La venta de Impsa: apogeo y caída de Pescarmona, uno de los industriales más importantes de la Argentina
El empresario fue un ícono de la industria; se especializó en soluciones energéticas para grandes obras, construía turbinas para centrales y llegó a armar una multinacional con filiales en todo el mundo
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Ya hacía años que Enrique Menotti Pescarmona había perdido en control de la compañía. Cuando los papeles, las firmas y las formalidades terminen, marcará la retirada final de uno de los empresarios más importantes de la vida argentina en las últimas décadas. “Menotti es nombre”, se encargaba de decir cada vez que podía. Y si bien ya era minoría en el directorio, desde 2018, el cambio de manos de Impsa (la estadounidense ARC Energy ya hizo una oferta para quedarse con la firma), la empresa metalúrgica que creó su abuelo en 1907 y que él condujo por 50 años, será el repliegue final de uno de los industriales más importantes que dio la Argentina en el siglo XX.
El paso al costado de Pescarmona fue el último capítulo de la finalización de un acuerdo con los acreedores que se dio hace seis años. Un pool de bancos se quedó con el 65% de las acciones de la compañía, que se especializó en construcción de soluciones para grandes obras energéticas.
Esta venta del paquete accionario constituyó un mojón más en un proceso que empezó en 2014, cuando la empresa declaró el default con un pasivo de alrededor de US$1100 millones.
En 2018, el grupo de acreedores, que encabezó el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco Nación y un fondo de inversiones de Chile, entre otros, se hizo con dos de tres directores y marcó la salida del poderoso empresario.
Aquel 2018 no fue un año fácil para él. A fines de agosto se convirtió en arrepentido en la causa Cuadernos después que se dispusiera la detención de Rodolfo Valenti, uno de los gerentes de la compañía y hombre de confianza del mendocino. En su declaración judicial, admitió que su empresa le pagó al Ministerio de Planificación Federal 2,98 millones de dólares en conceptos indebidos.
Aquella decisión de Pescarmona de entregar las acciones a los acreedores fue una suerte de intento de resurrección de la empresa después de tres años de default. En el ambiente industrial, los últimos pasos de Enrique respecto de la decisión de ceder el control fueron valorados como una fuerte determinación para que la compañía continúe, aunque no en sus manos. De hecho, podría haberla mandado a la quiebra y ver cómo se ejecutaban los activos. Pero prefirió perder el poder en la empresa que fundó su abuelo con tal de verla con las puertas abiertas.
A la hora de buscar las causas de la caída, en el entorno del empresario miran a América Latina. No le fue bien en su excursión regional al grupo Pescarmona. Vendió soluciones energéticas a Venezuela y construyó en Brasil. Pero, por diferentes motivos, ninguno de los dos países pagó. Semejante problema de cobranzas, al que se sumaron la coyuntura argentina y la baja participación de Impsa (Industrias Metalúrgicas Pescarmona SA) en la obra pública local fue demasiado para la empresa.
La principal proveedora de turbinas y soluciones energéticas de la Argentina entró en cesación de pagos en 2014. Entonces, envió un comunicado a la Comisión Nacional de Valores (CNV) en el que reconoció que no podría hacer frente a un pago de intereses previsto por $42 millones y US$23 millones.
Entre las dificultades más significativas que tuvo entonces, se encuentran una deuda que el gobierno de Venezuela generó con Impsa por la central de Tocoma. En Brasil, dicen cerca del empresario, jamás pudo competir con las bondades que ofrecía Odebrecht a la hora de ganar obras.
“Es una de las víctimas indirectas de esa manera de competir que ahora deja presos por toda América Latina”, dice una fuente cercana a la compañía. Siempre se quejó mucho del apoyo de los Estados que solían tener algunas corporaciones cuando salían al mundo. Él reclamó lo mismo y jamás lo consiguió. La expansión en Brasil fue el principio del fin. Ahí le exigieron socios locales. Contaba que eso le restó competitividad.
En los contratos internacionales, Alstom y Vestas trabajaron con costos cercanos al dumping y perdió los primeros parques eólicos. Siempre se lo escuchaba hablar sobre la diferencia de respaldo que le daban sus respectivos estados a esas empresas.
En la Argentina, Pescarmona ganó en 2010 la primera licitación para la construcción de las represas Cóndor Cliff y La Barrancosa. Debían aportar financiamiento y terminarlas en seis años. No pasó ni una cosa ni la otra. El financiamiento se cayó y jamás se inició el proyecto.
Fallecido el expresidente Néstor Kirchner, llegó el momento de los homenajes. Se anuló la licitación, se le cambió el nombre por Néstor Kirchner y Jorge Cepernic, y surgió un nuevo ganador: Electroingeniería y sus socios chinos, los actuales constructores. Impsa quedó absolutamente marginada.
Fue el último proyecto grande que ganó Pescarmona en la Argentina, una obra que jamás pudo iniciar. La empresa creció de la mano de las grandes obras públicas. Su relación con el Estado siempre fue estrecha, aunque durante el kirchnerismo, con la falta de financiamiento de la Argentina, perdió la pulseada con los brasileños, que usaban el banco de fomento Bndes, y con los chinos, que llegaron con empresas, construcción y plata. De hecho, en su declaración como arrepentido dijo que lo marginaron de las licitaciones y que no pudo seguir haciendo negocios en la Argentina, mientras que sus filiales se expandían en el resto del mundo.
Con plantas en Mendoza, Brasil y Malasia, Impsa fue una de las primeras multinacionales argentinas. A fines de los 90 tuvo especial inserción en Asia, continente al que atendió desde Kuala Lumpur, capital de Malasia. En este país del sudeste asiático fue líder y llegó a facturar los US$600 millones anuales, con contratos en Malasia, China, Taiwán y Filipinas.
Siempre fue un hombre visceral y así toma las decisiones. En el caso de Impsat, la compañía satelital del grupo, por ejemplo, dejó pasar una oferta millonaria y la terminó vendiendo por poco dinero. Esa empresa hubiera cambiado el destino del grupo. Pero no pudo ser. En su entorno siempre relatan una de las situaciones que marca el empresario. En 1985 lo secuestraron. Entonces, cuando fue rescatado, regresó con 30 kilos menos y nunca jamás los recuperó. “Siempre le agradezco a los secuestradores que me hicieron bajar de peso”, repetía.
Desde 2018, Pescarmona ya mira con ojos de minoría lo que sucede en la empresa que creó su abuelo. La mayoría de las acciones cambiarán una vez más de manos. Se cierra, entonces, un capítulo más del impresionante camino de uno de los grupos empresarios mendocinos más importantes de la historia.
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