Laberintos, espejos, big data y otros emergentes de la "economía borgeana"
A principios de los años 70, Herbert Simon era una eminencia académica reconocida en distintas áreas en las que fue precursor, como la de comportamiento, la de inteligencia artificial y hasta la de economía de la atención. Simon recibió por entonces una invitación a viajar a Buenos Aires por parte de la Sociedad Argentina de Organización Industrial (Sadoi) y puso una condición para aceptar el convite: conocer en persona a Jorge Luis Borges.
El encuentro tuvo lugar en la Biblioteca Nacional. Dos señores de más de 50 años, con traje oscuro y hablar pausado, conversaron sobre temas de enorme relevancia medio siglo más tarde: los alcances de la inteligencia artificial y la ciencia de datos, a pesar de que ninguno de los dos tenía una educación formal al respecto. A Simon le llamó la atención el grado de afinidad con la lógica y la matemática en Borges, quien durante la charla reconoció la influencia en su obra de la Introducción a la Filosofía Matemática, de Bertrand Russell. En una Buenos Aires conmocionada por los crímenes de Robledo Puch y que escuchaba los primeros discos de Pappo's Blues, la crónica de este encuentro de titanes apareció resumida en la revista Primera Plana. Simon obtuvo el Premio Turing (uno de los máximos reconocimientos en computación) en 1975 y el Nobel de Economía en 1979. Falleció en Pittsburg en 2001.
La historia de esta cita es una de las varias referencias a la economía que aparecen en Borges, big data y yo, el último libro de Walter Sosa Escudero, publicado semanas atrás por Siglo XXI para la colección Ciencia que ladra, que dirige Diego Golombek. Aunque dista de ser un ensayo sobre economía (el tema central es la obra borgeana), a Sosa Escudero le ocurrió algo parecido a lo que dice la canción Out of the ghetto, de Isaac Haynes: "Te saqué del gueto, pero no pude sacar al gueto de adentro tuyo". Lo cual explica por qué, en el collage de laberintos, brújulas, mapas, infinitos y algoritmos que es Borges, Big Data y Yo, aparecen "objetos" claramente económicos, como el gasto público, el desempleo o la Asignación Universal por Hijo, además de personajes claves de la profesión como Esther Duflo o Angus Deaton, o los vernáculos Rolf Mantel, Daniel Heymann o Julio Olivera, entre otros.
En la economía (y en otras disciplinas también) se da un fenómeno curioso: hay muchos exponentes con los mejores pergaminos, logros académicos y solidez técnica, pero que por distintos motivos no se las arreglan tan bien a la hora de contar historias. A veces piensan que simplificar temas complejos para la divulgación o los medios es rebajarse, temen la crítica de colegas o, simplemente, no están interesados comunicar sus ideas. En otro conjunto aparecen economistas que son brillantes contadores de historias y metáforas, empáticos en los medios, pero con pergaminos técnicos más dudosos.
Sosa Escudero, colaborador frecuente en Álter eco, es uno de esos casos raros y muy excepcionales que están en la intersección de ambos mundos. Fue elegido varios años mejor docente en Udesa y en la Universidad de Illinois, recibió los premios Konex y Houssay, es investigador del Conicet y publicó trabajos en el Journal of Econometric y Econometric Theory y expresidente de la AAEP. Y, además, tiene un perfil de divulgador exitoso: su penúltimo libro Big Data (el de tapa verde chillón) va por la sexta edición. En un año pésimo para la industria editorial se convirtió en un suceso de ventas en la categoría de no ficción con un tema a priori árido (la ciencia de datos).
En Borges, big data y yo retoma el mismo tono (y para no perder la costumbre, el color chillón de la tapa, esta vez naranja). La obra de Borges, el autor argentino que nunca ganó el Nobel (al igual que Kafka o Joyce) no tiene un portal definitivo de entrada sino una infinidad de ventanas, pasadizos y claraboyas de ingreso a un universo al que, una vez conocido, no se puede ni se quiere abandonar.
"Como pasa con el Hotel California en la canción de los Eagles", dice Sosa Escudero, que apela tanto a referencias de la economía como del rock clásico y del heavy metal de los cuales es fanático. En septiembre y octubre alternó el pulido del libro naranja con una crónica sobre el último trabajo de Metallica que le pidieron de la disquería Zivals.
Babel económica
Entre estas "claraboyas de entrada" el libro elige al cuento Funes el memorioso, un muchacho que puede recordarlo todo, y a quien reproducir los sucesos de un día le toma? ¡24 horas! Funes reniega de cualquier resumen, de la estadística y, si vamos al caso, de la ciencia. Funes no creería en ninguna encuesta, no aceptaría la medición del desempleo o la pobreza, no por "estigmatizantes" sino por improcedentes: para él, ninguna muestra es representativa a menos que se trate del todo. Las mediciones (el desempleo, el producto bruto interno, el dólar, etcétera) son el ABC de la economía diaria, y en ninguna de ellas creería Funes.
Las analogías entre este cuento clásico y la nueva economía de datos son tan potentes que llevaron a Stephen Stigler, profesor de Chicago, a afirmar que "Big data es Funes sin Estadísticas". La frase tuvo un impacto inmediato y causó un revuelo en la profesión, que Xiao Li Meng, director del Departamento de Estadística de Harvard, aprovechó para lanzar un nuevo curso titulado "Irineo Funes y Big Data".
La Biblioteca de Babel es otro cuento fundamental en las "Data-Borges". Trata sobre una biblioteca universal que contiene todos los libros, los que ya existen, los que se podrían escribir. El gran problema con la biblioteca de Borges es que el que busca, encuentra. Lo cual advierte que, en tiempos de big data, buscar sin premisas claras es una actividad peligrosa, máxime cuando no es posible distinguir causalidades de meras casualidades. Así, el libro muestra cómo los datos sugieren una correlación espuria entre el gasto público argentino y la audiencia de la serie The Big Bang Theory, encontrada por un algoritmo automático.
Otra perla de la Borgesnomics: en 2019 el premio Nobel fue otorgado a Esther Duflo, Abhijit Banerjee y Michael Kremer por su énfasis en apelar a métodos experimentales para enfrentar el problema de la pobreza, tal como lo hacen los agrónomos o los médicos. Un experimento es una forma de cotejar qué pasa en situaciones hipotéticas (asignamos fertilizante o no a una misma parcela). En El Jardín de Senderos que se Bifurcan, Borges plantea una situación en donde convivimos con nuestros contrafácticos, es decir, en donde existe una persona que estudió abogacía y la misma que estudió medicina. Un experimento no es otra cosa que buscar en el laberinto de Borges, por ejemplo, a una familia que recibió la AUH y exactamente a la misma familia pero en la circunstancia de no haberlo hecho, lo cual permite una comparación válida y, en consecuencia, la efectividad de la política.
Borges, Big data y Yo se lee en un par de tardes. Sirve tanto como una guía tentativa por el mundo borgeano para animar a quienes nunca se adentraron, como para impulsar a una "relectura" con otros ojos, algo que en el universo del autor argentino es más importante que la lectura en sí misma (de hecho, fue un punto de coincidencia en la conversación con el economista Herbert Simon). Como dice el crítico cultural Daniel Molina en una suerte de "Paradoja de Borges": "El problema con Borges es que, para leerlo, hay que haber leído a Borges".