La trampa de los tres objetivos incompatibles
El Gobierno enfrenta sus múltiples y cada vez más evidentes contradicciones de política económica tratando de resolver un trilema imposible.
Me explico. La conducción económica anhela tres objetivos bien concretos: estabilizar las reservas o hacerlas crecer; mantener controlado el tipo de cambio evitando el impacto distributivo de una devaluación, y liberar el cepo cambiario, el ingrediente más tóxico de la política económica.
Pero las políticas destructivas a la producción que el oficialismo sigue profundizando -por ejemplo, con la reciente sanción de la ley de (des)abastecimiento-, y cuyo único resultado fue una baja en la actividad económica y en las exportaciones, obligan al Gobierno a sacrificar, inexorablemente, al menos uno de estos objetivos.
Si quiere preservar las reservas y mantener estable el tipo de cambio, el resultado será una mayor caída de las exportaciones por el atraso cambiario, lo que obligará al Gobierno a seguir apretando el cepo. Si quiere liberar el cepo manteniendo estable el tipo de cambio, sólo lo podrá hacer a costa de perder reservas. Si quiere preservar las reservas y liberar el cepo, no tiene más remedio que dejar ir el tipo de cambio.
En los últimos cinco años, el gobierno nacional se ha debatido sobre cómo priorizar entre estos tres objetivos. Hasta 2011, cuando todavía quedaba resto en la recuperación de la economía, las exportaciones y las reservas crecían con un mercado cambiario libre. Pero hacia fines de 2011, la intervención masiva del Gobierno en los mercados, el creciente costo fiscal y el atraso cambiario minaron la competitividad argentina y estancaron las exportaciones.
Enfrentado con esa realidad, el Gobierno eligió apelar al cepo. Así sentía que preservaba las reservas y lograba sostener el tipo de cambio. Pero el resultado del nacimiento del cepo fue una inmediata recesión. En 2012 la economía cayó 0,4 por ciento según el IGA (Índice General de Actividad) de Orlando Ferreres. En el segundo trimestre de 2012,cuando el cepo empezó a hacerse sentir, el derrumbe en el nivel de actividad fue de 5 por ciento.
Ante este panorama, en 2013, de cara a las elecciones, el Gobierno cambió el rumbo. Liberó el cepo al tiempo que mantuvo la estabilidad cambiaria. Pero como las exportaciones seguían en caída, el resultado fue una pérdida de reservas (cayeron de 43.290 millones de dólares a 30.599 durante el año). La contraparte de la relajación de la restricción externa fue una recuperación de la economía, que creció 3,3 por ciento según Ferreres y 2,9 por ciento según el PBI Congreso. Con la llegada de Juan Carlos Fábrega al Banco Central, el foco se puso nuevamente en las reservas, y no queriéndose apretar más el cepo, lo que se eligió fue la devaluación (23 por ciento en enero de 2014).
Pero desde entonces, el Gobierno optó nuevamente por volver a la estrategia inicial: apretar el cepo como mecanismo para preservar las reservas y la estabilidad cambiaria. Una vez más, el efecto es una fuerte recesión, ya que la economía viene cayendo 1,1 por ciento interanual en el primer semestre, según los datos del IGA, pero con una caída interanual registrada al mes de agosto, de 4,5 por ciento. La industria, donde el cepo se hace sentir con mayor intensidad, muestra una caída de 3,3 por ciento en el año, según el IPI (Índice de Producción Industrial) de Ferreres, pero de 6,1 por ciento en agosto.
El reciente reemplazo de Juan Carlos Fábrega por Alejandro Vanoli presagia que esta estrategia de mayores controles se profundizará. Es que el Gobierno elige este camino cuando necesita más que nunca al Banco Central. Ya le pidió 73.300 millones en el año para financiar su déficit creciente, pero todavía necesita pedirle 110.000 millones más en los próximos tres meses. Vanoli enfrenta dos opciones para cumplir con este pedido. O emite billetes por esa cantidad, aumentando la inflación, la brecha, y precipitando una devaluación, o los obtiene forzando a los bancos a prestárselos vía encajes, preparando el camino para una crisis financiera en el mediano plazo.
¿Cómo se sale de la trampa? Logrando que en la Argentina se pueda -ya no es cuestión de querer- producir. Esto requiere que la política se dedique a pensar cómo gestionar mejor el Estado y no a pensar cómo gestionar mejor las empresas. Porque el Gobierno, al dedicarse a lo que no tiene que hacer, y no ocupándose de lo que sí debería hacer, termina imponiéndole a la producción un costo fiscal desmedido, genera costos de financiamiento imposibles de cubrir y sustrae toda la energía de producción desviándola al arduo trabajo de atajar penales y llenar formularios. Lamentablemente, a estas alturas de las circunstancias, no se visualiza que esto vaya a cambiar hasta que los argentinos elijan un gobierno que se dedique a gestionar y no a relatar.
Porque la economía en esto es como el amor, sostener una relación sólo a fuerza de relato o intenciones permite llegar hasta un cierto punto en el que, finalmente, eclosiona cuando la realidad se hace evidente.
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