La historia detrás de los buscados alfajores que también come el presidente
Era 1992, Patricia Pasarón y Eduardo Dattoli vivían en Villa Traful, Provincia de Neuquén. Él tenía un aserradero y venían de años luchándola para llegar a fin de mes y dar lo mejor a sus hijos: Gerónimo de ocho años y Delfina de tres.
En la estación de servicio de Confluencia (camino a Traful) vendían unos alfajores artesanales hechos en San Martín de los Andes con mucho dulce de leche, y un día mientras los probaban se preguntaron: “¿Y si hacemos alfajores nosotros?”. Pero su conocimiento acerca del rubro llegaba a que los alfajores eran redondos y ricos. Entonces hicieron algunos, para probar. Patricia los bañaba con tabletas de chocolate para taza y cuando los agarraba se les pegaban en los dedos. A base de prueba y error una amiga de Bariloche le explicó que tenía que usar el chocolate de cobertura para alfajores. Compró una caja de cobertura, 10 kilos de dulce de leche, hizo una receta para tapitas a su criterio (receta que sigue siendo la misma de hoy), empezó a cocinar y nunca más paró. Eduardo pensaba que iban a comer esos 10 kilos de dulce de leche durante todo el invierno, pero, ante todo pronóstico, a la semana tuvieron que comprar otro tarro más.
Confluencia fue su primer lugar de venta: queda de paso para todo el que va a Bariloche. Un día un señor pidió un café con un alfajor y se quedó enamorado del sabor. Enseguida habló con Patricia y le encargó 50 docenas para su local, “yo en mis ganas de vender nunca calculé cuántos alfajores eran cincuenta docenas, eso era un martes y los quería para el viernes. Cuando caímos en la cuenta de que eran 600 alfajores nos queríamos morir”, recuerda hoy con la sonrisa de quien aún no puede creer cómo pasó. “Horneábamos con una fuente pizzera de a cinco tapitas en horno a leña. Un amigo nos prestó una cocina a gas que le conectábamos una garrafa y entre las dos cocinas terminamos. Era algo totalmente antihigiénico: en el almacén nos daban las cajas de fideos, galletitas, le poníamos papel manteca en el fondo e íbamos acomodando el papel vuelta y vuelta. Entregamos el primer pedido, recibimos una fortuna de plata y nos pidió para el otro viernes 500 alfajores más”. Cuando le volvieron a entregar le empezaron a hacer pedidos desde otros lugares, así quedó inaugurado lo que hoy son los clásicos viernes de reparto a Villa La Angostura.
Una torta de bodas y la visita del Presidente
“Hace casi veinte años conocimos a una familia encantadora que venía todos los veranos, y la más chiquita que, uno o dos años después cumplió 15 años acá en Villa Traful, me dijo – “El día que yo me case me gustaría que mi torta de casamiento sea un alfajor Del Montañes-, y bueno, así fue” recuerda Patricia que en el año 2011 se inspiraron con Delfina para cumplir el sueño: llevaron a Buenos Aires 30 tortas de alfajor de diferentes tamaños incluyendo la principal de dos pisos, sumado a varias cajas de 36 alfajores para repartir. “El casamiento era el 18 de junio y el 4 de ese mes hizo erupción el volcán de Chile que cubrió todo de cenizas. Teníamos miedo de no llegar, incluso en Buenos Aires se rompió el embriague por la cantidad de cenizas que le entró” recuerdan madre e hija. Pero lograron llegar al casamiento, al cual estaban invitados y las tortas alfajor fueron un éxito “hasta el dj y los mozos se llevaron a escondidas” les contaron luego los novios.
En el verano del 2017, el Presidente Mauricio Macri visitó Villa Traful para la inauguración del Centro de Convenciones. Patricia y Delfina estaban en primera fila detrás de una valla con la esperanza de poder saludarlo, sin saber que mientras esperaban el Presidente se dirigía para otro lado: “fue al local a comprar alfajores porque le dijeron que son los más ricos de la Patagonia. Las chicas de la fábrica le pidieron sacarse una foto y Macri entró por el depósito, se acercó a saludar y sacar la foto” cuentan entre risas. Después en el Centro de Convenciones se acercó a Patricia, “ me felicitó por los alfajores, fue una charlita de 15 segundos pero recontra emocionante, te paraliza, te deja como una sensación tan grata que lo menos que esperás es que un Presidente te diga qué lindo lo tuyo, qué ricos tus alfajores, no te lo esperás. Le escribí una carta que le hice llegar a Villa La Angostura y me respondió”. Las semanas siguientes la gente entraba al local en busca de “los alfajores del Presidente”, vecinos y amigos les pedían que les cuenten una y otra vez cómo había sido la visita.
En los primeros días de enero de este año recibieron la visita de María Eugenia Vidal: “Me dijo Mauricio que son los más ricos del mundo, así que le tengo que llevar a él también". Vino solo para comprar los alfajores cuenta contenta Patricia quien jamás imaginó, allá por el año 92, la repercusión que iban a tener sus productos.
El nacimiento de una marca
Para cuando Eduardo y Patricia se dieron cuenta de que podían vivir de los alfajores, decidieron averiguar cómo formalizar el emprendimiento, se inscribieron en la afip, hablaron con bromatología y todos los pasos necesarios. Cuando llegaron al diseñador gráfico para hacer el logo se dieron cuenta de que aún no tenían un nombre, pasaron la tarde leyendo libros, revistas, el diccionario, pensando opciones hasta que se les ocurrió “Productos Artesanales Del Montañes”, la idea era no cerrarse solo en los alfajores porque Eduardo proyectaba expandirse con otros productos. El logo surge de una piedra que hay en el Valle Encantado camino a Bariloche que a Eduardo siempre le gustó porque decía que tenía cara de un viejito montañés con sombrero y pipa. Se lo describió al diseñador y el primer dibujo que les hizo les gustó.
Comenzaron en agosto y para noviembre la demanda ya era importante. Una familia de General Roca (ciudad oriunda de la pareja) tenía casa en Villa Traful. Al ir de visita les pareció que el trabajo que estaban haciendo era insostenible: estiraban la masa a mano, amasaban el bollo dentro de una fuente de plástico. Patricia recuerda que le dijeron: “si tenés ganas de crecer tenés que pensar en un horno pizzero y una amasadora. Cuando vayas a Roca andá a verme que te doy una mano. Fuimos y cuando llegamos él y su esposa nos habían averiguado dónde comprar todos los materiales; nos prestaron $6000 que en el año ´92 era una locura; yo no paraba de preguntarme - ¿dónde me estoy metiendo? – pero en enero ya le pude devolver toda la plata”.
Enseguida pasaron de entregar los alfajores en bandeja de panadería con papel film a hacerlo con papel celofán y de manera individual. Cuando tuvieron la habilitación de bromatología ellos vivían en una casita prestada pero les exigían tener su propia fábrica. En el año ´94 les dieron el permiso para empezar la compra de un terreno y en cuatro meses construyeron la pequeña fábrica, la cocina y el depósito. Así dejaron de lado aquella casa donde cuenta Patricia que “había alfajores por donde miraras, la escalera era toda con bandejas de alfajores, había que ponerse los platos en la falda para comer porque no había espacio en las mesas”.
Matilde es la empleada que los acompañó desde el principio, luego se fueron sumando algunas más. Sus hijos ayudaban a pegar los stickers de la marca y toda la familia entera se subía a la camioneta y una vez al mes (hoy lo siguen haciendo) salían a repartir por el valle: desde Piedra del Águila, Chocón, Neuquén, Cipoletti, Allen, Campo Grande y General Roca que queda a 450km aproximadamente. Villa La Angostura, Bariloche y San Martín de los Andes es su fuerte durante el verano.
“Eduardo siempre decía que esto iba a ser nuestra jubilación, y no estaba errado. Entonces teníamos que seguir creciendo para vivir mejor y porque teníamos dos hijos. Las ganancias las invertíamos comprando máquinas para hacer helado, para fabricar dulces, construimos cabañas para alquilar, cambiábamos el auto para los repartos, todo era reinversión. Hasta que en el 2009 decidimos irnos por primera vez de vacaciones, nos fuimos a las Cataratas del Iguazú y al año siguiente a México” cuenta Patricia muy emocionada.
Del trabajo improvisado a un método ordenado
Para rellenar, sacaban el dulce de leche con una cuchara y con el cuchillo empujaban hacia la tapa. Para que queden todas del mismo tamaño idearon una lata que todavía siguen usando, que al ponerla aplasta el alfajor para que queden todos iguales. Era tantas las veces por día que pasaban el cuchillo por la cuchara que el borde de ésta última tomó filo.
En el 2009 les contaron de un señor en Mar de Ajó que hacía máquinas para alfajores. Se subieron al auto y fueron a verlas funcionar. Compraron dos máquinas: una para rellenar y otra para bañar. Al principio no hicieron más que traerle dolores de cabeza: las máquinas funcionaban con tapitas industriales que son todas iguales. Pero como ellos las hacen a mano, no todas quedan exactamente iguales: algunas más delgadas, otras más ovaladas, con el propio encanto del trabajo hecho a mano donde ninguna es igual a otra. Entonces la máquina levantaba la tapita, la empujaba y la rompía; eran alfajores rotos uno atrás del otro. Hasta que lograron encontrarle la vuelta para adaptarla. Así y todo tanto la preparación de la masa, como el armado, emprolijar los alfajores y envolverlos lo siguen haciendo de manera artesanal.
La pérdida del ser amado
Se llenan los ojos de lágrimas de Patricia cuando tiene que hablar de Eduardo, la herida aún no cicatriza. Delfina prefiere no hablar, el recuerdo de su Papá aún sigue intacto. Para una pareja que trabajó codo a codo, que amaba trabajar en familia y moverse juntos de un lado al otro, la pérdida del hombre de familia es un agujero que es imposible llenar. Eduardo falleció en Marzo del 2015 de una enfermedad respiratoria: “Con todo el dolor encima era re difícil tomar decisiones, decir cómo sigo.
Los dos primeros años la que apuntalaba era Delfina, también con sus altibajos subía, bajaba, empujaba, caía, pero yo seguía abajo. Creo que recién las dos un poco este año sentimos que arrancamos con todo a trabajar y a honrarlo a él con lo que él quería que era esto y hacerlo con todo, con mucha fuerza, pensando en crecer y seguir adelante” confiesa Patricia. Sus palabras se inundan de amor y orgullo cuando habla de él: “en los últimos años le gustaba estar al frente del local, charlar con el turista. No hay turista que no te pregunte si es duro el invierno, de qué vive la gente y a él le encantaba charlar, se quedaba en el local horas, a mí me daba la libertad de ir a buscar las materias primas y repartir productos. Durante muchos años su parte era la de hacer el mantenimiento de las máquinas, siempre había algo que solucionar y él era el técnico por excelencia. Le fascinaba construir, decía - ¡Vamos a hacer la heladería! – y en tres meses ya estaba hecha, no porque él supiera, sino de corajudo que era”.
Delfina, la hija que continúa con el legado familiar
Entre risas, Delfina recuerda algunas anécdotas: “A mucha gente le da intriga o se tientan cada vez que entran a la fábrica, para mí es totalmente normal. Sentir a la mañana el olor de las tapitas recién horneadas es algo natural. Me acuerdo de chica de estar siempre repartiendo alfajores y como era chiquita la visera del auto no me tapaba del sol, entonces yo renegaba porque quería dormir y me pegaba el sol de todos lados; estaba convencida de que nos perseguía porque quería comer alfajores” recuerda entre risas Delfina. A los 15 años se fue a terminar el secundario a Bariloche, luego se fue a estudiar Gastronomía a Neuquén y regresó a su casa para involucrase un poco más con el emprendimiento, “mi vocación se fue para ese lado, al principio me resultó medio por obligación, pero ahora me encanta, tengo proyectos y ganas de hacer cosas nuevas. Da miedo porque es algo grande y reconocido, es una responsabilidad grande pero me gusta” confiesa.
En el 2010 empezó a hacer chocolates, en el verano del 2014 abrió su propio salón de té al que luego le incorporó comida salada. Junto a Mariano, su pareja y apoyo, reparten los productos y él construye los exhibidores que ubican en los locales. Patricia se llena de orgullo cuando habla de sus hijos: “Ella sola se fue involucrando, lo hace muy bien, tiene ideas renovadoras de la juventud y me encantan. Después de la partida de Eduardo fue ella quien tomó la posta de los repartos, incorporó los dulces y licores. Gerónimo tiene su propia actividad, construye cabañas, trabaja con la madera, no estuvo tan metido en la fábrica, salió más a su padre en el rubro de la construcción”. Gerónimo vive muy cerca de ellas con Marianela, su mujer, y dos hijos. “Sin dudarlo Delfina es la que va a continuar. La fábrica ya tiene 25 años y a este presente que es hoy, fue todo ese futuro que proyectamos cuando empezamos, y yo ya delego en ella el futuro Del Montañés, porque sé que tiene la capacidad de hacerlo”, afirma su mamá.
Algunos datos Del Montañes
- El alfajor que más come la gente es el negro.
- Recién en el 2017 Delfina logró encontrar en San Martín de los Andes a la persona indicada que le prepare dulce de Frambuesa y Rosa Mosqueta con la consistencia necesaria para que se sostenga dentro del alfajor.
- En Enero hacen 1200 alfajores por día, usan 53 kilos de dulce de leche y 10 kilos de chocolate
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