La importación tiene mejores “abogados” que la producción
En el sobrecosto de los bienes fabricados en la Argentina influyen varias distorsiones, como las provocadas por algunas cargas impositivas; las claves del debate actual
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Estudié en la facultad por qué la Argentina exporta soja y Arabia Saudita, petróleo; los regímenes cambiarios y los efectos que producen los aranceles sobre las importaciones y las exportaciones; todo ello en el curso de economía internacional. También estudié los impactos que causan los impuestos y los subsidios en el curso de finanzas públicas.
Pero no estudié en ningún curso lo que generan las regulaciones internas, las trabas sindicales, ciertas insólitas decisiones judiciales, etcétera. Ahora bien, para el productor local, que registra el creciente avance de la competencia de lo importado, todo esto debería formar parte de una única materia.
Al respecto hablé con el inglés Edward Misselden (1608-1654), considerado uno de los mercantilistas más ilustres. Fue subdirector de la Merchant Adventure Co. entre 1623 y 1633, y representante de esa empresa y también de la Compañía de las Indias Orientales, en varias negociaciones comerciales, dedicando particular atención al papel cada día más destacado del comerciante en gran escala. Rol que, reflexionando sobre la historia económica de su país, destacó el economista inglés John Richard Hicks.
–¿Cuál es la esencia del folleto que usted publicó en 1622?
–Titulado Librecomercio: o cómo hacer que el comercio florezca, le atribuí la supuesta decadencia del comercio exterior inglés al exceso de importaciones, a la exportación de metales preciosos por parte de la Compañía de las Indias Orientales y al deficiente cumplimiento de la reglamentación sobre el comercio de textiles.
–Un año después polemizó con Gerrard de Malynes.
–En El círculo del comercio, o el balance comercial, lo acusé de bastardo combatiente. Según John Marion Letiche, al parecer en esta obra apareció por primera vez la expresión “balance comercial”. La idea era conocida, la novedad era la estimación. Dado que el arancel de importación era de 5%, multipliqué por 20 los correspondientes ingresos aduaneros para estimar el valor de las importaciones, y encontré que Inglaterra tenía déficit comercial y que se sobre la base de esto se explicaba el empobrecimiento del pueblo.
–Adam Smith criticó el mercantilismo de manera contundente.
–Ubiquémonos en la época. El planteo del solterón escocés de peluca empolvada, como cariñosamente lo describía Paul Anthony Samuelson, es entendible, pensando desde 1776 para adelante. Nosotros planteamos las políticas públicas en un mundo en el cual había guerras y no había bancos; no comprábamos la falacia de composición resultante del hecho de que el mundo en su conjunto no puede tener superávit comercial, de manera que el superávit de algunos países coexiste con el déficit de otros. En Mercantilismo, publicado en 1931, Eli Filip Heckscher puso las cosas en orden. Destaco que los mercantilistas fuimos proteccionistas en las relaciones comerciales entre países, pero liberales en el plano interno, porque propugnamos la eliminación de las aduanas interiores, que eran muy importantes en aquella época.
–Pasemos a la Argentina de 2024, donde dentro de la denominada “batalla cultural” se está planteando la cuestión de importaciones versus producción local.
–Lo peor que a ustedes les puede pasar es que planteen el debate en el plano doctrinario. En términos históricos, sería como mercantilistas versus fisiócratas; en términos geométricos, como la conocida demostración de que la frontera de posibilidades de consumo es más grande cuando existe algo de comercio que bajo autarquía, o en términos conspirativos, como propone la teoría del intercambio desigual, según la cual el comercio internacional es un vehículo de explotación de los países en vías de desarrollo por parte de los países desarrollados. Es un tema que en la Argentina popularizó Oscar Braun.
–¿Qué sería lo mejor?
–Que entendieran correctamente lo que les está ocurriendo, porque solo contando con buenos diagnósticos se puede encarar la solución del problema.
–Lo escucho.
–La revaluación del peso o, lo que es lo mismo, la caída del poder adquisitivo del dólar, deriva principalmente del hecho de que, a partir del 10 de diciembre de 2023, el Gobierno nacional recuperó cierto grado de credibilidad. Suficiente para que el movimiento de capitales de corto plazo haya pasado de fuga a ingreso –proceso que no habría que alentar– vía la fijación de las tasas de interés sistemáticamente por encima de la tasa esperada de devaluación. Todo esto tiene implicancias.
–¿Cómo cuáles?
–Se revirtió el turismo internacional y aumentó el costo en dólares de fabricar cualquier producto en la Argentina. Suena muy bonito decirles a los productores locales que “se acabó la joda”, que “ahora tienen que competir”, etcétera.
–A mí me parece muy razonable.
–Lo sería en un mundo ideal. Pero la realidad es diferente; en particular, una parte del aumento de los costos en dólares de la producción local está fuera del control de los empresarios. Tiene que ver con impuestos, regulaciones, restricciones laborales y sindicales, dinámicas judiciales, etcétera. Que se funda el empresario que no puede sobrevivir a la competencia por su falta de idoneidad no me parece mal, más allá de todas las dificultades que ocasiona. Pero que no se funda quien tiene que seguir enfrentando las dificultades propias de la producción local frente a la importada, por la existencia de distorsiones que están fuera de su control.
–Un planteo que en 1957 hicieron Kelvin John Lancaster y Richard George Lipsey.
–En su conocida monografía referida a la teoría del “segundo mejor”. La eliminación de distorsiones tiene que corregir el sobrecosto argentino, que volvió a aflorar en los últimos meses. Ejemplo: la eventual reducción de alícuotas impositivas o la eventual eliminación de gravámenes no debería comenzar por el impuesto PAIS, sino, por ejemplo, por el impuesto a los débitos y créditos bancarios.
–A propósito: la defensa corporativa de la producción local no parece estar muy presente.
–Así es. Si el planteo que piensan hacer se ubica en el terreno doctrinario, cuando no exclusivamente en el plano de los eslóganes, temen ser devorados por los partidarios de la economía abierta. De hecho, llama la atención que en el debate público la importación tiene mejores “abogados” que la producción local. Esto es desafortunado. ¿Dónde están quienes, en el pasado, ante situaciones parecidas, hablaban de “desindustrialización”?
–¿Qué deberían hacer?
–Superar el desafío de las acusaciones fáciles, como que defienden intereses prebendarios, que estafan a los consumidores, etcétera, para contribuir a la formulación de las políticas públicas, señalando concretamente a los responsables de los mayores costos de la producción local. De repente, esta información les está llegando a las autoridades económicas, aunque no se sepa públicamente. Sería una gran cosa.
–Don Edward, muchas gracias.
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