La excepcionalidad argentina, superpoderes racionales y su kryptonita verde
Si bien los argentinos tenemos una impulsividad enorme, nuestras decisiones económicas tienen la precisión de un cirujano
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Una frase tan provocadora como trillada es que “existen cuatro tipos de países en el mundo: los desarrollados, los que están en vías de desarrollo, Japón y la Argentina”. Esta clasificación, acuñada originalmente por Simon Kuznets, premio Nobel de Economía, hace referencia a la idea de que somos un país excepcional, en el mal sentido de la palabra. Necesitamos una etiqueta propia o, como dijo el secretario general de la ONU, “La Argentina es un caso aparte”.
Cuando pensamos en la idea de que somos un país muy distinto a los demás solemos enfocarnos en indicadores económicos, muchos de ellos aberrantes. Sí, somos el país con más inflación y menor crecimiento del G20, pero también estamos fuera de escala en otras variables. En ese sentido, las ciencias del comportamiento están empezado a identificar su propia versión de la anormalidad argentina.
Por ejemplo, una encuesta realizada por la consultora Voices identificó que la Argentina es el país con mayor estrés de América Latina. Según la página Our World in Data, aparecemos en el top 10 de países con mayor prevalencia de esquizofrenia, depresión y ansiedad. También somos, quizá paradójicamente, el país que más se psicoanaliza del mundo. Poseemos el récord mundial de psicólogos por habitante. Por cada 100.000 argentinos hay más de 200 psicólogos. Esto es cuatro veces más que Francia, siete veces más que Estados Unidos y veinte veces más que Brasil.
Una forma bastante popular de interpretar la excepcionalidad argentina es que las crisis económicas constantes nos llevan a vivir estresados, a aumentar los niveles de ansiedad y gozar de peor salud mental, lo cual nos lleva a tomar malas decisiones a nivel individual y colectivo. Esto nos podría empujar a elegir malos representantes, que agudizan esas crisis económicas, en una espiral interminable. Sin embargo, la realidad es mucho más rica y compleja que esta idea.
Un punto de contacto entre la economía y la psicología es que ambas disciplinas intentan explicar la impulsividad en las preferencias monetarias. En la jerga técnica se conoce como “descuento temporal” al fenómeno por el cual las gratificaciones pierden valor subjetivo a medida que se postergan. Una manera de medir este efecto es mediante cuestionarios en los que se les pregunta a las personas si prefieren recibir una suma de dinero hoy o una suma mayor dentro de 12 meses. Cambiando los montos y los plazos temporales uno puede, con mucha precisión, inferir qué tanta “impulsividad económica” tiene cada persona.
Una confusión bastante común es suponer que este tipo de impulsividad es irracional. Preferir recibir dinero hoy frente a la posibilidad de obtener un monto mayor en el futuro no solo tiene sentido, sino que es absolutamente racional. Sin embargo, eso no quiere decir que las personas no tengamos comportamientos irracionales cuando pensamos en el dinero a lo largo del tiempo. Un ejemplo de eso es cuando preferimos recibir $500 hoy frente a recibir $1000 dentro de un año, pero simultáneamente preferimos pagar $500 a pagar $1000 dentro de un año. Estas dos preferencias son inconsistentes entre ellas y sí son, conjuntamente, un error irracional.
Hasta hace tiempos recientes, casi todo lo que se sabía de este tema provenía de estudios realizados en pocos países desarrollados. Para corregir esto, un trabajo publicado en Nature Human Behaviour midió el descuento temporal en 61 países del mundo, entrevistando a más de 13.000 personas. Este mundial de impulsividad económica fue el fruto de una colaboración entre más de 200 investigadores liderados por Kai Ruggeri, profesor de la Universidad de Columbia.
Los argentinos nos consagramos campeones mundiales. Fuimos el país con mayor índice de descuento temporal, o sea, el más impulsivo. Razonablemente, esto tiene que ver con nuestros eternos procesos inflacionarios. “Países con más de 18% de inflación anual mostraron niveles astronómicos de descuento temporal”, dice Ruggeri. Sin embargo, es interesante notar que la Argentina salió primera, incluso por encima de Irán y el Líbano, que tenían más inflación que nosotros cuando se realizó el estudio.
¿Y qué sucedió con los errores irracionales? Lo llamativo del caso argentino es que estuvimos entre los países con menos errores. Cuando pensamos en dinero, los argentinos nos equivocamos muy poco. Si bien tenemos una impulsividad enorme, nuestras decisiones económicas tienen la precisión de un cirujano. Por eso, el cuento de que nuestras estresantes crisis económicas nos hacen elegir mal parece no cerrar del todo.
Al contrario, la pregunta que surge de estos datos es por qué nos equivocamos tan poco cuando pensamos en dinero. Una hipótesis, totalmente opuesta a la anterior, es que justamente las crisis económicas nos han convertido en expertos en finanzas. Tenemos internalizadas muchas conductas que para el mundo son atípicas, como pagar en cuotas, postergar pagos lo más posible e invertir cada centavo que uno puede. Quizás ese duro entrenamiento, al que nos sometemos día a día para protegernos de la inflación, nos dio superpoderes de racionalidad económica. Sin embargo, esta historia sigue siendo incompleta.
Si fuera cierto que las crisis económicas nos hacen más racionales, entonces deberíamos cometer pocos errores sin importar la moneda en la cual estemos operando. Sin embargo, un experimento reciente –hecho en el Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Torcuato Di Tella– mostró que, cuando los argentinos pensamos en dólares, nos equivocamos mucho más y somos más irracionales que cuando pensamos en pesos.
Pareciera ser que aquellos superpoderes de racionalidad financiera se apagaran ante la presencia de nuestra mayor debilidad, nuestra kryptonita verde, que es el dólar. Esto confirma que los argentinos no somos especialmente buenos en finanzas. Tampoco es cierto que las crisis nos hagan tomar mejores decisiones. Los mismos argentinos que somos racionales en pesos, bajamos la guardia al pensar en dólares. “El comportamiento económico es complejo y tiene que ver mucho con la confianza en la moneda”, sostiene Ruggeri.
Una tentación enorme sería intentar usar estos resultados para sacar conclusiones sobre una eventual dolarización, tanto para un lado como para el otro. En ese sentido, ya se hicieron pronunciamientos públicos de prestigiosos economistas acerca de los riesgos de dolarizar la economía. “Dolarizar en la teoría y en la práctica puede ser muy diferente, especialmente en tiempos de crisis”, advierte Ruggeri.
En el transcurso de esta nota descartamos dos ideas intuitivas, opuestas entre sí, sobre si las crisis económicas nos hacen elegir peor o mejor. La excepcionalidad argentina, para bien o para mal, es difícil de explicar y las historias sencillas son tan atractivas como erróneas. Quizá lo racional, a fin de cuentas, sea tener la humildad de reconocer que no nos entendemos tanto como quisiéramos.
El autor es director del Laboratorio de Neurociencias de la UTDT
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