Jack Parsons tenía dos caras, como esa Luna a la que ayudó a llegar con alguno de sus inventos: de día era un genio de la ingeniería aeroespacial y de noche se hacía llamar el Anticristo. Dueño de una capacidad excepcional para todo lo relacionado con la química, llegó a codearse con los mayores exponentes de la ciencia y aportar sus conocimientos para logros impensados, pero su lado oscuro lo llevó por el mal camino y lo condujo a la muerte a los 37 años.
John Whiteside Parsons, tal su nombre completo, había nacido el 2 de octubre de 1914, en los Ángeles, en la costa oeste de los Estados Unidos. Era hijo de un matrimonio fallido de clase media y desde muy chico se interesó por las historias de ficción, por la pólvora y por el ocultismo.
Según El DiarioMontañés, un periódico español impreso en Cantabria y Santander, Parsons estuvo siempre vinculado a una madre posesiva (se suicidó horas después de morir el hijo) y educado en el odio a un padre adúltero. "Todo ello forjó una personalidad caracterizada por el odio a todo tipo de poder institucionalizado y a la vez abierto a los sueños en un mundo en donde todo era posible. Parsons era sin paliativos un genio y a la vez un visionario", expresa esta publicación.
En su temprana adolescencia, Parsons conoció a Edward S. Forman, un compañero que se convirtió en su sombra y con el que compartía su interés por las historias de ciencia ficción. "Aficionados a los petardos y las explosiones, ya en 1928 comenzaron a experimentar con pequeños cohetes de combustible sólido en el jardín trasero de su casa. En 1932, realizaron un experimento bastante exitoso que anunciaba que su pasión por los cohetes era algo más que un hobby.
En el colegio, sus profesores se asombraban porque a pesar de que su nivel académico general era bastante pobre, demostraba conocimientos y aptitudes magníficas para la química. Cuando murió su padre y debió buscarse un trabajo de medio tiempo, consiguió entrar en la Hercules Powder Company of Pasadena, una importante empresa de productos químicos y municiones, donde su amor por los explosivos y sus conocimientos sobre el tema no hicieron más que crecer.
Un año después de conseguir ese trabajo, Parsons se graduó en la University School, una pequeña academia privada. Luego, ingresó con su amigo Eduard Forman en la University of Southern California, pero ninguno de los dos logró graduarse.
Al mismo tiempo, continuaba con sus experimentos caseros, con los que logró importantes avances y consiguió fondos para un objetivo que en ese momento era de ciencia ficción: armar una nave para enviar al espacio. Muy pronto, inició una carrera que lo llevaría a desarrollar, de manera directa o indirecta, muchos de los avances que permitieron que unos años después el hombre pusiera un pie en la Luna.
Un cráter llamado Parsons
Pese a carecer de una formación académica, su inteligencia, sus conocimientos y su creatividad eran extraordinarios, por lo que antes de los 30 años ya se había hecho un nombre en la ingeniería espacial. Llegó a trabajar en el Laboratorio Aeronáutico Guggenheim y fue cofundador del Laboratorio de Propulsión a Chorro. Es más, se lo considera uno de los fundadores de la NASA (Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio, según sus siglas en inglés).
Pero el excéntrico Jack Parsons ingresó a la historia grande cuando logró crear un combustible sólido para cohetes que ayudó a los Aliados a ganar la Segunda Guerra Mundial y que fue utilizado luego por la NASA para enviar naves espaciales a la Luna, donde actualmente hay un cráter que lleva su nombre.
Aquel chico de clase media que se obsesionaba con la pólvora y la ciencia ficción, era ahora uno de los pioneros de la carrera espacial, era considerado un genio y tenía un potencial creativo que no conocía límites. Estaba en su mejor momento, tocando el Cielo con las manos. Pero... siempre hay un "pincelazo" que lo arruina todo.
Ocultismo y locura
Como se dijo, Jack Parsons tenía doble personalidad: de día era un genial inventor, pero de noche se hacía llamar el Anticristo. Como ocultista, se interesó por el trabajo del famoso mago británico Aleister Crowley y su religión llamada Thelema. Incluso, ingresó en una de las organizaciones esotéricas lideradas por el místico inglés, la Ordo Templi Orientis, llegando a ser la cabeza de la Logia Ágape, en California, en 1942.
Su debilidad por lo oculto lo llevó a tener malas compañías y a celebrar rituales para crear un nuevo tipo de ser humano que, según él, finalmente destruiría al cristianismo. Además, realizó ingentes esfuerzos de magia sexual para concebir con su primera y segunda esposa a una "niña de la Luna", que sería una figura mesiánica para la nueva era.
Aunque siempre dijo que sus prácticas ocultistas no interferían con su labor científica, lo cierto es que estas lo hicieron desbarrancar cada vez más, a punto tal que un día de 1952, mientras realizaba un "experimento mágico" en el laboratorio que había montado en su casa, se produjo una explosión química que terminó con su vida.
Murió así, a los 37 años, uno de los personajes más extraños del siglo XX, un genio que hoy es considerado uno de los pioneros de la era espacial y gran responsable de que el hombre haya puesto un pie en la Luna, pero al mismo tiempo, un ser oscuro y enigmático, que se sumergió más allá de lo recomendable en el mundo de lo oculto.
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