La Fed no supo predecir la crisis, pero no fue la única
FRÁNCFORT.– Los críticos de la Reserva Federal de los Estados Unidos están dándose un festín con las embarazosas revelaciones de sus evaluaciones de riesgo en las vísperas de la crisis financiera. Por ley, la Fed debe publicar las transcripciones de su Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC) pasados cinco años de las reuniones.
Si bien la crisis completa no estalló hasta el colapso de Lehman Brothers en septiembre de 2008, ya en el verano de 2007 estaba claro que algo andaba muy mal en los mercados de crédito, que habían comenzado a comportarse de maneras muy extrañas. Sin embargo, muchos funcionarios de la Fed claramente fueron incapaces de reconocer la relevancia de lo que ocurría. Uno de los gobernadores opinó que la Fed debía considerar positivo que los mercados comenzaran a preocuparse por las hipotecas de alto riesgo. Otro argumentó que el estrés del verano en el mercado probablemente fuera un pequeño contratiempo.
Varios críticos están tomando esas afirmaciones como evidencia de que la Fed es incompetente y que su independencia debe ser restringida, o algo peor. Son disparates. Sí es cierto que podría y debería haber actuado mejor, pero criticar a los gobernadores de la Fed por no detectar la catástrofe es absurdo.
La Fed no estaba para nada sola. En agosto de 2007 pocos participantes en los mercados tenían idea de lo que sucedía. El Congreso estadounidense no tenía noción. Tampoco el FMI mostró brillantez. En abril de 2007 publicó sus famosas "Perspectivas de la economía mundial del Día de San Valentín", donde declaró que todos los problemas en los EE.UU. y en otras economías avanzadas por los que se había preocupado eran exagerados.
Además, es engañoso criticar los comentarios más equivocados de algunos gobernadores en el contexto de un activo debate intelectual sobre las políticas. Es legítimo criticar la pobreza de criterio de algunos. Pero eso no impugna a todos y menos a la institución.
Los modelos macroeconómicos más avanzados de los bancos centrales también fallaron miserablemente. Si bien la Fed evalúa muchos enfoques e indicadores al tomar sus decisiones, no hay duda de que se vio fuertemente influida por el pensamiento académico dominante –incluidos los modelos de ciclos económicos reales y los del nuevo keynesianismo– que suponían que los mercados financieros funcionan perfectamente. De hecho, los bancos centrales más importantes publicitaron la idea de la "gran moderación": el silenciamiento de la volatilidad macroeconómica.
Ahora sabemos que los modelos macroeconómicos canónicos no incluyen adecuadamente las fragilidades de los mercados financieros, y que corregir los modelos y mantener su flexibilidad es una tarea formidable. Si los modelos hubieran permitido al menos la posibilidad de imperfecciones en el mercado de crédito, la Fed podría haber prestado más atención a los indicadores de ese mercado, en tanto reflejo de las condiciones generales en el mundo financiero, como lo hacen los bancos centrales en los mercados emergentes.
Incluso si la Fed hubiera entendido mejor los riesgos, no le habría sido fácil evitar la crisis por sí sola. La eficacia de las políticas de tasas de interés es limitada y muchos de los mayores problemas radicaban en las regulaciones. Calibrar una respuesta no era fácil. Para fines de 2007, la Fed y el Tesoro de los EE.UU. muy probablemente ya habían visto al menos un informe que advertía que sólo una intervención masiva para apoyar los créditos de alto riesgo podría impedir una catástrofe.
Un rescate de esa naturaleza habría costado unos 500.000 millones de dólares o más, con las grandes empresas financieras como principales beneficiarios. ¿Hubo alguna posibilidad de que una medida así fuera aprobada por el Congreso sin que la sangre llegara a las calles?
Fue esta lógica la que me llevó a un pronóstico muy sombrío en un discurso con amplia cobertura en Singapur, el 19 de agosto de 2008, un mes antes de la caída de Lehman Brothers. Sostuve que la situación no mejoraría hasta después de empeorar mucho, y que el colapso de una de las mayores financieras del mundo era inminente. Mi argumento se apoyó en mi percepción de que la economía mundial ingresaba en una gran recesión y tuve el beneficio de los trabajos que hicimos con Carmen Reinhart sobre la historia de las crisis financieras.
No buscaba sensacionalismo. Pensé que lo que decía era obvio. Pero mi predicción saltó a las primeras páginas de muchos periódicos. Aún distaba de ser una visión consensuada, aunque la preocupación crecía.
¿Aumentaban también las preocupaciones en la Fed en el verano de 2008? Tendremos que esperar hasta el año que viene para averiguarlo. Pero, cuando lo hagamos, recordemos que cualquiera puede predecir el pasado.
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