Las expectativas económicas tocaron fondo
Para el sector privado, no sólo la palabra presidencial ha perdido toda credibilidad, sino que el mandatario tampoco puede dar garantías de las cartas que piensan jugar los otros participantes de su coalición
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Sólo faltan tres días para las elecciones y el Gobierno no ha logrado disipar los temores del empresariado sobre lo que va a suceder con la economía a partir del 15. Una cena en Olivos con cuatro CEO de multinacionales el martes a la noche poco cambia el panorama. Es un gesto más, entre tantos gestos espasmódicos que suele tener la administración Fernández, cuando siente –y la cotización del dólar se lo reafirma– que ha perdido por completo el favor de los inversores. Para el sector privado, no sólo la palabra del Presidente ha perdido toda credibilidad, sino que tampoco puede a esta altura él dar garantías de las cartas que piensan jugar los otros participantes de su misma coalición.
“La racionalidad y los números indican que el Gobierno no tiene margen para no cerrar con el Fondo Monetario Internacional (FMI) –dice uno de los empresarios que hace exactamente un mes almorzaba con Fernández en la Casa Rosada–. Pero también en el kirchnerismo hacen el análisis del costo político que tendrá el ajuste que pedirá el FMI. Y como nadie cree que el acuerdo modificará la situación económica, es algo que internamente están replanteándose. No sabemos qué postura va a ganar”, dijo, ya resignado, un hombre de negocios que siempre intentó conciliar entre el empresariado y el Gobierno.
Lo que para todos parece evidente es que difícilmente el Frente de Todos podrá en estos dos años mostrar una gestión cohesionada y coherente. Mucho menos, plantear un plan lo suficientemente profundo como para sacar a la Argentina de la crisis que se le avecina. Son demasiadas las contradicciones de los socios de la coalición. Así, mientras el ministro Martín Guzmán les aseguró esta semana a los comensales en Olivos que los controles de precios serán sólo temporarios, el secretario de Comercio, Roberto Feletti, se apresta a seguir avanzando con más controles.
Por lo pronto, en Comercio trabajan con la idea de sostener el “aceite barato” en las góndolas más allá de enero, y de agregar derivados como la mayonesa –entre otros– al mismo plan de precios congelados. Lo piensan hacer ampliando el fideicomiso, a través del cual, hoy las exportadoras de aceite de soja subsidian el precio de producto embotellado que se consume en el mercado local. Feletti convocó a la cámara que nuclea a las empresas, Ciara, para la semana que viene. Les planteará incorporar productos derivados de aceite y además les pedirá que el fideicomiso se amplíe a todo el mercado interno de aceites, por lo que aumentaría el subsidio de las 30.000 toneladas anuales actuales a 50.000 toneladas, para así poder llegar no sólo a grandes cadenas, sino a las góndolas de mayoristas y almacenes. Así, el aporte estimado mensual de las exportadoras ya no sería de US$190 millones, sino que debería aumentar a US$ 270 millones, tal como era en los tiempos de Guillermo Moreno, el ideólogo de este esquema de subsidio.
En las últimas horas se cruzaron frenéticas conferencias vía Zoom entre las empresas líderes, la mayoría de ellas multinacionales. En principio, porque muchas venían advirtiendo que el fideicomiso existente no iba a dar abasto ni si quiera para fondear el congelamiento de precios actual. Las cerealeras se ilusionaban de hecho con una revisión de las condiciones del fideicomiso a partir de enero, que es cuando vence. Ahora se ilusionan con que la macro obligue al Gobierno a una mayor racionalidad a partir del lunes. No son las promesas de Alberto lo que hace que el empresariado por momentos albergue alguna una mínima expectativa de cambio de rumbo económico, sino que son los desequilibrios macro –insostenibles– los que cumplen ese rol.
Feletti, por su parte, les confía a los suyos que, una vez que cumpla con los controles de las dos canastas de precios de alimentos y de medicamentos, se abocará a la “inflación importada”. En otras palabras, tiene el ojo puesto en el precio del maíz –”que tiene injerencia directa en el pollo”, explican en la Secretaría–, y en el del girasol, que impacta en el aceite. También apunta a la industria de la carne.
El plan a partir del 15
El problema es que la falla de origen de la coalición de gobierno ya anticipa que no habrá un giro copernicano en la política económica de corto plazo, sino que lo que vendrán serán parches de pragmatismo para poder garantizar la estabilidad de un modelo que acumula severos desequilibrios. Se aleja la idea de cambios profundos, al menos en el corto plazo, en el equipo económico. Y parece factible pensar que el Gobierno –pese a las desmentidas pre electorales del presidente de YPF, Pablo González– habilitará algún aumento de combustibles en el corto plazo, y buscará volver a acelerar la devaluación del peso para acompañar la inflación. También tendrían la intención de mostrar avances en la conversación con el FMI, una vez superada la elección. En el Banco Central, aspiran a ir tirando a medida que comiencen a ingresar los dólares de la cosecha de trigo. Luego, el empujón mayor –creen– vendrá con la de soja, ya más entrado 2022. “El año pasado, a esta misma altura del año decían que nos íbamos a quedar sin dólares, y no sucedió”, repiten, casi como un mantra en el Banco Central.
No está claro que el FMI vaya a tener tanta paciencia. En una entrevista que le hizo el periodista Juan Manuel Barca de Clarín a Sergio Chodos, representante de la Argentina ante el organismo multilateral, el funcionario afirmó que “con el FMI discutimos cómo aflojar los controles al dólar cuando la situación se normalice”. Quienes conocen la lógica del organismo aseguran que el FMI difícilmente acepte un nivel de brecha cambiaria como la actual, que supera el 100%. “El Fondo va a pedir cerrar la brecha. Va a decir: ‘sinceren todo antes de que entre yo’. Si no, el costo lo paga el FMI”, explican las fuentes.
Otra certeza entre los economistas es que los parches difícilmente alcancen para no volcar, considerando el largo camino que todavía resta hasta 2023. El que la macro argentina resista, aseguran analistas como Santiago López Alfaro, de Delphos, depende cada vez más del contexto internacional y del clima: que no se acelere la suba de tasas en el mundo –y caiga el precio de la soja– y que además no haya una sequía pronunciada.
Máximo Kirchner, que sigue sin confiar demasiado en Martín Guzmán, escuchó este diagnóstico hace poco de algunos economistas independientes. El líder de La Cámpora suele tener diálogo con varios de ellos, aunque se encuentren en las antípodas de su pensamiento. El diagnóstico es similar en todos los casos: es de esperar que la restricción de dólares siga o se profundice, que haya cada vez más pesos presionando y que la brecha cambiaria como mínimo se sostenga o crezca. La política, reacia por ahora a grandes cambios de rumbo, se va a terminar ordenando o por la realidad cambiaria o por la realidad social, vaticinan. Y es que los planes y programas como la asignación universal por hijo (AUH) se transformaron para muchos en un boomerang: no garantizan la paz social porque en términos reales la inflación se encarga de que poco alcancen.
Al igual que el FMI, los economistas que fueron sondeados por el Frente de Todos para participar de un eventual gabinete también esperan que antes la política haga el trabajo sucio. La economía tocó fondo y todo lo que viene en el corto plazo será costoso.
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