La tiranía de la economía política
CAMBRIDGE.– Hubo un tiempo en que los economistas manteníamos distancia de la política. Considerábamos que nuestro trabajo era describir el funcionamiento de las economías de mercado, sus fallas y el modo de fomentar la eficiencia mediante un buen diseño de políticas públicas. Analizábamos las tensiones que suele haber entre objetivos contrapuestos (por ejemplo, equidad y eficiencia) y prescribíamos políticas para alcanzar los resultados económicos deseados, entre ellos, la redistribución. Correspondía a los políticos aceptar o no nuestras sugerencias, y a los burócratas, implementarlas.
Pero algunos, frustrados al ver que muchos de nuestros consejos quedaban desoídos, volcamos nuestro instrumental analítico a estudiar el comportamiento de esos políticos y burócratas. Comenzamos a examinar la conducta política con el mismo marco conceptual que usamos para analizar las decisiones de consumidores y productores en una economía de mercado. Los políticos se convirtieron en proveedores de favores públicos guiados por el afán de maximizar ingresos; los ciudadanos, en grupos de presión e intereses especiales ávidos de rentas, y los sistemas políticos, en mercados donde se negocian votos e influencia política a cambio de beneficios económicos.
Así nació el campo de la elección racional en economía política y con él, un estilo teórico que pronto sería imitado por muchos politólogos. El beneficio aparente de esta teoría era que permitía explicar por qué las decisiones de los políticos muchas veces no se condicen con la racionalidad económica. En la práctica, cualquier paradoja económica podía ahora explicarse con dos palabras: "intereses creados". ¿Por qué en tantas industrias no existe competencia real? Porque las empresas ya establecidas, que se quedan con las rentas de la industria, tienen a los políticos metidos en el bolsillo. ¿Por qué los gobiernos levantan barreras contra el comercio internacional? Porque los beneficiarios de las medidas proteccionistas están concentrados y son políticamente influyentes, mientras que los consumidores están separados y desorganizados. ¿Por qué las elites políticas impiden que se adopten reformas que estimularían el crecimiento económico y el desarrollo? Porque el crecimiento y el desarrollo les restarían poder político. ¿Por qué hay crisis financieras? Porque los bancos controlan el proceso de formulación de políticas para poder correr riesgos excesivos a costa de la población general.
Cambiar el mundo exige comprenderlo, y esta modalidad de análisis parecía ayudarnos.
Pero subsistía una profunda paradoja. Cuanto más decíamos estar explicando lo que ocurría, menos espacio quedaba para mejorarlo. Si el comportamiento de los políticos está determinado por intereses creados a los que están sujetos, no importa cuántas reformas políticas pidan los economistas, nadie los escuchará. A medida que nuestra ciencia social se hacía más completa, nuestro análisis de las políticas públicas se volvía más irrelevante.
Al convertir el comportamiento de los políticos en una variable endógena, la economía política incapacita a los analistas. Es como si los físicos formularan teorías que, además de explicar los fenómenos naturales, también dijeran qué puentes y edificios construirán los ingenieros. ¿Le parece a usted que en esto hay algo errado? Acertó. Los marcos conceptuales que se usan en economía política están repletos de supuestos no declarados acerca de los sistemas de ideas subyacentes al funcionamiento de los sistemas políticos. Basta con explicitar esos supuestos para que los intereses creados dejen de ser tan decisivos y recuperen su lugar el diseño de políticas públicas, el liderazgo político y la acción humana.
Las ideas dan forma a los intereses, en un proceso que opera por tres vías. En primer lugar, determinan la autopercepción de las elites políticas y los objetivos que persiguen.
En segundo lugar, las ideas determinan las creencias de los actores políticos respecto del funcionamiento del mundo. Si los grupos de poder empresariales creen que el estímulo fiscal solamente produce inflación, presionarán a favor de ciertas políticas; si creen que genera aumento de la demanda agregada, presionarán por otras. El gobierno fijará un impuesto menor si cree que es fácil evadirlo y uno mayor si piensa que es difícil. Las ideas determinan las estrategias que los actores políticos creen tener a su disposición.
La economía política sigue siendo importante. Pero al recalcar demasiado el papel de los intereses creados corremos el riesgo de distraernos de las contribuciones fundamentales que pueden hacer el análisis de políticas públicas y el activismo político. Las posibilidades de cambio no están limitadas solamente por las realidades del poder político, sino también por la pobreza de nuestras ideas.
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