La historia del proyecto que podría “salvar” al país y quedó sepultado por la desconfianza a la Argentina
En el país se analizó construir una planta de licuefacción para exportar GNL, pero nunca prosperó por la falta de confianza de las empresas inversoras
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La Argentina enfrenta un fuerte shock negativo con la disparada del precio internacional del gas, que amenaza con dejar obsoleto el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) incluso antes de ser aprobado. Tal es la preocupación en el Gobierno que el ministro de Economía, Martín Guzmán, viajó de manera sorpresiva el martes a la noche a Houston para participar del evento energético más importante del mundo, CERA Week. Este escenario es una paradoja para el país, donde hace solo tres años se hablaba de la preocupación de los excesos de producción local de gas y se analizaban proyectos para aumentar las exportaciones.
El mercado de gas tiene dos características que lo hacen mucho más complejo que el de petróleo. Por un lado, el consumo residencial no es constante todo el año, sino que se triplica durante los tres meses de invierno (en un gráfico, tiene la forma de una campana). Esto genera que en el invierno haya que complementar la producción local con importaciones para cubrir los picos de demanda. Para las empresas, no es rentable aumentar la oferta para abastecer solo tres meses del año, ya que los pozos no son una canilla que se pueden abrir y cerrar fácilmente, sin perder rentabilidad.
Este problema se complementa con la segunda característica del gas: por su composición, es muy costoso almacenarlo. Para hacerlo, tiene que pasar por el proceso de licuefacción, que significa enfriar el gas natural a 160 grados bajo cero para pasarlo a estado líquido y convertirlo en gas natural licuado (GNL).
Los dos barcos regasificadores que se encuentran amarrados en Escobar y en Bahía Blanca hacen el proceso inverso de licuefacción: reciben los buques llenos de gas líquido y lo convierten a estado gaseoso para inyectarlo en los gasoductos. Esto es más caro que importar gas de Bolivia.
La Argentina tiene con Vaca Muerta la segunda entre las mayores reservas de gas no convencional. Es decir, se podría producir para abastecer el consumo durante todo el año, pero para ello hace falta infraestructura que le garantice a las empresas que en verano van a tener demanda y no van a perder la producción.
Las opciones que se barajaron durante los distintos gobiernos fue construir cuevas subterráneas, como hay en Estados Unidos, para almacenar el gas y poder utilizarlo en el invierno. Pero la opción que más atractivo generó fue la de construir una planta de licuefacción que permita al país exportar el GNL. La Argentina cuenta con la ventaja de estar en el hemisferio sur y, por lo tanto, le sobra gas justamente cuándo más lo necesitan Europa, Japón y China.
La planta de licuefacción no es barata. Tiene un costo de más de US$4000 millones y tarda tres años en construirse. Para financiarla, hubo interés de varias empresas en aportar el capital, pero la falta de credibilidad y de seguridad jurídica en el país, el constante cambio de reglas de juego (con el congelamiento de tarifas, por ejemplo) y la crisis económica que hizo disparar el riesgo país generaron que este proyecto nunca se concrete.
Quien estuvo más cerca de hacer realidad esta alternativa fue YPF, que contrató una barcaza como experiencia piloto a fines de 2018, durante la gestión de Miguel Gutiérrez y Daniel González, presidente y CEO, respectivamente. En ese entonces firmaron un contrato de exclusividad por 10 años con la empresa belga Exmar, que tenía una capacidad de licuefacción de 2,5 millones de metros cúbicos de gas por día (m3/d). Para tener una referencia, los barcos que llegan a Escobar tienen una capacidad de 51 millones de m3 y los de Bahía Blanca, 82 millones de m3.
Sin embargo, durante la pandemia, el precio del gas se derrumbó (como ocurrió con el petróleo) ante la fenomenal caída de la demanda (muchas industrias cerraron durante las cuarentenas). Ante la necesidad de bajar costos, YPF decidió rescindir el contrato con Exmar y le pagó una indemnización de US$150 millones. Fue en 2020.
Según dijeron en su momento en la petrolera, el resultado total de la operación de la barcaza finalizó con una pérdida aproximada de US$145 millones, tras realizarse solamente cinco exportaciones, por un total de 80.500 m3 de GNL.
El precio del GNL fue muy volátil en los últimos años, al igual que el de todos los hidrocarburos: pasó de un valor aproximado de US$8 el millón de BTU (medida inglesa que se utiliza en el sector) en 2018, para descender a US$3 en 2020, el año de la pandemia.
A fines de 2021, el precio comenzó a subir de nuevo ante la mayor demanda pospandemia y la lentitud que registró el mundo para reactivar la producción de gas por la falta de inversiones. De este modo, en enero, el precio del GNL ya estaba en US$23 previo al conflicto bélico y saltó a casi US$60 con la invasión de Rusia a Ucrania. Con los precios actuales del gas, se cree que las importaciones de GNL podrían costarle a la Argentina más de US$7000 millones, cuando el año pasado representaron US$1000 millones.
Aunque se trate de una conclusión hipotética, si el país hubiera contado con la planta de la que se habló tantas veces, podría beneficiarse de ese salto sideral en los valores de algo que podría producir. Sin embargo, el incremento de precios de la energía se volvió una preocupación para el Gobierno, porque la reducción del gasto fiscal y la salida de divisas por el incremento del valor de las importaciones será mayor a la estimada.
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