La hiperinflación como objetivo de la política económica
El candidato de la Libertad Avanza provocó un mar de críticas por sus declaraciones sobre la relación entre el peso y el dólar en medio de la corrida cambiaria que golpea a la Argentina
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Hace casi 50 años, el gran economista Adolfo Canitrot publicaba un artículo que pronto se convertiría en un clásico: “La disciplina como objetivo de la política económica”. En una pieza que maridaba el análisis político y el económico, Canitrot explicaba que el principal propósito de la estrategia de política económica de Martínez de Hoz en 1976 no era ordenar la macroeconomía y estabilizar la inflación desbocada tras el “Rodrigazo”, sino disciplinar las aspiraciones de los sectores populares.
La historia, decía un filósofo alemán, suele repetirse; primero como tragedia y luego como farsa. Las recientes declaraciones del candidato a presidente Javier Milei sugieren, con bastante transparencia, que el propósito inicial de su política económica no será estabilizar la economía y bajar la inflación, sino que, por el contrario, acentuar la incertidumbre, provocar una crisis cambiaria y dar curso a un proceso hiperinflacionario. Sus expresiones públicas no exigen intérpretes profesionales: “El peso es la moneda que emite el político argentino, por ende, no puede valer ni excremento, porque esas basuras no sirven ni para abono”; “cuanto más alto esté el precio del dólar, dolarizar es más fácil”.
La teoría económica nos enseña que el precio de un activo financiero está mayormente determinado por las expectativas que el mercado se forje respecto a su precio futuro. El peso es un activo financiero. Si quien tiene más chances de convertirse en presidente anuncia que planea cerrar el Banco Central y dejar de emitir pesos para sustituirlos por dólares, ¿qué valor puede tener ese activo en vías de extinción? ¿Cuánto vale el excremento que no sirve ni para abono? Concluir que, con Milei presidente, el peso va camino a valer cero es idéntico a que la suba del precio del dólar no tiene límite.
¿Cuál es el propósito de buscar semejante hiperdevaluación del peso? ¿Ganar las elecciones? No parece una conjetura atractiva. Todos los analistas coinciden en que Milei supo captar el sentimiento de hastío y bronca de la sociedad y su necesidad de encontrar una opción distinta a los candidatos del gobierno actual y del anterior. No pareciera necesitar un colapso económico para ganar la elección; con el actual deterioro le basta. Parece mucho más sencillo encontrar una explicación en otro lado: hacer financiera y políticamente viable la dolarización de la economía.
Hace pocas semanas, un amplio grupo de economistas nos manifestamos en contra del proyecto dolarizador. Argumentamos que la dolarización es una muy mala opción para la Argentina, pero que además es impracticable en las condiciones actuales, a menos que se esté dispuesto a atravesar una brutal devaluación e hiperinflación (potencialmente combinada con una alteración de los contratos en el sistema financiero). La razón es sencilla. Dolarizar requiere que el Banco Central rescate unos $7 billones de base monetaria y otros $21.3 billones de pasivos remunerados (las “leliqs”) y los cambie por dólares. Al los $800 que valía el dólar hace una semana, ese rescate requeriría unos US$35.000 millones. Agreguemos que para cerrar el Banco Central se necesitarían también otros US$5000 millones para dejar las reservas netas -hoy negativas- en cero.
El Banco Central no tiene los US$40.000 millones que se precisaban hasta hace una semana para dolarizar. Esos fondos se tienen que conseguir vía endeudamiento con el sector privado. El problema es que el Estado argentino no tiene acceso al crédito y mucho menos para conseguir esa magnitud. Ahora bien, si el tipo de cambio fuera más alto, las necesidades de financiamiento se reducirían. Si el tipo de cambio fuera $1600 por dólar, el financiamiento requerido disminuiría a US$20.000 millones y si trepara a $2800 por dólar, las necesidades caerían a US$10.000 millones.
Una hiperdevaluación no sólo facilitaría la implementación financiera de la dolarización, sino que también podría ayudar a hacerla políticamente viable. Aun con una buena elección el 22 de octubre, Milei contaría con un soporte legislativo muy delgado: tendría una bancada propia de no más de 50 diputados y 8 senadores, cuando el quorum en cada cámara es de 127 diputados y 37 senadores. Sería un presidente obligado a negociar. ¿Podría Milei conseguir los votos para un proyecto tan criticado por el resto de los partidos políticos?
Un destacado colega peruano me recordaba hace pocos días que la estabilización que hizo Alberto Fujimori en 1990 fue tan costosa económica y socialmente que Perú sufrió un brote de cólera, una enfermedad del siglo XIX. Cuando le pregunté cómo fue posible que una estabilización con costos tan altos fuera tolerada socialmente, mi colega me respondió: “En hiperinflación, la demanda social de estabilidad es tan grande que la gente está dispuesta a soportar cualquier cosa, incluso el cólera”.
Incitar una corrida cambiaria para provocar una mega devaluación y someter a la economía a un proceso hiperinflacionario es insensible e imprudente. Una hiperinflación aumentará brutalmente la pobreza y podría alterar la paz social. Fabricar un contexto como ese, cuando se carece de experiencia política y gestión, de equipos técnicos y anclaje político podría poner en riesgo la gobernabilidad. La Argentina no merece ni necesita semejante salto al vacío.
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