Las divisas sienten la onda expansiva del estímulo
La avalancha de estímulos planeada por varios bancos centrales tiene toda la apariencia de transformarse en una guerra global de divisas. Uno después de otro, los países que representan cerca de un tercio del producto económico del mundo, desde la zona euro a China y Australia pasando por Canadá, han puesto en marcha medidas que han depreciado el valor de sus monedas. Si se trata de una guerra, sin embargo, ha sido bastante civilizada.
Los bancos centrales de la mitad de los países que integran el Grupo de los 20 (G-20) de las mayores economías del mundo, tanto desarrolladas como emergentes, cuyas máximas autoridades económicas se reunirán esta semana en Estambul, han adoptado medidas de estímulo este año.
Sus decisiones, principalmente recortes de las tasas de interés y compras de activos, han repercutido en los mercados cambiarios al reducir el valor de algunas monedas y apreciar el de otras, en especial el dólar. Eso ayuda a los países que quieren estimular sus economías, pero perjudica a la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) y presenta retos a los expor-tadores de los países cuyas divisas se disparan, como es el caso de EE.UU., Suiza y Dinamarca.
"Existe un consenso cada vez mayor en el mercado de que se ha desatado una guerra de divisas de la que no se habla", escribieron David Woo y Vadim Iaralov, analistas de Bank of America Merrill Lynch, en un informe a sus clientes. Acotaron que la magnitud de los altibajos en los mercados de divisas este año ha alcanzado su cima sin una crisis de por medio en los últimos 20 años.
La expresión guerra de divisas evoca imágenes de países que tratan en forma deliberada de devaluar sus monedas y reducir sus importaciones a costa de sus vecinos. Se trata, por definición, de un juego de suma cero.
Lo que ocurre hoy en día es un poco distinto. En general, los bancos centrales no buscan alcanzar un tipo de cambio débil mediante, por ejemplo, la compra de monedas de otros países en los mercados como en el pasado. Están haciendo lo que creen es lo mejor para sus respectivas economías y, si las divisas se debilitan como resultado, bienvenido sea.
Con la posible excepción de Suiza, cuya economía puede sufrir el impacto de una brusca alza del franco luego de que el banco central eliminó inesperadamente su tope cambiario frente al euro en enero, aún no hay una lista clara de víctimas.
En realidad, esta versión de las guerras de divisas tiene un aspecto de suma positiva. Cuando un banco central flexibiliza, otros están obligados a seguir el ejemplo para contrarrestar la presión alcista sobre sus monedas.
Al contrario de lo acaecido en otras ocasiones, la oleada de políticas de crédito fácil de hoy no fue diseñada para combatir una crisis financiera, como ocurrió hace seis años. En lugar de ello, los bancos centrales luchan contra una inflación excesivamente baja y un crecimiento débil.
La actual seguidilla de políticas de flexibilización comenzó en Europa. El Banco Central Europeo (BCE) anunció en enero un programa de compra de activos, principalmente deuda soberana, que podría superar el billón de euros para el cuarto trimestre de 2016.
Suiza respondió en enero, incluso antes de que el plan del BCE fuese anunciado. Dinamarca, a su vez, redujo la tasa de interés de referencia cuatro veces en tres semanas. Suecia y Polonia podrían reducir las tasas en las próximas semanas, prevén los analistas, mientras que el banco central de la República Checa ha indicado su disposición a hacer lo que estime necesario para que su moneda siga débil frente al euro.
No es lo único. Las tasas de los depósitos que los bancos mantienen en el banco central son negativas, -0,75% en Suiza y Dinamarca. El BCE también tiene una tasa de depósitos negativa, de -0,2%, lo que significa que los bancos deben pagar para guardar sus fondos allí. "Estamos poniendo a prueba los límites", dice Ángel Ubide, del Instituto Peterson de Economía Internacional.
Tales políticas han reducido los rendimientos de la deuda a mínimos históricos e impulsado los mercados de acciones. La idea es que, en algún momento, estas políticas de estímulo apuntalen la demanda global. Aun así, hay dudas respecto a cuánto estímulo pueden los bancos centrales obtener de los mercados de activos.
Eso deja a los mercados de divisas como el primer canal de transmisión. En una era caracterizada por la debilidad del creci-miento global y de la inflación, los bancos centrales pueden implementar políticas enérgicas para debilitar sus monedas, como imprimir dinero o fijar tasas negativas, sin tener que preocuparse de las consecuencias inflacionarias.
Eso abarata las exportaciones de las economías sujetas a una política monetaria más expansiva. Aunque las recientes medidas de flexibilización monetaria no están dirigidas al mercado cambiario, "las políticas orientadas al mercado interno tienen un impacto en el tipo de cambio", reconoce Hung Tran, director gerente del Instituto de Finanzas Internacionales.
EE.UU. ya experimenta los efectos de un dólar más fuerte: el comercio restó un punto porcentual al crecimiento del cuarto tri-mestre. La economía estadounidense, no obstante, está creando empleos a un ritmo acelerado.
En momentos en que Europa sigue amenazada por un estancamiento y la turbulencia política en Grecia, y el crecimiento se desacelera en mercados emergentes como China, es probable que la presión sobre los bancos centrales siga siendo intensa.
—Tommy Stubbington contribuyó a este artículo.