Lecciones y sugerencias del Nobel de Economía para la Argentina de hoy
Paul Romer lo recibió por su estudio sobre los efectos de la educación y la tecnología en el crecimiento, y William Nordhaus, por integrar el medioambiente al análisis macro
El otorgamiento del Premio Nobel de Economía 2018 a Paul Romer resalta el hecho de que el crecimiento económico de varios casos exitosos de países no es fruto de casualidades, sino de decisiones explícitas en capital humano e innovación tecnológica y de productos, un punto que hasta mediados de la década del 80 no estaba claro en la teoría macroeconómica de largo plazo por aquel entonces.
La contribución de Romer principalmente consiste en comprender mecanismos sobre cómo la inversión en educación y salud de calidad, en innovación en nuevas tecnologías o en nuevos productos constituye un motor clave del crecimiento del producto per cápita. La idea detrás es simplemente que esas decisiones incrementan la productividad de la mano de obra y del capital físico de la economía.
El trabajo pionero de Romer (cuyas principales publicaciones ya cumplen veinte años) ha tenido una enorme influencia posterior en temas derivados no trabajados directamente por el reciente galardonado, pero cuya influencia es notable. En particular, este tipo de literatura ha servido para desarrollar una más reciente literatura sobre innovación, crecimiento y desigualdad.
Esta literatura incorpora esta última dimensión, cuya interacción con el crecimiento macroeconómico es siempre objeto de preocupación contemporánea y de controversia en ámbitos de política. Sin aquellas primeras contribuciones de Romer hubiera sido más difícil sumar la dimensión de la desigualdad al análisis de los motores de crecimiento.
Toda esta línea de investigación debería dejarnos lecciones básicas para la discusión económica en nuestro país en nuestros días, que se suele focalizar en la coyuntura de corto plazo. Los trabajos de Romer y otros autores sucesivos nos muestran la importancia de comenzar a refocalizar parte de la discusión hacia otros conceptos y tipos de política, no solo para pensar en el largo plazo, sino también para que esa discusión nos lleve a un país económicamente más sostenible.
En particular, pensar muy seriamente los contenidos y la calidad de la educación pública es una de las claves para una mejora sustancial de la productividad de la mano de obra, lo que no solo importa para el crecimiento de largo plazo, sino también para reducir la desigualdad.
Otro punto esencial de discusión se relaciona con la incorporación de nuevas tecnologías y el grado de autonomía sobre su desarrollo dentro del país, en oposición a una mera importación de ellas. Evaluar su impacto macroeconómico como aquel sobre el sector más vulnerable es prioritario para lograr objetivos de un país económicamente más sostenible. Lamentablemente, la problemática de corto plazo no ha permitido dar mucho espacio a este tipo de discusiones que parecen más fundamentales. Esperamos que el legado de este Premio Nobel de Economía 2018 pueda revertir esa tendencia.
Por otro lado, aun cuando la especialidad denominada "economía ambiental" viene desarrollándose desde hace varias décadas a través del trabajo de distintos autores, ha sido William Nordhaus el pionero en integrar el análisis macroeconómico de largo plazo y el problema medioambiental. Sin dudas, este es uno de los problemas actuales más candentes a nivel global, y este galardón no hace más que llamar la atención sobre las posibles consecuencias económicas (ya no solamente sociales o puramente sanitarias) de este fenómeno.
Nordhaus originalmente incluyó, en el marco de análisis sobre crecimiento de largo plazo, un sector energético basado en recursos no renovables que también emite CO2, lo cual impacta negativamente en la productividad tanto de la mano de obra como del capital físico y otros recursos naturales.
Casi como un espejo negativo a los efectos puntualizados por Romer, este otro supuesto enfatiza el efecto negativo de la contaminación sobre el crecimiento de largo plazo. Las contribuciones de Nordhaus también incluyen estimaciones del daño que la contaminación produce en la productividad y el producto. Una de esas estimaciones arroja como resultado promedio que un mero incremento de 2,5 grados Celsius llevaría a una reducción del 0,48% del producto, una cifra nada despreciable.
Lo que Nordhaus produjo también ha generado una sucesión de otras contribuciones relacionadas más recientes, incluyendo políticas de impuestos que tiendan a reducir la contaminación y otras que incentivan la inversión en energías no contaminantes. Toda esta investigación reciente debiera constituir un fuerte punto de apoyo para que las discusiones de políticas sobre emisiones de CO2 tengan fundamentos científicos que reduzcan el margen de duda acerca de políticas efectivas que eviten tales efectos negativos sobre la macroeconomía global.
Por supuesto que también quedan varios desafíos por analizar con el mismo o superior nivel de rigor académico, como la cuestión de incentivos entre países soberanos a adoptar tal tipo de políticas. Sin embargo, el legado del trabajo de Nordhaus sin duda constituye una base fundamental para seguir realizando estudios tendientes al objetivo de un mejoramiento macroeconómico a nivel mundial.
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