La multiplicación de los panes y de los pesos
En las elecciones, economistas y políticos empiezan un festival de promesas de gasto que pareciera que nadie va a pagar. Entre las primeras lecciones que enseñan en la Facultad de Economía está la restricción presupuestaria, es decir que nadie puede gastar más de lo que gana, menos lo que ahorra, más lo que desahorra o se endeuda. A doña Rosa le llamará la atención que tengan que enseñarles algo que ella vive todos los días. Pues es así y, además, es lo primero que la mayoría de los economistas se olvidan cuando entran al Estado o a la política.
Por estos días, estamos escuchando infinidad de propuestas de reactivar la economía "poniéndole plata en el bolsillo a la gente". Dado lo que acabamos de contar, si el país no tiene crédito ni ahorros, ¿de dónde va a salir el dinero? Fácil, a alguien le sacarán lo que se repartirá; pero ningún candidato va a decir a quién, porque perdería automáticamente esos potenciales votos.
¿Cuál es la salida, entonces? Veamos un ejemplo sencillo. Supongamos que soy el carnicero de mi barrio. Una persona responsable que me levanto temprano a controlar la buena calidad de la carne que me traen. Abro mi negocio en horario y atiendo muy bien a mi clientela; por lo que me gano su confianza y buena plata. Pero un día empiezo a levantarme más tarde y, muchas veces, mi ayudante recibe la carne; por lo que nadie controla su calidad. No abro siempre en hora y, a veces, cierro para irme a tomar un café con mis amigos. Seguramente, lo que sucederá es que terminaré perdiendo mi clientela porque dejará de confiar en mi carnicería; por lo que ganaré menos y seré más pobre.
Imaginemos que viene un amigo a proponerme que, para salir adelante, ponga más dinero en el bolsillo de mi familia. Sin clientes, no tengo plata ni crédito. La solución es preguntarme por qué llegué a esa situación y empezar a recuperar la confianza de mis clientes. Levantándome temprano para controlar la carne que me dejan, abriendo cuando corresponde y cumpliendo con el horario de atención. Seguramente, los clientes empezarán a volver y recomendarán nuevamente mi negocio, por lo que podré mejorar mi nivel de vida.
Si dejamos de lado las soluciones mágicas, nos deberíamos preguntar por qué estamos como estamos. Y la respuesta es: por no resolver los problemas de fondo que arrastra la Argentina. Hace muchas décadas que vivimos de crisis en crisis; con las que se licúan los resultados desastrosos de no encarar las reformas estructurales pendientes. Es lo que sucedió en 2002 y que implicó un costo social fenomenal, con más de 50% de los argentinos en la pobreza.
Luego de la debacle, la economía siempre vuelve a recuperarse y, como en el pasado, en la etapa de crecimiento posterior no solo no se aprovechó para encarar las soluciones necesarias, sino que se agravaron los problemas que nadie había resuelto antes.
De esta manera, llegamos al borde del precipicio en 2015 y seguimos bamboleándonos allí; porque la actual gestión, encabezada por Mauricio Macri, no se animó a hacer todos los cambios que demandaba el delicado estado en que se encontraba el país.
Por lo tanto, en 2018, ante el menor temblor internacional, argentinos y extranjeros perdieron la confianza y empezaron a sacar sus ahorros de la Argentina. Eso implicó huir del peso y pasarse a dólares masivamente, gestando una crisis cambiaria. La pérdida de credibilidad fue tal que nos dejó sin crédito suficiente para enfrentar nuestra deuda pública y no entramos en cesación de pagos gracias al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI); sin el cual hubiéramos tenido una de las tradicionales crisis, pero con la actual caída del bienestar imposible de evitar.
¿Cómo se resuelve? Como lo hizo el carnicero, hay que recuperar la confianza de los "clientes" para que vuelvan a traer sus ahorros e invertir en la Argentina. Para ello, quien esté en la Casa Rosada el 11 de diciembre deberá resolver los problemas profundos del país. Encarar una gran reforma del Estado, que sirva a los argentinos y no a la política (como sucede hoy); pero, además, para que lo podamos pagar. En la actualidad, no alcanza ni exprimiendo a trabajadores y empresarios.
Si queremos una economía que brinde a todos más oportunidades de progreso, es necesario bajar la presión impositiva. Además, cambiar la actual legislación laboral, que es incapaz de generar empleo productivo en el siglo XXI. Si tomamos cualquier año de los últimos 20, más del 40% de la gente estaba desocupada, en la informalidad o con un seguro de desempleo disfrazado en un puesto del sector público o un plan asistencial.
Por último, hay que desarmar rápidamente una red de regulaciones que ahoga, sobre todo, a los emprendedores y las pymes.
Es cierto, el facilismo de las soluciones mágicas es atractivo; pero solo lleva a nuevos fracasos. Como ciudadanos maduros, debemos exigir encarar el camino esforzado de resolver los problemas de fondo. La experiencia de otros países que lo hicieron demuestra que el premio es enorme: nada más y nada menos que poder triplicar el poder adquisitivo de los argentinos por tres o más en los próximos 20 años.
El autor es economista y director de la Fundación Libertad y Progreso
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