Se puede estimar que en esa época los emigrantes fueron, en promedio, unos 160 por día; esto ha llevado a algunos a advertir que la actual ola de emigración no tiene precedentes.
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Era febrero de 2002, y el país sudamericano atravesaba la peor crisis económica, política y social de su historia reciente. El presidente -el quinto en menos de dos semanas- había ordenado que se “pesificaran” los depósitos en dólares, provocando una repentina devaluación que, en un instante, borró tres cuartos del valor de los ahorros de millones de personas.
Decenas de miles de argentinos dejaron el país durante la llamada “crisis de 2001″. Muchos, como los padres de Anat, habían perdido su trabajo, o tuvieron que cerrar sus comercios, y decidieron empezar de nuevo en otro lado.
Cuando la Argentina logró recuperarse económicamente unos años más tarde, y se estabilizó políticamente, algunos de los emigrantes comenzaron a volver. Fue el caso de Anat, que se mudó de nuevo a Argentina en 2011, con 29 años, y hoy vive en las afueras de Buenos Aires con su marido e hijo.
Aunque su país está sumido en una nueva crisis económica, con una inflación anual que supera el 50%, y una de las monedas más devaluadas del mundo, ella asegura que no se arrepiente de haber vuelto, y dice que, mientras siga teniendo trabajo, piensa quedarse en el país
No obstante, señala a BBC Mundo, en los últimos tiempos viene observando una tendencia que le trae muchos recuerdos de lo que vivió hace dos décadas. “Tengo varios amigos y conocidos que se están yendo”, relata. “Algunos ya se fueron, otros planean irse este año”. Anat no tiene dudas de que el país está atravesando una nueva gran ola emigratoria, un fenómeno que muchos medios locales han apodado un “éxodo”.
Cuántos son
BBC Mundo consultó a la Dirección Nacional de Migraciones de Argentina (DNM) sobre el número de emigrantes, pero un vocero del organismo explicó que no podrían brindar esa cifra.
El portavoz señaló que el motivo era “proteger los datos personales” de los viajeros tras presuntos ingresos irregulares a la base de datos de Migraciones durante la gestión anterior, que aún se investigan.
Sin embargo, el sitio de noticias A24 publicó en octubre pasado estadísticas que obtuvo de la DNM a través de un pedido de acceso a la información pública, que indican que entre septiembre de 2020 y junio de 2021 casi 60.000 personas emigraron. Eso equivale a unos 200 emigrantes por día.
La cifra corresponde a las personas que pusieron “mudanza” como motivo de viaje en su declaración jurada, previo a dejar el país. No obstante, expertos señalan que el número de emigrantes podría ser mucho mayor, ya que no todos los que planean irse de forma definitiva lo reconocen en sus documentos de viaje.
“No solamente se van los que declaran mudanza; hay otros que declaran viajar por turismo o estudios, pero que también pueden ser emigrantes”, advirtió a A24 el director del Instituto de Políticas de Migraciones y Asilo (IPMA), Leilo Mármora.
Fueron más de 445.000 los argentinos que viajaron por “turismo” durante esos 10 meses, y casi 15.000 lo hicieron por “estudio”. Otros 180.000 declararon “residencia” como motivo de su viaje, mientras que más de 142.000 dijeron que se iban por “trabajo”.
Un cuarto de los que reconocieron que se estaban mudando de país viajaron a España, según información que la DNM pudo compartir con este medio. Los siguientes destinos más populares fueron países limítrofes, como Paraguay, Brasil, Chile y Uruguay. El 5% se mudó a Estados Unidos.
No es fácil trazar comparaciones con la emigración de 2001, ya que en esa época no existían las declaraciones juradas indicando el motivo del viaje. Además, la población general era más chica. Pero, a modo de referencia, podría tomarse un trabajo publicado en 2003 por el sociólogo Fernando Esteban, que estimó que entre 2000 y 2001 “abandonaron el país 118.087 argentinos”.
Tomando eso como parámetro, se puede estimar que en esa época los emigrantes fueron, en promedio, unos 160 por día. Esto ha llevado a algunos a advertir que la actual ola de emigración no tiene precedentes.
Quiénes se van
Más allá de los números, lo que destacan muchos medios es que el actual fenómeno migratorio está protagonizado por jóvenes profesionales, muchos de ellos altamente calificados, lo que significa una importante pérdida para Argentina.
Esto difiere de lo que pasó en 2001, cuando la emigración era mucho más heterogénea, tanto desde el punto de vista etario como profesional, e incluso socioeconómico.
Otra diferencia es que, hace dos décadas, muchos se fueron con lo poco que tenían -un gran número había perdido la mayor parte de sus ahorros en el llamado “corralito” financiero-.
Ahora, en cambio, los emigrados parecen estar viajando mucho mejor preparados, tanto logística como económicamente.
Es algo que notó Anat.
“Lo que se ve ahora está muy alejado del contexto que se vivió en 2001″, señala. “El que se va hoy se va distinto. Tiene tiempo de planear. No se está escapando para poder darle de comer a los hijos”.
De hecho, resalta que todos sus amigos que se fueron o planean irse tienen o tenían una buena posición económica en Argentina.
Es el caso, por ejemplo, de su amiga Daniela Mansbach, una ingeniera de 38 años que se mudó a España en julio de 2021 con su marido y sus dos hijos pequeños.
“Nosotros económicamente allá estábamos bien”, reconoce Daniela a BBC Mundo desde Madrid.
“Teníamos la vida que queríamos. Yo incluso había dejado de trabajar durante la pandemia para ocuparme de mi hija, que tenía tres meses”, señala.
“Ahí económicamente podía no trabajar. Acá no es una opción”, resalta, sobre su nueva vida en la capital española.
Aunque tiene documentos europeos, gracias a su ascendencia alemana, sabe que conseguir trabajo allí no será fácil.
“Vendimos nuestra casa en Argentina y vinimos dispuestos a vivir de ahorros por un tiempo”, dice.
¿Por qué todo este sacrificio si tenían una buena vida en Buenos Aires?
“Nos vinimos por nuestros hijos”, explica.
“El año pasado escuchamos que el 54% de los menores de 14 años son pobres en Argentina. Aplicando las tasas de natalidad, se espera que en 30 años el 80% sea pobre, si las cosas no cambian”, señaló.
“No queremos vivir así y no queremos que nuestros hijos vivan así a futuro”.
Otro factor que los influenció, cuenta, fue la decisión del gobierno nacional de cerrar las escuelas por cerca de un año y medio durante la pandemia de coronavirus, algo que afectó a cientos de miles de niños de hogares humildes que no tuvieron las posibilidades de continuar su educación de manera virtual.
“¿Cómo se va a recuperar el tiempo que no hubo clases? Es una situación que a futuro va a tener consecuencias muy graves para el país”, afirmó.
Daniela cuenta que en el barrio donde viven en las afueras de Madrid hay muchas familias de argentinos recién llegados, como la suya, con niños pequeños.
“No te explico con la cantidad de gente que nos estamos relacionando que llegó un mes antes o un mes después que nosotros, que también se vinieron con sus ahorros, dispuestos a gastárselos hasta establecerse”.
Dice que la mayoría tiene ciudadanía europea, y algunos empezaron a buscar trabajo en España antes de mudarse. Otros llegaron dispuestos a arrancar su propio emprendimiento.
Todos comparten su pesimismo sobre su país de origen.
“Perdimos totalmente las esperanzas de que algo pueda cambiar en Argentina”, lamenta.
“No tenemos futuro”
Esa desesperanza es algo que transmiten muchos de los que eligen irse. Pero en el caso de los más jóvenes, a la preocupación sobre su futuro se le suma el hartazgo sobre su presente.
“Hace muchos años que venía escuchando que el país está cada vez peor: la inflación, el dólar que se disparó. Mis padres estaban estresados, mis abuelos estaban estresados”, cuenta Alexis Lewin, de 26 años, que vivía con su familia en Buenos Aires.
“Todos me decían que cuando eran más jóvenes las cosas no eran así. Aparte de escucharlos lo iba viviendo”, señala el joven, que es licenciado en dirección de negocios globales.
A pesar de que tenía un buen trabajo en una empresa de renombre, afirma que el sueldo no le alcanzaba para alquilar su propio departamento o hacer viajes al exterior. “No veía luz al final del túnel, no veía posibilidades de vivir solo. Con mi pareja nos íbamos a tener que matar para pagar el alquiler, ni hablar de tener hijos...”, le contó a BBC Mundo.
“Me levantaba todos los días y decía: ¿para qué? ¿Para qué sigo acá si mi meta es disfrutar de la vida?”. “Me juntaba con mis compañeros de secundaria y de facultad y estábamos todos en la misma: nos encanta Argentina, amamos el país, amamos la gente y el grupo de amigos que creamos, pero no tenemos futuro”.
Fue eso lo que lo impulsó, en abril pasado, a aprovechar las muchas facilidades que otorga el Estado israelí a los judíos que quieren mudarse allí. Cuando llegó al aeropuerto para abordar su vuelo a Tel Aviv se encontró con un gran número de jóvenes de veintitantos años, como él, dispuestos a realizar la misma aventura.
Emigrar fue mucho más duro de lo que pensó, confiesa. Tuvo que aprender hebreo y -como ocurre con muchos recién llegados en todo el mundo-, el primer trabajo que consiguió estuvo lejos de ser ideal para un graduado universitario.
“Trabajé en un call center. Lo pasé pésimo”, reconoce. “Muchos de mis compañeros argentinos trabajaron de mozos, o limpiando habitaciones. Paseando perros también”.
No obstante, destaca que tres meses después de haber concluido sus estudios de hebreo consiguió empleo en una empresa de high tech israelí. “Tuve mucha suerte. Es un lujo. El sueldo es buenísimo, las condiciones también”, señala orgulloso. “Israel te da muchas oportunidades”, afirma. “En Argentina era todo sobrevivir. Era muy frustrante. La única salida era ir al aeropuerto, tomarte un avión e irte a otro país a vivir”.
“Una buena vejez”
Algo similar expresa Camila Levin, una productora teatral argentina de 28 años, que también tiene pasajes comprados para mudarse a Israel en mayo. “Acá es laburar, laburar, laburar y que no alcance”, dice a BBC Mundo.
“No me estoy yendo feliz de la vida, me duele mucho tener que irme”, confiesa. “Tengo una historia acá, mis amigos están acá. Pero no tengo una posibilidad real de desarrollarme”. A diferencia de Alexis, Camila no emigrará sola. Se irá con sus padres, ambos psiquiatras, con quienes convive en el barrio porteño de Belgrano (“hoy no puedo pagarme un alquiler sola, es una de las razones por las que elijo irme”, cuenta). “Mis padres también se quieren ir porque sienten que no van a tener una buena vejez acá”, señala.
“Por más que amen su profesión, en algún momento se quieren retirar, como cualquier persona, pero acá se van a tener que morir trabajando para poder subsistir”.
Camila cita otro motivo para querer irse, además del económico: la inseguridad. “En 2019 me asaltaron con una pistola en plena calle, antes de eso me robaron el celular”, cuenta.
Dice que este tipo de violencia le preocupa mucho más que el que puede llegar a experimentar en Israel, que tiene uno de los conflictos armados más prolongados del mundo. “Tengo más chances de que me maten en las calles de Buenos Aires por un celular a que me caiga un misil en la cabeza en Israel”, asegura.
La inseguridad es algo que mencionan todos los entrevistados. Patricia -quien no quiso dar su nombre verdadero porque aún atiende a pacientes en Argentina de forma virtual- es una psicóloga de 34 años que viajó a Europa en mayo de 2021 “por amor”. Aunque su pareja no prosperó, ella decidió quedarse a probar suerte en Barcelona, donde actualmente reside.
“Hay cosas que me cambiaron muchísimo la cabeza”, cuenta. “Ya no me doy vuelta cuando alguien viene corriendo al lado mío porque tengo miedo de que me va a robar. En Argentina lo tenía muy naturalizado”.
Otra cosa que resaltan ella, Alexis y Daniela es que afuera pueden armar un presupuesto. “Acá las cosas no aumentan”, observa Patricia, quien venía acostumbrada a convivir con precios que incrementaban cerca del 4% cada mes en su país. “Tenemos previsibilidad, sabés cuánto ganás y cuánto gastás y eso te baja mucho el estrés”, coincide Daniela, quien disfruta de poder “ir al supermercado cuando quiero, y no solo los días que hay descuentos con mi tarjeta de crédito, como en Argentina”.
“Acá la plata alcanza”, comenta por su parte Alexis, quien siente “tranquilidad” de saber que “el queso cuesta tanto y el pollo tanto, y en dos meses valdrá lo mismo”.
Todos estos motivos explican por qué diversas encuestas publicadas en los medios locales muestran que un gran número de jóvenes -más de la mitad, en todos los sondeos- elegiría irse de Argentina si pudiera.
Sin embargo, quienes se fueron reconocen que emigrar no es fácil, y que extrañan muchas cosas de su país. “Aunque no volvería en este momento, hay algo que se ‘romantiza’ del estar afuera... es muy difícil el desarraigo, no entender cosas por más que sea el mismo idioma, un montón de cosas”, dice Patricia. “Cuando contás que estás en Europa la gente en Argentina te dice: ‘¡Qué lindo!’. Sí, es lindo, pero es difícil”.
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