Las oportunidades que se pierden también definen nuestro futuro
Lo que más molesta es que estamos perdiendo nuestra capacidad de reacción, porque la más drástica de todas las brechas es la educativa
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Cuenta la historia que un padre rico y trabajador, que había forjado su fortuna en base al sacrificio personal, cultivando sus campos a lo largo de muchos años con dedicación, tenía un único hijo irresponsable e inmaduro, que no hacía nada útil de su vida, y al que intentaba sin éxito encauzar en la buena senda. Con el transcurrir de los años se convenció de que sus esfuerzos en tal sentido habían sido totalmente inútiles, por lo que decidió darle una lección.
Pasado el tiempo y casi ya resignado, el padre miró a los ojos fijamente a su hijo y le dijo que estaba seguro de que a su muerte dilapidaría toda la fortuna en fiestas con falsos amigos y en gastos extravagantes. Y agregó:
–Quiero que cumplas, aunque sea por única vez, mi voluntad.
Hizo una larga pausa y prosiguió:
–Cuando hayas gastado hasta el último centavo y lo único que tengas sean deudas, quiero que te sientes solo en este sillón y leas este libro, hasta la última página.
El hijo lo miró absorto y sorprendido, pero ante la insistencia tenaz de su padre, finalmente le hizo el juramento, sabiendo íntimamente que no lo cumpliría de modo alguno. Al tiempo, el padre murió y, tal como lo había previsto, el hijo comenzó a malgastar la fortuna que tanto había costado generar a su padre. Cuando agotó hasta las últimas monedas y lo único que acumuló fueron pesadas deudas, cayó en una profunda depresión que lo postró en la cama durante varios días.
Sintiéndose un fracasado, consideró que no era merecedor de continuar viviendo y fue en ese momento que rememoró la antigua promesa que había realizado hacía algunos años y decidió cumplir con la voluntad de su padre.
Encontró el libro y, al leerlo detenidamente, por primera vez se sintió en comunión espiritual con su padre. Para su sorpresa, cuando llegó a la última página del libro encontró una nota en la que reconoció la letra de su padre: “Espero que hayas aprendido la lección y esta vez madures. En el segundo cajón del escritorio hay una cajita con la llave de una caja de seguridad a tu nombre, con una importante suma de dinero. Ahora tienes una nueva y última oportunidad, no la desperdicies”.
Como siempre, es un placer recibirlos en este espacio que presume ser un lugar de análisis e interpretación de variables económicas. Pero hace tiempo que se hace difícil escribir de oportunidades en este contexto. Soy de los que piensa que es mentira que “crisis es oportunidad”. Crisis es crisis y puede ser un punto bisagra solo para unos pocos que están preparados para esos momentos.
Es imprescindible que sean los empresarios, los productores, los desarrolladores y los trabajadores los protagonistas de la próxima etapa
Cuando uno invierte en un proyecto, en un bien o en un negocio, o en una máquina o en una propiedad, lo hace pensando en el futuro, en lo que se puede hacer o lograr de ahora en más. El pasado forma parte de los precios. Es por eso por lo que los activos argentinos valen tan poco, no por el presente, sino por la percepción de complejidad futura.
Seguramente se aproxima la aceleración de días difíciles para nuestro país y para nuestra gente, y será recién ahí donde tendremos la obligación de buscar cambiar para merecer otra oportunidad. Pero primero hay que darse cuenta de que el primer obstáculo para poder cambiar el rumbo no está en una medida económica, ni en un cambio de moneda, ni en un nuevo plan económico.
Lo que más duele no son los números de inflación, o el valor del dólar, o la suba de tasa, sino que lo que más molesta es que estamos perdiendo nuestra capacidad de reacción, porque la más drástica de todas las brechas es la educativa. Se da la paradoja que haya personas con muchas propuestas laborales y muchos más individuos sin ninguna capacidad de recibir propuestas. El 50% de los menores de 18 años serán los protagonistas del futuro y ya están fuera del sistema.
¿Sabían que apenas el 14% de la educación primaria argentina tiene jornada extendida, a pesar de que existe una ley?
¿Sabían que el 50% de las escuelas argentinas no tiene agua potable ni cloacas?
¿Sabían que el 43% de los alumnos del último año no tiene los conocimientos mínimos básicos (Pisa, 2019)?
¿Sabían que, según un informe presentado por el Observatorio Argentinos por la Educación, solo hay cuatro jurisdicciones en donde el 65% de los alumnos termina el secundario en tiempo y forma (Ciudad de Buenos Aires, Tierra del Fuego, La Rioja y La Pampa)? En el resto de las provincias apenas solo un poco más de la mitad del alumnado logra graduarse.
¿Sabían que en los sectores más pobres, más de seis de cada 10 estudiantes abandonan o repiten durante su trayectoria escolar?
Cada ocho minutos un alumno argentino repite o abandona la secundaria. La pobreza es más del doble entre quienes no pasaron del secundario. Claramente, el paso del tiempo agrava esta brecha educacional. ¿Vamos a quedarnos inmóviles esperando que ello pase? ¿Habrá otra oportunidad de dar vuelta este círculo vicioso?
Viviremos otro año en el cual la inflación estará muy por encima de las subas de salarios y de las rentabilidades de los empresarios. Vamos a tener otro año de una fuerte pérdida del poder adquisitivo. Esto va a traer mayor conflictividad social y, para colmo, nuestros dirigentes están potenciando nuestras diferencias. Esto nos va a llevar a replantear el camino. Como el padre de la historia de hoy, los que tenemos muchos años sabemos que esto no termina bien, pero sabemos también que desde ese lugar nacerá otra última oportunidad.
¿Qué pasaría si, como sociedad (referéndum si hace falta), nos pusiéramos de acuerdo en algunas cosas básicas?
1. Impuestos decrecientes para el que aumenta la producción o la inversión. Por ejemplo, si una empresa el último año exportó 10 y pagó de impuestos 4, ahora todo lo que produzca por encima de 10, que no pague tributo alguno por el excedente. El Estado no pierde recaudación y el empresario tiene un incentivo para aumentar la producción y tomar empleados y crecer en infraestructura, por ejemplo, crecer en inmuebles. Y que este acuerdo no pueda ser modificado por 20 años.
2. Desalentar la industria del juicio laboral, uno de los riesgos contingentes más grandes de una pyme, cambiando los incentivos a hacerlo y dándole más flexibilidad a la creación de empleos, donde la inversión en capacitación del personal sea desgravada impositivamente.
3. Si bien el sistema de ayuda social por los desacoples en la capacidad productiva de los que estuvieron más de 20 años sin trabajo va a tener que mantenerse, sí es posible cortar el círculo educando en oficios a sus hijos, a los menores de 18 años. Seguramente por el juego de la oferta y la demanda, en unos años quizás sobren programadores y asesores, pero falten especialistas en oficios de mano de obra intensiva, por ejemplo, construcción, plomería, gastronomía, tejedores, logística y transporte. Escuelas de oficio con salida laboral federal.
Es imprescindible que sean los empresarios, los productores, los desarrolladores y los trabajadores los protagonistas de la próxima etapa. Ellos, los que pagan la quincena con su dinero, con su riesgo, o ponen su tiempo y esfuerzo. Deben ser los generadores de una ley laboral acorde, porque son los últimos en querer fracasar y despedir personas a las que formaron y en quienes confían.
Y hay que acordar un sistema tributario lógico y no confiscatorio como es el de hoy, con esos protagonistas sentados en esa mesa de planificación y no con burócratas de escritorio.
La única manera de romper el círculo vicioso es con inversiones. Y los inversores, para comprometerse, tienen que confiar en los tres poderes: Ejecutivo, Legislativo (reglas permanentes) y Judicial (seguridad jurídica). Consensuar con los verdaderos protagonistas y no con los que dicen representar a los que hace mucho ya no representan.
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