La supervivencia de la zona euro depende de Angela Merkel
Angela Merkel escuchaba con atención el mes pasado cuando el papa Francisco exhortó a los poderosos a cuidar a los más débiles en su misa de inauguración.
Unas horas después, mientras su limusina la trasladaba al aeropuerto, la canciller alemana recibió una llamada urgente del desesperado presidente de Chipre, Nicos Anastasiades. "Necesito más solidaridad", imploró, según fuentes al tanto de la conversación del 19 de marzo. El Parlamento chipriota se disponía a rechazar el acuerdo de rescate de la zona euro y el diminuto país podía quedar en la ruina.
"No negociaré con usted. Debe hablar con la troika", contestó Merkel, en alusión al Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo.
Fue un gesto típico de la canciller: intentar minimizar el rol dominante de Alemania en la unión monetaria. Pocos le creen en Europa.
A pesar de la cautela de Merkel, el poderío alemán está provocando tensiones en la zona euro. Muchos griegos y españoles culpan a los germanos de las políticas de austeridad que han convertido las crisis financieras en depresiones económicas.
El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, advirtió el lunes que las medidas de austeridad defendidas por Alemania deben ser suavizadas porque no tienen suficiente "apoyo político y social" en los países más abatidos. El Ministerio alemán de Finanzas respondió que el recorte de los déficits fiscales es la única forma de restaurar la confianza de los mercados.
El siguiente relato, basado en entrevistas con numerosos políticos europeos, muestra que el rescate de Chipre emanó directamente de los principios que seguirán guiando el accionar de Alemania en Europa.
Se prevé que Merkel obtenga en septiembre un tercer período como canciller. Eso significa que su agenda dominará la repuesta a la crisis europea por años. La supervivencia del euro depende, en buena parte, del éxito de su estrategia. Merkel es partidaria de que los países más endeudados asuman su responsabilidad reduciendo sus déficits fiscales, costos laborales y prestaciones sociales. La estrategia es tan popular en Alemania como cuestionada en las economías más débiles del continente.
Los críticos advierten que si esta clase de recortes se prolonga por años, podrían causar un daño duradero a las economías, el tejido social y la estabilidad política de las naciones en aprietos.
"La depresión que les está imponiendo a estos países podría durar un tiempo bastante largo", dice Paul De Grauwe, profesor del London School of Economics. "La percepción de Alemania se está deteriorando", agrega.
Los alemanes confían en que Merkel salve al euro y proteja el dinero de los contribuyentes. Sin embargo, si la recesión de la zona euro comienza a golpear con más fuerza a Alemania, podría crecer la presión para que Merkel reconsidere su estrategia.
Merkel, una física teórica de 58 años, está convencida de que está conduciendo a Europa hacia la redención. Reducir la deuda de los gobiernos y eliminar riesgos como los bancos excesivamente grandes de Chipre es una medicina dolorosa, indican sus asesores. Merkel declinó ser entrevistada.
Pero incluso los políticos de los países del sur de Europa que son partidarios de las reformas estructurales apuntan que Alemania tiene que hacer más para reactivar el crecimiento. "Necesitamos una convergencia. Berlín tiene que comprender más los argumentos del sur, y el sur tiene que comprender más los argumentos de Berlín", expresa el ministro de Finanzas de Grecia, Yannis Stournaras.
Desde el rescate de Grecia en 2010, Merkel ha buscado impedir que los países de la zona euro se conviertan en cargas para Alemania, que ingresó al euro bajo la promesa de que sería un club de naciones autosuficientes.
Después de que estallara la crisis de Grecia, Merkel y sus asesores trabajaron en una nueva arquitectura para el bloque. Querían atacar los problemas de raíz.
Su diagnóstico demuestra cómo la visión alemana estaba divergiendo del consenso internacional sobre la crisis: le asignaba toda la culpa a los países deudores.
La mayoría de los observadores internacionales, en cambio, advertían una falla colectiva que requería de una solución colectiva: la profundización de la unión económica. Eso implicaría presupuestos compartidos pan-europeos para atenuar los bajones económicos y apoyar a los bancos en problemas, y un nivel de endeudamiento común, así como un banco central más osado.
En 2012, Europa arremetió contra las reglas estrictas de Merkel. Cuando los bancos españoles estaban en una situación muy precaria, Alemania insistió en que el gobierno debía pedir prestado hasta 100.000 millones de euros para apuntalarlos. Los mercados reaccionaron mal.
En junio de 2012, bajo presión de España, Francia e Italia, Merkel acordó que el fondo de rescate de la zona euro, el Mecanismo Europeo de Estabilidad, o MEDE, podría recapitalizar los bancos directamente una vez que la zona euro creara un supervisor del sector.
El resto de Europa pensó que Alemania finalmente había acordado que la zona euro necesitaba aunar recursos. Pero Alemania pronto desinfló cualquier esperanza de que estaba dispuesta a salvar a los bancos de otros países. "Los países del sur creyeron que podían traspasarle los problemas de sus bancos al MEDE", dijo un funcionario alemán. "Era una quimera".
La posterior crisis de Grecia, que necesitó un nuevo plan de estabilización, dejó clara la postura de Berlín: los países que reciben un paquete de rescate deben pagarlo y apoyar a sus bancos.
Chipre no podía cumplir las dos condiciones. Alemania se negó a prestar más de lo que el FMI consideraba que la isla podía pagar. También insistió en que el MEDE aún no podía invertir directamente en los bancos. Eso significaba que la única forma en que Chipre podía seguir a flote era confiscando los depósitos en sus bancos.
Al final de cuentas, Chipre cedió a las exigencias alemanas y del FMI de reducir radicalmente sus bancos e imponer pérdidas a los depósitos.
Merkel nunca quiso que Alemania dominara el bloque a tal extremo. "Alemania se encuentra en una posición difícil", confesó a The Wall Street Journal en 2009, al comienzo de la crisis europea. "Si hacemos demasiado, dominamos. Si hacemos muy poco, nos critican" por falta de liderazgo. "Siempre me aseguraré que que un país grande no esté dictando instrucciones".
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