La reunión de la OMC pasó sin pena ni gloria
Qué razones explican que el encuentro no haya tenido un resultado feliz
Previsiblemente, la XI reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) concluyó sin pena ni gloria. Incluso peor que en otras ocasiones: ni siquiera fue posible acordar una declaración final. Tres razones permanentes explican este resultado. La primera es la retracción de la diplomacia comercial norteamericana del ejercicio de liderazgo en el sistema multilateral. Esto no puede atribuirse solamente a la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca: es una conducta con más de dos décadas de vigencia. En administraciones anteriores se reflejó en el énfasis de la firma de acuerdos preferenciales con socios seleccionados.
La segunda razón es la emergencia de nuevos actores con capacidad y decisión de veto. Es el caso de India, China o coaliciones de países en desarrollo, para los que el statu quo parece ser una opción mejor que las reformas que presumiblemente serían necesarias para que la función de negociación de la OMC adquiriera nuevamente dinamismo.
Finalmente, está la complejidad y ambición de la agenda acordada cuando se lanzó la Ronda de Doha en 2001. Su contenido se explica por las condiciones particulares en las que se lo hizo: todavía bajo un clima de optimismo con la "gobernanza" de la globalización, después de una turbulenta reunión ministerial en Seattle en 1999, y a pocas semanas del atentado a las Torres Gemelas en Nueva York.
En este clima especial, los miembros de la OMC se comprometieron a una ambiciosa "Ronda del Desarrollo" y a examinar la inclusión de nuevos temas como el trato a la inversión, las compras de gobierno, las políticas de competencia o la facilitación del comercio. En síntesis, una agenda demasiado exigente para un contexto internacional más contestado y conflictivo.
Pero más allá de los bloqueos preexistentes, la reunión de Buenos Aires tampoco ayudó a echar luz sobre las nuevas amenazas que enfrenta la OMC.
La más preocupante es el veto norteamericano a la designación de nuevos integrantes del Órgano de Apelación, la autoridad máxima del mecanismo de solución de controversias.
Con sólo cuatro miembros activos (de los siete que deberían integrarlo) y con la perspectiva de que en el año 2019 queden sólo tres, el mecanismo está a un tris de la inoperancia. Con una administración norteamericana que enarbola la bandera del unilateralismo con entusiasmo, las perspectivas son preocupantes. No obstante el manto de reserva y discreción que normalmente acompaña a la actividad diplomática, este riesgo debería haber quedado más claramente expuestos a la luz pública en la reunión de Buenos Aires.
El autor es economista e investigador en la Udesa y el Conicet