En la lejana Calabria, una niña le "robaba" a su madre las toallitas de hilo para hacerle vestidos a su única muñeca de trapo. Con el tiempo, esa chica emigró a la Argentina y se convirtió en una de las diseñadoras de moda más reconocidas del país, vistió a las estrellas y se codeó con el poder, hasta que un día todo su castillo de éxitos se vino abajo.
Elsa Serrano, que de ella se trata, no fue siempre Elsa Serrano: nació el 13 de julio de algún año del siglo XX (su coquetería le impide precisar la fecha exacta), en Corigliano Calabro, Cosenza, en el sur de Italia, y fue bautizada como Elsa Romio. Hija de un padre agricultor y de una madre ama de casa, fue la séptima de 11 hermanos.
A los 12 años, emigró junto con toda su familia a la Argentina, más precisamente a Buenos Aires. Como ella misma cuenta, bajó del barco con su hermanito Franco en brazos; cuando se lo volvió a dar a su madre, advirtieron que le faltaba un zapatito. Elsa volvió sobre sus pasos, lo encontró a los pocos metros y exclamó: "Vedi mamma in América non ci sono i ladri". Algo así como "Ves mamá, acá no hay ladrones".
Enseguida, toda la familia Romio se instaló en una gran casona antigua, de esas con patio y vitraux. Mientras cursaba el secundario en una escuela estatal, trabajaba como cadete en una fábrica de sobres. Al tiempo, pasó a trabajar en un anticuario (otra de sus pasiones). "En la universidad, llegué a cursar algunas materias de diseño gráfico, pero no me recibí finalmente", comenta Elsa.
A los 19 años su vida cambió para siempre: se casó con Israel Sztemberg (a quienes todos conocían como Saúl Sztemberg) y tuvo a su primera hija, Roxi. "En 1968 puso una boutique en el barrio de Belgrano, a la que bautizó como Fiorella. Ella misma hacía todo: conseguía las telas, cortaba en el piso, cosía y armaba la vidriera. Era una autodidacta", relata la propia Roxi.
A los diez años de estar casada se divorció y se casó con el textil Alfredo Serrano, con quien tuvo dos hijas más: María Soledad y María Belén, para todos Sole y Beli. "Un día fui al taller de mi nuevo marido, vi un género que me encantó, diseñé un vestido y empecé a ofrecerlo a los clientes que él tenía en todo el país. Al principio, no le gustaba a nadie, pero finalmente resultó ser un éxito", recuerda Elsa.
Ahí fue cuando comenzó el sueño llamado "Elsa Serrano", un nombre que se convertiría en sinónimo de diseño y alta costura en la Argentina. Pronto se mudó a un local más amplio en la calle Salguero, hasta que se instaló en lo que sería un emblema de su marca y su gran orgullo: la maison de la calle Mansilla.
Una clienta trajo a otra, y su fama se fue acrecentando. La primera actriz que se vistió con ella fue Alicia Bruzzo, luego Leonor Benedetto y Graciela Borges, hasta llegar a Mirtha Legrand y Susana Giménez. "A Susana la vistió durante doce años en cada uno de sus programas de televisión", destaca Roxi.
Su nombre se hizo conocido también internacionalmente y pronto empezaron a visitar su maison figuras como Catherine Deneuve, Gina Lolobrígida, Joan Collins, Sofía Loren, y hasta la duquesa Diana de Orleans. También vistió a la primera dama María Lorenza de Alfonsín. Además, su nombre sonó en lo más alto cuando diseñó el vestido de novia de Claudia Villafañe el día que se casó con Diego Armando Maradona.
Años después fue contratada por Zulemita Menem, que oficiaba de primera dama y acompañaba a su padre, Carlos Manem, en las giras presidenciales. Esto le permitió a Elsa codearse con poderosos de todo el mundo y vivir como una reina de palacio en palacio. Hasta se la llegó a conocer con el mote de "la modista del poder".
Aquella inmigrante italiana que hacía vestiditos para su muñeca de trapo con las toallitas de hilo de su mamá se había convertido en la diseñadora de moda más importante del país, era bendecida por el éxito y se había entronado como la modista preferida de las estrellas. Estaba en su mejor momento. Tocando el Cielo con las manos. Pero... siempre hay un "pincelazo" que lo arruina todo.
A fines de los noventa, sus ventas empezaron a caer, por dos motivos: por un lado, la golpeó la crisis económica que ya se hacía sentir en el país, y por el otro, la afectó el hecho de que la alta costura había empezado a perder terreno en todo el mundo ante la competencia de prendas menos espectaculares y mucho más baratas.
Elsa empezó a cerrar algunos locales y a achicarse todo lo posible, hasta que el estallido de 2001 le dio el golpe de gracia, cayó en la quiebra y le remataron su amada Maison de la calle Mansilla. Más allá de las voces a favor y en contra, su hija Roxi repite una y otra vez que en la quiebra su madre entregó todo. "Es una persona honesta y lo que más le pesó fue toda la gente que se quedó sin trabajo", concluyó.
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