus puertas por la cuarentena, exceptuándolos de pagar impuestos por la misma cantidad de tiempo que estuvieron cerradas.
Las cargas sociales por dar empleo en la Argentina son del 67%, mientras que en la región están al 30% promedio. ¿No sería mejor bajarlas a la mitad, para que sea más fácil dar empleo, y que esa mejora vaya al bolsillo del trabajador? Eso dinamizaría el consumo, mientras que si queda en manos de la burocracia, lo dudo.
Debería también impulsarse la ley de economía del conocimiento, es la industria que más capacidad de crecimiento tiene y emplea a mucha gente. Tenemos ventajas comparativas espectaculares que no aprovechamos. Esta pandemia sirvió para darnos cuenta de que somos emprendedores e innovadores, por las circunstancias volátiles en las que crecimos.
La educación debería ser la columna vertebral para impulsar una transformación. Ya no educa quien da información, sino quien motiva a aprender, quien motiva a cambiar.
Por eso prefiero elegir esta frase de Benjamín Franklin para cerrar la nota (siendo la cara del billete de US$100 tiene más valor que nunca su reflexión) "Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo".
El autor es licenciado en Administración con un posgrado en Finanzas. Gerente de Desarrollo de la Bolsa de Comercio de Bs. As., director del IAMC y director del laboratorio de finanzas de la UADE