Llegó la realidad y se produjo el fin de la ilusión
Las sociedades contemporáneas tienden, de manera creciente, a ser paliativas. Focalizadas en la búsqueda del bienestar como nuevo mantra de la época, procuran eludir el dolor. Se trata de disfrutar, reír, experimentar. La paleta emocional se acota a los sentimientos positivos. El shock visceral de 2020/2021 profundizó el arraigo de los valores posmodernos: carpe diem (goza el día)
En 2022 los argentinos se abrazaron fervorosamente a este patrón de conducta global bajo la consigna pospandémica “ahora quiero vivir, no me importa nada”. Entre el éxtasis celebratorio del Mundial de fútbol y el soleado verano lograron estirar esa estimulante vibración hasta que sucedió lo inevitable. Llegó la realidad y se produjo el fin de la ilusión.
Para prever la configuración de 2023 puede resultar útil trazar una analogía con un famoso concepto desarrollado por el historiador británico Eric Hobsbawm. Quien fue reconocido como uno de los grandes referentes globales en su materia definió el siglo XIX como un “siglo largo” que se extendió desde la Revolución Francesa, en 1789, hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial, en 1914, y al siglo XX como un “siglo corto”, que dio comienzo en la fatídica instancia bélica y concluyó con la caída del Muro de Berlín, en 1989. Apenas 77 años.
Respetando la lógica de su pensamiento, es decir, analizando la temporalidad según el devenir de los acontecimientos y no meramente según el calendario, podríamos decir que 2022 fue un “año largo” que comenzó el 21 de septiembre de 2021, cuando oficialmente se liberaron todas las actividades económicas anunciando el comienzo del fin de la pandemia, y que concluyó entre el 1º y el 2 de marzo de 2023, cuando se sucedieron, a modo de alarmas simultáneas, el masivo apagón y la violenta amenaza a Lionel Messi. Pocas cosas más simbólicas que quedar a oscuras, desconectados y con un riesgo manifiesto sobre el ídolo popular que les dio a los argentinos su mayor alegría colectiva en muchísimo tiempo.
El año que, según este razonamiento, acaba de comenzar, será entonces un “año corto”. En principio, concluiría cuando se defina el proceso electoral, en octubre o noviembre. Bien podemos bautizarlo “el año del efecto Cenicienta”. En marzo, “dan las doce y la carroza se transforma en calabaza”. Se acaba la magia y se rompe el hechizo. Lo que queda a la vista es nada menos que la inocultable verdad. Una progresiva degradación integral que va de la economía a la seguridad, pasando por la cultura y las expectativas. Los ciudadanos ya no hablan de una espiral descendente, como lo hacían hace algún tiempo, sino de un deterioro que ha roto límites y umbrales sin precedente.
Los dos significativos hechos que la semana pasada sacudieron a la sociedad argentina de su necesaria negación –poner la cabeza en otro lado fue un mecanismo de sanación– no prometen ser los únicos.
Realismo explícito
Mientras se focaliza la atención en cada gesto y en cada acto de la política procurando calmar infructuosamente una ansiedad que solo crecerá, al menos hasta las definiciones iniciales que recién llegarían en mayo, es en la economía donde podrían estar gestándose nuevas manifestaciones de realismo explícito. Convendría equilibrar el registro y el seguimiento de ambos campos, porque, si bien siempre se influencian mutuamente, esta vez lo hacen sobre un terreno extremadamente frágil. Los vasos comunicantes entre ellos tienen hoy tantas terminales hipersensibles que cualquier alteración en uno puede provocar una disrupción en el otro.
El tercer elemento que configura el sistema es, naturalmente, el humor social. Pensar la dinámica de los acontecimientos en abstracto, como si estuvieran hechos sin personas, es obviar un componente central y determinante en los flujos de sentido colectivo. A fin de cuentas, son los seres humanos los que, como ciudadanos y como consumidores, intervienen de manera consciente e inconsciente para intentar moldear, según sus deseos y expectativas, esa realidad que hoy juzgan opresiva, tóxica y desesperanzadora. Serán ellos los que compren, serán ellos los que voten. En definitiva, serán ellos los que elijan.
Saben, quizá como nunca antes, que esta vez será muy difícil arreglar las cosas y que llevará tiempo. No hace falta siquiera imaginar el futuro. Basta con enfrentarse cara a cara con el presente, ahora ya sin tantas chances de eludirlo. Cuando llegan las nuevas cuotas del colegio o hay que renovar el alquiler, se comprende abruptamente de qué se trata 100% de inflación interanual. Las cosas cuestan el doble que hace un año (con suerte). Punto, sin medias tintas, sin cuentas sofisticadas, sin porcentajes. El doble es el doble. Todos lo entienden. Ya se percibía en las compras cotidianas de alimentos, indumentaria o combustible, pero la gradualidad tiene cierto efecto anestésico. Se pierden las referencias de tal modo que resulta complejo hacer las cuentas. La síntesis es tan lineal como angustiante: “Sube todo, todo el tiempo”.
Números crueles
Los números ya empiezan a mostrar que las cosas están dejando de ser como eran. En 2022 la vocación por vivir la vida se cruzó con la aceleración inflacionaria. Muchos o pocos, “los pesos quemaban” y el consumo de corto plazo se transformó en la mejor manera de “irse de la realidad”. Ese deseo sigue estando y cruza del año largo al año corto, pero ahora comienza a encontrarse con la restricción como límite. “Los pesos queman” siempre y cuando los tengas.
En el primer trimestre del año pasado, las ventas de productos básicos –alimentos, bebidas, cosmética y limpieza– crecían 6,8% medidas en unidades comparadas con el año anterior. En el último trimestre de 2022 cayeron 1,6%. En enero de 2023, la contracción se repitió: -1,6%. En los autoservicios de barrio, la caída fue mucho más abrupta: -9%. Todo según los últimos datos de Scentia.
Si miramos la macroeconomía, el Indec reporta que a partir de septiembre de 2022 comenzó a frenarse la recuperación sostenida que traía luego de la brutal caída del 10% en 2020. En diciembre el registro negativo no fue solo al comparar contra el mes anterior, sino también al comparar contra el mismo mes del año anterior (-1,2%). El último REM (Reporte de Expectativas Mercado) que publica el Banco Central proyecta para este año 0% de crecimiento y 100% de inflación.
A todo esto, entre tantas otras variables que agudizan la incertidumbre y la complejidad, se suma la feroz sequía, cuyo riesgo inicial se calculaba en una pérdida potencial de ingresos que oscilaba entre 8000 y 10.000 millones de dólares y hoy tanto la Bolsa de Cereales de Rosario como CREA ven más cerca de los 20.000 millones de dólares. El escenario optimista sería de “solo” 15.000 millones de dólares.
El año que acaba de comenzar sí será “corto”, pero dada su intensidad podría parecernos “eterno”. Los restaurantes, los recitales, los teatros, los viajes y la cancha continuarán siendo tentadoras burbujas para evadir por un rato la realidad, aunque más pequeñas y espaciadas. En todo lo demás no habrá más remedio que enfrentarla. Una cosa es querer y otra, poder. Esa tensión signará el consumo de manera transversal.
Para las empresas, será un fastidioso y trabajoso “partido en la altura”. Allí donde “empatar es negocio”. Para los consumidores, una forzada elección permanente entre lo que mantienen, lo que modifican y lo que dejan. Para los ciudadanos, una irreductible convocatoria a definir su futuro. Quieran o no, deberán ocuparse de esta oscura realidad de la que huyeron para poder sobrevivir en el año “largo”. Ya no podrán escapar. En el año “corto” que recién se inicia, no les quedará otra que hacerse cargo. Deberán articular lucidez, templanza y sensatez no solo para atravesarlo, sino, sobre todo, para pensar bien a dónde quieren ir.
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