La sociedad Truman: cuando la realidad no es lo que parece
Los economistas Bryan Caplan, Robin Hanson y Kevin Simler buscan demostrar que el motivo de existencia de instituciones enteras creadas por la humanidad es un artificio
Difícil no maravillarse con The Truman Show, el film donde se narra la increíble historia de Truman Burbank, cuya entera existencia forma parte de un espectáculo televisado que él ignora por completo. En la vida de Truman nada es real. El pueblo donde vive, sus amistades, sus amores y hasta la luna que ilumina sus noches son completamente falsos. Sus relaciones sociales están repletas de hipocresía y engaños bien elaborados que no deben descuidar ningún detalle para no revelar la verdad.
La película anticipó la moda de los reality shows, ha sido entendida como una brillante metáfora de la condición humana y hasta se convirtió en el nombre de una enfermedad, el "síndrome de Truman", que describe la paranoia de quienes creen ser observados todo el tiempo. Las personas sanas, sin embargo, entienden que sus vidas no son una mera función para la platea, sino que involucran relaciones sociales, políticas y económicas reales y objetivas. Solo en una película puede suceder que la vida sea una película.
O tal vez no. Los economistas Bryan Caplan, Robin Hanson y Kevin Simler están dispuestos a convencer a sus lectores de que la vida diaria, que parece tan real, también está plagada de falsedades y engaños. No se trata solamente de esas mentiras bien conocidas que plagan las relaciones familiares o comerciales. Estos autores afirman que existen instituciones enteras creadas por la humanidad cuyo motivo de existencia es un artificio. ¿Se sentiría usted un poco como Truman si se le presentara evidencia contundente de que la religión, la caridad, la política, la medicina o la salud no son en realidad lo que parecen?
Dos libros perturbadores han tomado el desafío de convencer a sus lectores de que todos vivimos un poco como Truman. Bryan Caplan inició el ataque al revisar a fondo los objetivos de la educación en su libro The Case Against Education (Contra la Educación). Allí afirma que el propósito real de las instituciones educativas no es enseñar, sino señalar al resto de la sociedad la capacidad e inteligencia de cada individuo. Esto explicaría que olvidemos la mayor parte de lo que se nos enseña. Lo que sirve de la educación es la credencial que señala el cumplimiento de las obligaciones y que permite conseguir trabajo al exhibir los títulos alcanzados. Como decía el Mago de Oz: "Tener cerebro es una ventaja muy vulgar... En mi tierra natal existen universidades, hogares del saber donde los hombres van a convertirse en eruditos. Al salir de allí piensan en cosas profundas y su cerebro se iguala al tuyo. Pero ellos tienen algo de lo que tú careces: un diploma". Lo más polémico de la teoría de Caplan es que, pese a que presenta evidencia variada para respaldar su teoría, la mayoría de la población está dispuesta a negar esta realidad con contundencia. Esta visión de la educación simplemente no parece aceptable.
Kevin Simler y Robin Hanson redoblan la apuesta de Caplan y disputan en su libro The Elephant in the Brain (El Elefante en la Mente) las razones de la existencia de otras instituciones. Señalan que la historia oficial que justifica estas organizaciones solo es parcialmente cierta. Consideremos por ejemplo la relación con el trabajo. Hace casi 100 años Keynes predecía una caída de las horas de esfuerzo gracias a la creciente productividad. Simler y Hanson explican que el pronóstico falló por la necesidad de adquirir cada vez más bienes para impresionar al prójimo. Buena parte de los esfuerzos laborales no se deben al deseo de vivir mejor, sino al deseo de parecer mejores que los demás. Un engaño difundido que desperdicia una enorme cantidad de recursos.
Pero hay más. Para Simler y Hanson las instituciones de la salud también forman parte de nuestro Truman Show. Es cierto que en la actualidad las vacunas, las atenciones de urgencia y la obstetricia salvan millones de vidas. Pero un costado de la medicina, según dicen, tiene rituales de cuidado sin efecto alguno sobre el paciente. Esto es lo que sugieren los datos que indican un exceso de gasto en este rubro. Y no es solo que quienes demandan salud exageran sus visitas al doctor; son los propios médicos los que recargan sus cuidados solo para parecer mejores profesionales y caer bien a los pacientes.
Al leer The Elephant in the Brain, la ilusión de que no vivimos una ficción se va derribando página a página. La caridad, la religión, el arte y la política resultan ser actividades con objetivos muy distintos a los reales, mientras la sociedad entera persiste en engañarse a sí misma y las fundamenta con argumentos vacíos.
La mayoría de estos actos fingidos no deben entenderse como estrategias premeditadas destinadas a sacar ventaja. Simler y Hanson aducen que estas conductas mendaces provienen en realidad de un módulo cerebral especialmente diseñado por la evolución. Para entender para qué, hay que pensar que el egoísmo trae indudables beneficios personales, pero que si la sociedad nota nuestro individualismo, querrá castigarnos por ello. Por eso, la mejor estrategia para el éxito reproductivo es ser egoísta sin parecerlo, un rasgo de la personalidad que permite acceder a mayores recursos y a más o mejores parejas. En una palabra, lograr una mayor descendencia es el motivo oculto último que guía estos engaños. Como tantos otros actos motivados por la evolución, se trata de estrategias completamente inconscientes, y es esto lo que hace que funcionen tan bien en la práctica. Después de todo, la mentira más poderosa es la que uno mismo se cree ciegamente. El título The Elephant in the Brain refiere a la historia del elefante en la habitación, esa verdad evidente ignorada por todos a propósito. Pero el elefante en el cerebro del libro de Simler y Hanson, aunque enorme, es invisible a los propios sentidos.
Socialmente, la interacción fingida entre millones de personas que persiguen su propio interés evolutivo nos legó instituciones de dudosa efectividad. Mientras nadie reflexiona sobre los verdaderos propósitos y logros de estas organizaciones, ellas crecen y se robustecen hasta que su sentido concreto queda sepultado bajo un océano de malos entendidos, hipocresías y charlatanería. El autoengaño constituye un triunfo soberbio del individualismo evolutivo, pero representa un costo social enorme en términos de recursos desperdiciados.
Si producimos un derroche de recursos porque trabajamos, nos educamos o nos curamos en exceso, hay que preguntarse acerca de qué hacer para modificar estas conductas. Para Simler y Hanson el primer paso es crear una conciencia colectiva de los verdaderos motivos tras cada comportamiento individual y social, a fin de mejorar nuestras decisiones como sociedad. Claro que subsiste el riesgo de que esto produzca situaciones ridículas como las que ilustra otra película: La invención de la mentira, de Ricky Gervais. Allí queda claro que una sociedad consciente y objetiva que dice sistemáticamente la pura verdad hará más eficiente al sistema, pero tendrá el costo de hacernos vivir vidas completamente absurdas y brutales.
De todos modos, quizá tampoco debamos tomarnos tan en serio The Elephant in the Brain. Los autores reconocen su propio elefante y admiten que los motivos ocultos tras la publicación es impresionar al lector con una obra divulgativa e inteligente que les permita ganar prestigio en sus carreras y, por ende, una mayor descendencia. Vaya concluyendo el lector acerca de mi verdaderas intenciones personales al escribir esta nota.
pablojaviermira@gmail.com
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