La expansión o la austeridad pueden ser ideas ingenuas
CAMBRIDGE.- Muchos, si no todos, de los problemas macroeconómicos más acuciantes del mundo tienen relación con el sobreendeudamiento. En Europa, una combinación tóxica de deuda pública, bancaria y externa en la periferia amenaza con desmoronar la eurozona. Al otro lado del Atlántico, un enfrentamiento entre los demócratas, el Tea Party y los republicanos de la vieja escuela ha producido una extraordinaria incertidumbre sobre cómo Estados Unidos va a cerrar su déficit público del 8% del PBI en el largo plazo. Mientras tanto, Japón tiene un déficit presupuestario del 10% del PBI, a pesar de que un creciente número de jubilados pasa de comprar bonos del tesoro japonés a venderlos.
Aparte de retorcerse las manos, ¿qué deberían estar haciendo los gobiernos? Un extremo sería el simplista remedio keynesiano que supone que los déficits públicos no importan cuando la economía se encuentra en una profunda recesión; de hecho, cuanto más grandes, mejor. En el extremo opuesto están los absolutistas del techo de la deuda, que quieren que los gobiernos comiencen mañana mismo (si no ayer) a equilibrar sus presupuestos. Ambas posturas son peligrosamente superficiales.
Los absolutistas del techo de la deuda subestiman tremendamente los cuantiosos costos que implicaría autoimponerse una "parada súbita" en la financiación de la deuda. Precisamente, estos costos son la razón de que países sin recursos como Grecia se enfrenten a trastornos sociales y económicos tan masivos.
Resulta atractiva la lógica de decir que los gobiernos tienen que equilibrar sus presupuestos; lamentablemente, el asunto no es tan sencillo. Los gobiernos suelen tener miles de compromisos de gastos relacionados con servicios básicos, como la defensa nacional, proyectos de infraestructura, educación, salud y jubilados. Ninguno puede abandonar estas responsabilidades de la noche a la mañana.
Cuando Ronald Reagan asumió la presidencia el 20 de enero de 1981, anuló con carácter retroactivo todas las ofertas del empleo público extendidas por el gobierno previamente. La señal de que tenía intenciones de frenar el gasto público fue muy potente, pero el efecto inmediato sobre el presupuesto resultó ser insignificante. Por supuesto, un gobierno también puede cerrar la brecha presupuestaria aumentando los impuestos, pero todo cambio repentino puede elevar de manera importante las distorsiones que éstos causan.
Si los absolutistas del techo de la deuda son ingenuos, también lo son los keynesianos simplificadores. Ven el persistente desempleo posterior a la crisis financiera como una justificación de peso para una expansión fiscal mucho más enérgica, incluso en países que ya tienen grandes déficits, como Estados Unidos y el Reino Unido. A quienes están en desacuerdo se los señala de estar a favor de la "austeridad" en momentos en que el bajísimo nivel de las tasas de interés hace que los gobiernos pueden tomar dinero prestado por casi nada.
Pero, ¿quién está siendo ingenuo? Es muy cierto sostener que los gobiernos deben apuntar como único objetivo a equilibrar sus presupuestos durante el ciclo económico, con superávit durante los períodos de vacas gordas y déficit cuando la actividad económica es débil. Pero es un error pensar que la acumulación masiva de deuda no tiene costo.
En una serie de artículos académicos con Carmen Reinhart, de los cuales el más reciente es el trabajo conjunto con Vincent Reinhart ("Sobreendeudamiento: pasado y presente"), vemos que los niveles de deuda muy altos (del 90% del PIB) son un prolongado lastre de largo plazo al crecimiento económico, que a menudo llega a durar dos décadas o más. El período promedio de alta deuda desde 1800 es de 23 años y son tiempos que se asocian con una tasa de crecimiento de más de un punto porcentual por debajo de la tasa típica de los períodos con niveles de deuda inferiores.
La deuda y el crecimiento se influyen mutuamente, pero las recesiones normales, por lo general, duran sólo un año y no pueden explicar un período de dos décadas de malestar económico. Es más probable que el lastre al crecimiento provenga de la eventual necesidad del gobierno de aumentar los impuestos y reducir los gastos de inversión. Así que el gasto gubernamental significa un impulso de corto plazo, pero hoy eso se contrapesa con un prolongado declive en el largo plazo.
Resulta aleccionador observar que casi la mitad de los episodios de alta deuda desde el año 1800 se asocian con tasas de interés reales bajas o normales (ajustadas a la inflación). Son emblemáticos el lento crecimiento de Japón y las bajas tasas de interés de las últimas dos décadas. Más aún, si se carga con una enorme deuda se corre el riesgo de que las tasas de interés mundiales suban en el futuro, incluso si no hay presente un colapso al estilo griego. Hoy, cuando tras masivas medidas de "flexibilización cuantitativa" por parte de los principales bancos centrales, muchos gobiernos cuentan con estructuras de vencimientos muy limitadas para su deuda, lo que implica un riesgo.
8
por ciento
Es el déficit del sector público en Estados Unidos, en relación con el PBI; hoy es incierto cómo se cerrará esa brecha.
lanacionar