La oposición le da aire al Gobierno
Es llamativo. A un año de haber comenzado, el Gobierno de Macri muestra dos fenómenos contrastantes. Por un lado, la economía sigue inmersa en una recesión en la que el PBI se contrae cerca de 2,5% respecto de 2015 y donde los salarios reales y el consumo fueron las principales víctimas de la unificación cambiaria y la suba de tarifas. Por el otro, los índices de aceptación del propio Macri son llamativamente elevados y muestran al Presidente con una imagen positiva superior al 50%.
Dos factores unifican ambos fenómenos. El primero es que el Gobierno ha logrado transmitir con éxito la idea de que los costos que se están pagando este año han sido un paso necesario para construir una recuperación sostenible. En segundo lugar, la oposición aún no ha podido construir un mensaje atractivo, y mientras el ex oficialismo se debate entre el general Perón y el comodoro Py, el mayor activismo opositor proviene del Frente Renovador, de Sergio Massa . Sin embargo, el eclecticismo de la política oficial complica a Massa, quien oscila entre la ortodoxia económica de Roberto Lavagna y el populismo cortoplacista, enviando señales algo confusas a su eventual electorado, que mayoritariamente rechaza al kirchnerismo. Mientras la oposición no resuelva ese dilema, el oficialismo puede seguir cometiendo errores no forzados.
Algunas muestras del activismo económico de Massa han sido su pedido de implementación de la doble indemnización por despido y el cierre de las importaciones. Levantar esas banderas pasablemente kirchneristas puede haber sido un error. Según la consultora Wonder, la mayor parte de quienes votaron a Massa en 2015 lo hicieron luego por Macri en el ballottage y volverían a hacerlo en 2019. Es decir, se sienten más cerca de la política económica de Cambiemos que de la de Cristina.
La discusión que se ha iniciado sobre los cambios en el impuesto a las ganancias ubica nuevamente a Massa intentando situarse a la izquierda del Gobierno, al pedir reducir la incidencia de ese tributo y proponer cerrar la brecha fiscal que se generaría mediante impuestos a la minería y a la “timba financiera”, como llama a los intereses de los plazos fijos que reciben las familias y que alimentan los préstamos a las empresas. El mensaje vuelve a ser confuso.
El impuesto a las ganancias de las personas es el más equitativo y eficiente de todos. Es equitativo puesto que pagan más quienes ganan más. Y es eficiente porque no distorsiona las decisiones de quienes lo pagan: es difícil que alguien deje de trabajar o se mude de país para eludir el gravamen. Tiene en su origen un problema semántico, ya que debería llamarse impuesto a los ingresos, como se lo denomina en Estados Unidos y Europa, lo que quitaría del medio la confusión que provoca el mantra de “el salario no es ganancia”.
El proyecto de Massa en Ganancias resigna recursos y elige subir el mínimo no imponible, en vez de devolverle progresividad al impuesto modificando las alícuotas. El agujero fiscal que se generaría sería cercano al 0,5% del PBI.
Más déficit, más inflación, una economía más cerrada y un mercado laboral más regulado podría ser un resumen de las propuestas económicas de Massa. La elección de ese lugar representa una curiosidad por dos motivos. En cuestiones fiscales, la teoría política explica que una oposición con aspiraciones de gobierno siempre se ve enfrentada a un dilema: si fuerza al Gobierno a enfrentar un déficit fiscal más elevado, lo debilita en el corto plazo. Pero, a su vez, ese déficit le genera eventualmente una herencia fiscal más problemática en caso de acceder al poder. Si hay que dejarse llevar por su visión de las cuentas públicas, es evidente que Massa no se ve presidente en 2019.
La otra curiosidad es la descripción que Roberto Lavagna, su principal referente económico, ha hecho de las políticas del Gobierno. En el reportaje que le hizo LN+, caracterizó la gestión de Macri dentro de la patología de “los ajustadores con atraso cambiario”, en la que también ubicó la tablita de Martínez de Hoz y la convertibilidad de Menem. Si la gestión Cambiemos, que llevó el déficit primario del 4% en 2015 al 4,8% en 2016 es ajustadora, sería difícil caracterizar la política fiscal liderada por Lavagna entre 2003 y 2005, que aumentó el superávit primario del 1% al 3% del PBI entre 2002 y 2004, sobre la base del congelamiento de los salarios públicos y la licuación de las jubilaciones.
La caracterización de la gestión Cambiemos como ajustadora es por lo menos desopilante y da cuenta de la necesidad de encuadrar al Gobierno en un lugar en donde no está. Si Macri es un rico, ajustador y neoliberal, las propuestas de Massa serían progresistas –como Margarita– por oposición. Pero la mayor falla lógica del discurso de Lavagna es su predicción de que la economía marcha al colapso por el exceso de endeudamiento… de un gobierno ajustador.
Si en lo fiscal es difícil de comprender la coexistencia de mucha deuda y mucho ajuste, es coherente Lavagna cuando se refiere a la cuestión cambiaria. En ese aspecto, el ex ministro siempre ha reclamado la vigencia de un tipo de cambio depreciado, es decir, de salarios deprimidos en dólares. Tal es la consistencia de su visión que en 2002, para evitar una apreciación real de la moneda, aun con el peso devaluándose desde 1 hasta casi 4 pesos por dólar y con una inflación del 40%, mantuvo congelados los salarios públicos, que no recibieron ningún aumento ese año. Los empleados públicos tuvieron que esperar hasta 2003 para recibir un incremento salarial, que promedió un 5%, lo que llevó a que entre 2002 y 2005 experimentaran una pérdida de su poder adquisitivo del 26%. Ortodoxia pura. Nota al pie: Massa era el jefe de la Anses de Néstor, es decir, el equivalente al Diego Bossio de Cristina.
La magia del populismo es que permite vivir en un presente eterno. El pasado no existe, el futuro es lejano, las circunstancias mandan siempre y acomodan el discurso. Si Massa no hubiera estatizado las AFJP cuando era jefe de Gabinete en 2008, hoy la Argentina contaría con un mercado de capitales local muchísimo más profundo y con una enorme masa de recursos que se invertirían a largo plazo y reducirían la excesiva dependencia del Gobierno de los fondos externos. Este gobierno ya no marcharía hacia el colapso que augura Lavagna.
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