La peligrosa coherencia de Donald Trump
La protección del empleo puede derivar en el muro con México
Primero fue Carrier y su planta de equipos de aire acondicionado en Indianápolis. Luego fueron General Motors y Ford y sus planes de instalar nuevas plantas de montaje de automóviles en México. Hace pocos días le tocó el turno a Toyota, que planeaba trasladar la producción de su modelo Corolla a una nueva fábrica en Baja California. Las advertencias que lanzó el presidente electo Donald Trump no dejaron lugar a dudas: mantengan los puestos de trabajo en Estados Unidos si no quieren enfrentar altos aranceles para los bienes que importen desde México. Son advertencias verdaderamente estrambóticas: desde hace más de 10 años el comercio de productos manufacturados entre Estados Unidos, Canadá y México no paga aranceles como resultado de lo acordado en 1994 cuando se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, por sus siglas en inglés).
Mas allá de las simpatías o antipatías que generen las advertencias de Trump y de su efecto de largo plazo sobre el empleo industrial en México y en Estados Unidos, si hay algo que no puede hacerse es calificar las propuestas del presidente electo como incoherentes. En efecto, si sus advertencias acabaran desviando puestos de trabajo desde México hacia Estados Unidos, la propuesta de construir un muro (obviamente, pagado por México) que divida a los dos países sobre la que el presidente electo insistió durante la campaña cobra todo su sentido: si el empleo en México cae como consecuencia de las advertencias (y políticas) de Donald Trump, la presión migratoria sobre Estados Unidos muy probablemente aumentará. Si bien un muro no detendrá a todos los mexicanos que deseen beneficiarse de las políticas de fomento al empleo cruzando la frontera, no hay duda de que será un incordio. Desde el punto de vista de la lógica del presidente electo, una cosa lleva a la otra. Trump puede estar equivocado, pero al menos en su discurso es peligrosamente coherente.
Sólo estos episodios son en sí mismos preocupantes. Pero imagínense que podría ocurrir si Trump tuviera éxito en reducir el déficit comercial norteamericano y en atraer capitales a su país con sus cambios impositivos. El dólar se apreciará y eso reducirá la competitividad de la producción norteamericana, estimulando las importaciones. No hay que ser un genio para darse cuenta de que, en aras de la coherencia de la que está haciendo gala, probablemente vería como inevitable tomar medidas adicionales para enfrentar la “competencia desleal” del resto del mundo. Una opción bien a mano sería declarar a China una economía que manipula su tipo de cambio y aplicarle aranceles compensatorios, como en otros momentos lo ha pedido la bancada republicana en el Congreso.
¿Estamos frente a un relato de ciencia ficción? ¿Se trata de una puesta en escena antes de que el imperio de la realidad imponga su lógica? Lo sabremos en pocas semanas. Mientras tanto, un consejo: abróchense los cinturones.
El autor es profesor de la UdeSA