La inflación, un gran desafío de la gestión, está inmersa en una dinámica difícil de corregir
Sergio Massa asumió la conducción del Ministerio de Economía en un contexto de disparada de los tipos de cambio financieros y blue, con una cotización del dólar oficial que corría cada vez más rápido, pero muy lejos de aquellos y, en medio una crisis de deuda interna, con un Banco Central sin reservas, pero con pasivos que aumentaron a un ritmo notable. Y, lo que es más sensible para la población, en un escenario de aceleración inflacionaria muy fuerte, consecuencia de la combinación de varios factores.
El principal factor que explica la dinámica inflacionaria es el exceso de pesos que es producto, a su vez, del financiamiento monetario del déficit que no se corrigió, a pesar de los compromisos que fueron tomados en marzo en el marco del acuerdo con el FMI, y recalibrados en la revisión de junio. Detrás de esto, está el notable incremento del gasto público, que superó al de los ingresos fiscales, que crecieron fuerte de la mano de la mayor presión tributaria, de la inflación y de la mejora de los precios de commodities (captados en las retenciones a las exportaciones).
Esta dinámica, que arrancó hace tiempo, mostró su límite este año cuando, para evitar seguir expan-diendo la cantidad de dinero, el Gobierno recurrió a financiarse en el mercado interno, en vez de corregir el desequilibrio fiscal. Desde abril, el mercado de deuda empezó a mostrar limitaciones, que se agudizaron en junio y que obligaron a más emisión monetaria para sostener las cotizaciones de los títulos públicos en pesos.
Los exministros Martín Guzmán y Silvina Batakis hicieron anuncios vinculados con la corrección del gasto público, pero no pudieron implementarlos. Eso aceleró el proceso de deterioro financiero, agravado por las mayores trabas a las importaciones y por medidas de controles cambiarios y de precios que generaron un impacto negativo mayor. Todo ello se tradujo en un notable deterioro de las expectativas.
La ventaja de Massa respecto de sus antecesores es que, a priori, parecería tener un mayor respaldo político, producto del temor que la crisis de julio generó en el Gobierno. Como punto negativo, el ministro no es economista y no parece apuntar a presentar un programa integral para revertir la dinámica económica. Hay otro elemento clave que es la credibilidad, hoy muy afectada por la falta de coincidencias en el propio Gobierno. Esto limita la expectativa de que se puedan implementar medidas que se sostengan en el tiempo, una vez pasado lo peor de una corrida financiera y, muy especialmente, cuando arranque el año electoral y se multipliquen las presiones de gasto.
Desde que asumió la gestión, se logró frenar la disparada de los tipos de cambio financieros. Y en los últimos días se frenó la caída de reservas internacionales, que siguen en niveles muy bajos y marcan la enorme fragilidad de la situación. La única fuente de divisas siguen siendo las exportaciones, pero el atraso del tipo de cambio oficial ya es un problema relevante: desde que asumió Alberto Fernández, el tipo de cambio real multilateral cayó 31%. Desde un nivel cómodo, hoy hay un atraso de al menos 25% para los sectores no beneficiados por subas de precios internacionales. Como contracara, esto alienta la importación, que está cada vez más limitadas, generando un efecto negativo en la actividad y los precios.
En el mercado de deuda doméstica, el canje reciente despejó el panorama de corto plazo, pero se plantea un gran desafío para 2023, ya que en el tercer trimestre se concentran cada vez más vencimientos.
Desde el punto de vista fiscal, los anuncios hechos van en el sentido de reducir el déficit, pero hasta el momento lucen insuficientes y concentrados en el esfuerzo del sector privado. El gasto en estructura de la administración nacional lejos de bajar, aumentó. A su vez, los ajustes de tarifas de luz, gas y agua apenas permitirán ahorrar 0,25% del PBI en lo que resta de 2022, mientras que el ajuste de gastos implementado el 22 de agosto pasado implica un ahorro de 0,2% del PBI.
Así, la combinación de los diferentes elementos lleva a esperar que en los próximos meses la inflación no baje demasiado, desde los elevadísimos niveles que tuvo en los últimos meses. Para agosto, estimamos una inflación en torno a 6,5%, y en los próximos meses, además de la inercia provocada por la indexación de precios en casi todos los sectores, también influirán en forma directa las subas de tarifas, los incrementos en combustibles y las reaperturas de paritarias que son cada vez más frecuentes, llevando a una dinámica difícil de corregir con medidas aisladas. Si el Gobierno logra evitar una devaluación fuerte del tipo de cambio oficial, y en cambio, mantiene la dinámica reciente de depreciación, y si no se repite una corrida financiera, la inflación podría promediar entre 5% y 6% mensual. Sin embargo, el riesgo de valores superiores sigue siendo significativo.
Otras noticias de Nota de Opinion
- 1
Ganancias: cuántos empleados y jubilados pagan ahora el impuesto y qué pasará en 2025
- 2
El sindicato de Flybondi reclama mejores condiciones laborales ante la llegada de tripulaciones extranjeras
- 3
Inverlat Investments se expande en Vaca Muerta
- 4
Plazo fijo: cuál es la tasa de interés banco por banco este jueves 26 de diciembre