El hombre que inventó los tipos móviles y, con ellos, la imprenta moderna, se fue de este mundo con una "mala impresión": Johannes Gutenberg cambió la historia para siempre, pero su propia creación, la forma en que se manejaba su negocio en aquella época y la avaricia de prestamistas usurarios, hicieron que terminara sus días en la ruina.
Este genio reconocido como el inventor del milenio nació en 1398, en Maguncia, que hoy pertenece a Alemania, pero que en aquel momento era parte del Sacro Imperio Romano Germánico. Era el hijo menor del matrimonio compuesto por Friele Gensfleisch zur Laden, un comerciante que cambió su apellido para huir de los acreedores, y Else Wirichun, proveniente de una familia con tradición de tenderos.
Poco se sabe de su infancia y educación, aunque sus logros posteriores evidenciarían que había recibido una buena instrucción. Si bien era un gran conocedor del arte de la fundición del oro, algo muy valorado en su tiempo, debió ganarse la vida como herrero para el obispado de su ciudad.
Hay constancia de que estudió en la Universidad de Erfurt, pero, a partir de ahí, no se supo nada más de él, hasta que en 1434 aparece como platero en Estrasburgo, Francia. Cinco años más tarde hizo un contrato con tres socios para fabricar pequeños espejos metálicos para los peregrinos, pero eso terminó mal, porque lo acusaron de robo de metales y le iniciaron un proceso en cuyo expediente aparecieron tres palabras claves de algo que ya rondaba en su mente: prensa, formas e impresión.
Concluido ese juicio y una vez pagado lo que se le reclamaba, Gutenbertg volvió a Maguncia y se asoció con un financista, que le prestó dinero para enfrascarse en algo que lo tenía obsesionado: mejorar la forma en que se imprimía, ya que en esos tiempos imprimir un libro era prácticamente un milagro. Apostó todo a una nueva técnica que, según él, podía hacer varias copias de la Biblia en la mitad del tiempo y con mejor calidad.
Fundió en metal cada una de las letras del alfabeto por separado, e ideó un sistema para ponerlas una a continuación de otra y sujetarlas. Esas letras, combinadas, fueron palabras, y esas palabras, fueron páginas. Fue así cómo creó lo que lo haría pasar a la historia: los tipos móviles, que agilizaron la impresión y cambiaron el mundo para siempre.
Tal como se describe en un artículo de la BBC, el sistema de Gutenberg giraba en torno a un método de producción en masa del tipo de metal. "Gutenberg era un orfebre, muy versado en el preciso arte de tallar punzones para monedas. Así que él y sus asociados tallaron intrincadamente un punzón para cada letra en metal duro, con la forma de la letra sobresaliendo en relieve, pues era más fácil que tallar una forma de letra ranurada", se explica en el texto mencionado.
El punzón luego estamparía una "matriz" con la letra presionada en ella. Finalmente, la matriz se sujetaba en un molde manual, se vertía la aleación fundida y el tipo de metal en sí emergía, se enfriaba rápidamente y quedaba listo para usar. "Una vez que el tipo quedaba firmemente fijado en un marco, Gutenberg podía cepillar la tinta a base de aceite que había desarrollado, presionar firmemente el papel ligeramente húmedo sobre el metal y admirar los resultados", cuenta la nota de la BBC.
Gutenberg probó su máquina imprimiendo un texto escolar de 28 páginas, pero rápidamente pasó a un proyecto de prestigio: una magnífica edición de la Biblia en latín, que concretó en 1455 y de la que hizo un tiraje récord de 120 ejemplares, de los actualmente solo sobreviven 46. En los siguientes años, Gutenberg imprimió más de 6000 obras y su invento se esparció por todo el mundo.
Tal como se destaca en la publicación de la BBC, cuando Enea Silvio Piccolomini, el futuro Papa Pío II, vio parte de la Biblia de Gutenberg en 1455, lo elogió como "un hombre maravilloso" y señaló que "el tipo era tan claro que podía leerse sin gafas", y que todas las copias habían sido vendido.
Desde que Gutenberg hizo posible la producción masiva de escritura, el precio de los libros colapsó. El alcance de este cambio es difícil de exagerar. Durante varios siglos antes de Gutenberg, el precio de un manuscrito, un libro escrito a mano, rondaba el salario de seis meses. En poco tiempo, estuvo más cerca del salario de seis días, y a principios del siglo XVII, del salario de seis horas. "La producción de material impreso comenzó a dispararse. Se imprimieron más libros en el primer siglo después de la imprenta que los que se habían copiado a mano en toda la historia de Europa anterior a Gutenberg", cuenta la BBC.
Aquel hijo de un comerciante que había cambiado su apellido para huir de los acreedores era ahora el inventor del siglo (y tal vez del milenio) y había cambiado al mundo para siempre. Estaba en su mejor momento. Tocando el Cielo con las manos. Pero... siempre hay un "pincelazo" que echa todo a perder.
Pese a su genialidad, Gutenberg era un hombre pobre. Además, su propio invento había abaratado los libros y, en consecuencia, había cambiado por completo el negocio. Entonces, para montar su propia imprenta, en la que trabajaba sin descanso con los tipos móviles, a los que él llamaba "mis 26 soldaditos de plomo", debió endeudarse más allá de lo que podía devolver con sus ganancias.
El último de sus prestamistas usurarios, se negó a ampliarle el crédito y lo demandó por moroso, por lo que el gran inventor perdió su imprenta, todo su material y las biblias ya impresas. Quedó sumido en la total oscuridad, en la calle y sin una moneda, hasta que finalmente, el 3 de febrero de 1468, mientras muchos otros se llenaban de dinero con su invento, Gutenberg murió.
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