La exportación industrial ha sido el jugador olvidado en el país en los últimos 70 años
Nuevamente la industria sustituta de importaciones comenzó a exigir que se limite de alguna manera la entrada de productos que compitan con los que se producen en el país. Este tema no tuvo la adecuada atención de la discusión política y, es a menudo, políticamente incorrecto debatirlo.
Proteger o liberar el movimiento de productos, servicios y capitales es considerado un tema clave en política internacional y fundamental para nuestro país. A mediados del siglo XX se inició una etapa de economía cerrada, que se abrió, en parte, en los 90. Con el nuevo milenio volvimos a una economía cerrada, regulando de modos arbitrarios los productos que podían ser importados, motivo por el cual acabamos de recibir un fallo en contra por parte de la OMC, indicando que la Argentina violó las reglas de los acuerdos comerciales con su restricción de las importaciones.
Las ventajas del comercio internacional fueron muy estudiadas y ya nadie discute que enriquecen al país que intercambia. El principio básico es que hay que importar lo que es más barato que producir en el país. Si por eso creciera la importación, se demandarían más divisas, lo cual subiría el tipo de cambio, que aumentaría las exportaciones, hasta equilibrar importaciones con exportaciones. Si ocurriera que las importaciones superaran a las exportaciones, es porque el resto del mundo nos está prestando. Y a la inversa.
Hay muchos motivos por los que un país puede producir a menores precios que otro. El más obvio es que dispone de economías de escala, como si nosotros quisiéramos producir, por ejemplo, un avión para 300 pasajeros. No tenemos economías de escala para eso. Otro caso es que la mano de obra sea más barata en determinado lugar, como China. Hay más razones, pero en cualquiera de estos casos debemos preguntarnos ¿por qué no importaríamos?
El argumento en favor de no importar es que se disminuye la demanda de trabajo nacional, o sea, que decrece el salario y se destruye empleo. Pero esto deja de ser válido si la industria que sustituye importaciones es reemplazada por exportación industrial. Ambas demandan mano de obra y la discusión debe ser cuál demanda más. Si lo analizamos en términos del mercado potencial, podríamos tener una aproximación a la respuesta.
En la Argentina, el debate histórico ha sido la protección de la industria nacional generadora de empleo versus la exportación agrícola, que en teoría demanda menos mano de obra. Se razona que, al importar más, sube el dólar, aumenta la exportación agrícola, de menor demanda de mano de obra, y así se beneficia sólo a los dueños de los campos. Esta dicotomía histórica no tiene en cuenta e ignora a la potencial industria exportadora y su capacidad de creación de empleo.
Un ejemplo es el caso de la industria del vino, que muestra cómo su exportación creció sorprendentemente a partir de 2002, cuando el tipo de cambio aumentó significativamente. Pasó de US$ 90 millones en exportaciones, en 2000, a casi US$ 1000 millones, en 2012, pico previo al atraso cambiario. Y, según diferentes estudios y estadísticas, entre mano de obra directa e indirecta, pasó de 100.000 empleos, en 2000, al pico de 160.000, en 2011.
¿Por qué preferir a la industria exportadora y no a la sustituta de importaciones? Primero, porque el conjunto de la población se beneficia con los bienes importados más baratos. Segundo: está comprobado que la industria que exporta incrementa su productividad en el tiempo mucho más que la que sustituye, porque al exportar se logran economías de escala y la competencia internacional obliga a mejorar costos permanentemente para poder seguir en el negocio. Tercero: la mayor demanda de empleo por parte de la industria exportadora permitiría absorber parte de aquellas personas que hoy están ocupadas en empleos públicos de baja productividad, permitiendo así bajar el gasto del Estado.
La recomendación, dadas estas consideraciones de ganadores y perdedores, es que los que pierden sean compensados por los que ganan. Difícil de ejecutar políticamente, pero es necesario discutirlo.
Finalmente, cualquier traba a la importación es un daño a la exportación. Impedir una importación implica disminuir la demanda de dólares, o sea, determinar un tipo de cambio menor. Consecuentemente: un peor tipo de cambio para el exportador. En la discusión en favor o en contra de la industria exportadora, los que piden prohibir importaciones sólo quieren perjudicarla. Lo mismo ocurre con las decisiones de política económica que afectan la cuenta de capital en la balanza de pagos. Si vamos a financiar el déficit con endeudamiento externo, debemos saber que esta entrada de dólares hará descender el tipo de cambio, perjudicando y desalentando claramente a los exportadores.
Estamos en un muy buen momento para discutir políticamente nuestro modelo de crecimiento: la economía cerrada de los últimos 70 años o una economía de comercio internacional libre donde florezca la exportación industrial. Seguir el modelo asiático o cerrarse a la competencia internacional y al crecimiento exportador que es la única llave para aumentar la productividad y eliminar la pobreza.
El autor es licenciado en Comercio Internacional y director de empresas vitivinícolas