La muerte de Thomas Griesa: un día en el despacho del juez que escribió parte de nuestra historia reciente
Quienes lo conocieron dicen que mostraba a sus amigos algunas de las caricaturas que le dedicaban los diarios porteños; le irritaba que lo acusaran de “trabajar para los buitres”
MADRID.- Parte de la historia reciente de la Argentina se escribió en un despacho en el sur de Manhattan, con vista amplia sobre la ciudad y el río.
En el piso 16 del gris edificio al 500 de la Calle Pearl se encontraba el alfombrado despacho del juez Thomas Griesa. Desde sus ventanales, una generosa vista de Nueva York.
Al frente, en numerosas ocasiones, hasta veinte abogados al mismo tiempo exponiendo sobre uno de los casos que lo hizo famoso: el de la deuda externa de nuestro país.
Griesa llegaba allí todos los días a primera hora de la mañana. Durante muchos años, conduciendo su propio auto. Lo dejaba y, a pie, cruzaba el amplio despacho de mármol y se dirigía a las puertas doradas de los ascensores reservados. Los que sólo podían usar los jueces.
La Corte era su mundo y los empleados, sus fieles custodios. Impermeables, casi siempre, a los pedidos de precisiones sobre las actividades del juez.
Griesa era conocido en medios legales de Nueva York antes de asumir, hace quince años, el caso de la deuda argentina. Pero fue ese el expediente que lo catapultó como figura tanto en nuestro país como en América latina.
Decir “Griesa” significa mucho más en esas latitudes que en la ciudad donde residió y ejerció el juez durante varias décadas.
Dicen quienes lo conocieron que se reía y hasta mostraba a sus amigos algunas de las caricaturas que le dedicaban los diarios porteños.
También contaba que su cara había empapelado paredes y calles de la Argentina con posters en los que se lo insultaba.
Pero que, al contrario, le irritaba que lo acusaran de “trabajar para los buitres”, algo que repetidamente le endilgó el gobierno de la ex presidenta Cristina Kirchner.
Conjeturas sobre su retiro
Durante muchos años quienes siguieron el caso especularon con su retiro. Sobre todo, luego del fallecimiento de su mujer, Christine, y de que su salud diera signos de deteriorarse.
Muchos en el anterior gobierno prendían velas para que ese momento del retiro llegara. Buena parte de los abogados, a los que no perdonaba una, también.
Pero el ejercicio de la magistratura era una de sus pasiones. Hasta último momento, sin embargo, respetó las otras que signaron su vida. Entre ellas, la música clásica y el ballet. No era extraño verlo en los espectáculos del Lincoln Center, de Nueva York.
Amante de los cruceros, fue uno de los primeros en aprovechar la “apertura” a Cuba del presidente Barack Obama para subirse a uno y visitar La Habana. Regresó y, como tantas veces que ponía punto final a sus vacaciones, volvía al juzgado. Incluso, cuando ya no quería aceptar más casos.
Estaba cansado pero dicen que quería cerrar el caso argentino. Había trabajado quince años en él y estaba seguro de conocerlo como nadie.
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