La polémica por el tipo de cambio se aviva otra vez
La coyuntura actual en la cual se perdieron 15.000 millones de reservas internacionales en el último año y en la que la inflación se viene acelerando y se acerca peligrosamente al 40% anual pone en el tapete un viejo dilema de política económica: utilizar el tipo de cambio para controlar la inflación o usarlo para mejorar la competitividad y aumentar las reservas internacionales.
La Argentina ha sufrido este tipo de disyuntivas muchas veces en el pasado y cada vez que se optó por defender el tipo de cambio para priorizar la lucha contra la inflación y dejar para más adelante la depreciación de la moneda la política económica terminó fracasando y la devaluación fue inevitable.
De hecho, el desencadenante de las grandes crisis macroeconómicas argentinas de los últimos cincuenta años fue una corrida cambiaria que dejó al país sin reservas y forzó una fuerte devaluación o una flotación del tipo de cambio.
Pasó en la experiencia populista que fue desde el 73 hasta el 75, que terminó en el famoso Rodrigazo, que es tal vez el ejemplo más emblemático y extremo de inconsistencias entre una política de tipo de cambio fijo por un lado y políticas monetarias y fiscales sumamente expansivas por el otro.
La "tablita cambiaria" de Martínez de Hoz a finales de los años setenta, cuando se preanunciaba el tipo de cambio para los próximos doce meses, es otro ejemplo claro en el cual se priorizó el uso del tipo cambio como instrumento para anclar expectativas y bajar la inflación, que fracasó y llevó al país a una fuerte crisis macroeconómica.
El plan de convertibilidad, que fue una respuesta a la hiperinflación de los ochenta luego de años de desmanejos de la política monetaria, desafortunadamente también terminó en una fuerte crisis macroeconómica.
Las crisis económicas que siguieron al fracaso del populismo de los setenta, de la "tablita" y de la convertibilidad tuvieron un condimento externo importante, tales como una caída en los precios de las commodities o fuertes subas en las tasas de interés en los Estados Unidos que llevaron a grandes salidas de capitales.
En los 70 fue la crisis del petróleo y el fin del patrón oro; en los 80, la suba de tasas de interés en los Estados Unidos y la crisis de la deuda en toda América latina, que empezó con el default de México en 1982, y en los 90, las subas de tasas de interés en los Estados Unidos y la caída de los precios de las commodities, que se combinó con una secuencia de ataques sobre tipos de cambios fijos, iniciado en Asia y continuado en Rusia, Brasil y Turquía. Por esos años en la Argentina se hablaba de la crónica de un ataque cambiario anunciado.
La situación argentina hoy es diferente. Si bien se enfrenta una coyuntura muy compleja, dada la combinación de abrupta caída en reservas, suba en la inflación, caída en el nivel de actividad y fuerte aumento en el riesgo país, la situación es menos compleja de lo que parece, ya que las condiciones externas distan de ser críticas y los desequilibrios macroeconómicos son menores que en el pasado.
El mundo no se nos ha venido encima, ya que las tasas de interés en los Estados Unidos siguen bajas y hay financiamiento para los países emergentes a tasas razonables, mientras que los precios de commodities están altos. Casi no hay países emergentes al borde de una crisis, con la excepción de Venezuela y Ucrania, que son casos idiosincráticos.
El principal impedimento para dar vuelta la coyuntura y evitar que la crisis se profundice es la falta de un diagnóstico correcto, y la voluntad y capacidad de corregir errores. La solución pasa por hacer un giro copernicano en la política económica, generar confianza en el peso, atraer capitales y revertir la caída de reservas.
Hoy, otra vez estamos atrapados en el viejo dilema de política económica de si es mejor depreciar el tipo de cambio para resolver los problemas externos o estabilizarlo al costo de volver a generar atraso cambiario para evitar que se escape la inflación.
El Gobierno da señales oscilantes. En enero, cuando se profundizó la caída de las reservas, ya que en apenas tres semanas cayeron más de US$ 2000 millones, el Banco Central reaccionó y se logró capear el temporal mediante una combinación de una depreciación del 22% en el tipo de cambio, una fuerte suba de las tasas de interés para aumentar la demanda de pesos.
Pero luego vinieron las preocupaciones por la suba de los precios y se optó nuevamente por planchar el tipo de cambio y usarlo como ancla inflacionaria para ayudar a contener los reclamos salariales en las paritarias. La teoría económica y la experiencia indican que habría que usar el tipo de cambio para restablecer el equilibrio externo (las reservas) y la política monetaria y fiscal (con algo de política de ingresos) para el equilibrio interno (la inflación).
El tipo de cambio no es la bala mágica que puede matar dos pájaros de un tiro. Si algo se ha aprendido de más 50 años de crisis macroeconómicas en América latina es que el tipo de cambio es sólo un instrumento más dentro de la política económica y que para matar dos pájaros se necesitan por lo menos dos balas, y sólo si uno tiene buena puntería.
El autor es economista y director de Econviews
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