La pandemia y la cuarentena le pasan la factura al arte
Confirmada la cancelación de la Fiac, la Feria de Arte Contemporáneo de París, el mundo se ha quedado sin ferias y el arte puede quedarse sin mercado. Un año a pura pérdida sin la tradicional vuelta al mundo en más de 365 ferias, que abrían sus puertas en el planeta cada día del año. Ferias en crisis, miles de galerías condenadas a cerrar sus puertas por falta de ventas y miles de artistas buscando una manera de llegar al público, que se ha esfumado como arena entre los dedos.
Nada, absolutamente nada, puede reemplazar el contacto directo con la obra de arte; la experiencia presencial y el diálogo mano a mano con las artistas. La batería impresionante de programas en marcha a través de múltiples plataformas ha sido genial para fidelizar audiencias; mantener el contacto y conocer la cara de directores de museos, que están en la otra punta del planeta, se presentan en un multitudinario zoom y comparten las pérdidas millonarias en esta pausa más larga de lo previsto; donde todavía no se ve la luz al final del túnel y la incertidumbre sigue siendo la el sentimiento dominante.
El mundo del arte ha sufrido con la pandemia una estocada mortal. Abrieron los museos en Madrid, en París y en Nueva York, pero hay un aforo exigente de 15 metros cuadrados por visitantes y se ha declarado el fin de las megamuestras.
Adiós a los blockbusters, inaugurados con Picasso y su mega del Moma en los 80, cuyos objetivos, entre otras cosas, eran batir récords de visitantes, fortalecer la taquilla de los museos y movilizar a miles de turistas planetarios. Todo esto es historia del pasado. Hasta acá, los ganadores, en el balance de lo sucedido desde el primer grito de alarma que lo dio enero 2020 Art basel al suspender la edición de la feria de Hong Kong, han sido las subastas.
El mercado secundario, como se conoce al universo de los remates, iniciado en la Inglaterra del siglo XVIII por los gigantes Christie’s y Sotheby’s, ha sido el único sector que puede esgrimir una victoria. Las ventas organizadas en simultáneo en cuatro capitales (Hong Kong, Paris, Londres y Nueva York) por streaming, dejaron un saldo positivo y muchos millones de dólares en las arcas de las rematadoras.
Este paso al frente no debería sorprender, porque, de hecho, las subastadoras tienen entrenamiento en las ventas online; han desarrollado eficientes mecanismos de conectividad y salen al ruedo con la carta ganadora que representan tres siglos vendiendo arte sin fronteras. Tres siglos son suficiente garantía para alguien que compra por teléfono sentado en el living de su casa. Comprar arte es un estado de ánimo, pero, ante todo, es un acto de confianza.
Para las ferias y bienales, la pandemia y la cuarentena que vino después han sido un mal mayor. Y la razón es simple: el público masivo. La principal fortaleza de los convites feriales se convirtió en su mayor debilidad. Esas multitudes haciendo cola para entrar en la Rural en días de arteBA no va más.
Y no solo por el aforo obligatorio. El virus ha herido de muerte a la feria de arte contemporáneo de Buenos Aires, la más importante del país y de la región, con un capital marcario sumergido en la peor crisis, desde que fue inaugurada en los '90 por Jacobo Fiterman, tras la iniciativa del intendente Carlos Grosso, con Diana Saiegh (hoy FNA) en Cultura y Julio Suaya en la comunicación (MPM).
Arrancó como una feria de bajo presupuesto en las salas del Centro Cultural Recoleta, montada a pulmón por los organizadores y por un grupo de galeristas, que tenían fe en la expansión del mercado al difundir y exponer bajo el mismo techo arte argentino moderno y contemporáneo.
Han pasado 30 años, el mercado sigue siendo anémico; las ventas se han prácticamente paralizado; pero lo más grave, lo que está en riesgo es la confianza. La ruptura entre la conducción y la comunidad del arte que nutre arteBA es algo serio. En este momento circula una encuesta entre operadores y galeristas para medir los alcances de la crisis, establecer las causas y determinar hasta dónde y hasta quiénes debe llegar la necesidad de un cambio.
La tormenta perfecta se formó con la pandemia, la renuncia de dos presidentes, la cancelación de la feria presencial y las pérdidas en lo invertido, según argumentaron las galerías.
Hasta el momento no se sabe cuál será el costo de la tormenta perfecta, pero la balacera desatada es un indicador de su gravedad. El año próximo arteBA celebrará los primeros 30 años, largas tres décadas en las que cambiaron muchas cosas.
Cuando nació la feria de Buenos Aires no existían ni Proa ni el Malba; no se hablaba de coleccionistas (palabra que a muchos les queda grande, enorme), pero había muchos compradores de cuadros. Profesionales, médicos, abogados, comerciantes y empresarios, de mayor o menor fortuna, que compraban pinturas en galerías históricas, como Witcomb, Bonino y Carmen Waugh.
Los años feriales coincidieron con la enorme visibilidad del arte, por su aura como factor determinante de prestigio y, por el mismo motivo, poderoso imán para los sponsors. La fórmula, con sus protagonistas, errores y aciertos, funcionó en un mundo y en un estado de cosas que hoy están en retirada.
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