La esperanza de volver al futuro
El humor social de los argentinos es tan frágil como volátil. Obligados por una historia de vaivenes extremos, forjaron un carácter ciclotímico y bipolar como condición natural para tolerar la permanente incertidumbre y sobrevivir en el intento.
Para sorpresa de muchos, las expectativas están cambiando de signo. Escondidos detrás del encandilamiento que producen los pronósticos electorales, los mismos estudios que indagan sobre las chances de los candidatos muestran una creciente recuperación de la esperanza.
La última investigación publicada por Synopsis el 16 de julio -2250 casos a nivel nacional, en todas las grandes ciudades del país y en todas las clases sociales- indica que mientras en abril el 43% de la población pensaba que la economía estaría peor dentro de un año y apenas el 26% creía que estaría mejor en mayo, esas curvas se cruzaron y en julio ya muestran un "efecto espejo": ahora el 40% cree que las cosas mejorarán dentro un año y apenas el 24% sigue sosteniendo que empeorarán. Es decir que la brecha entre ambos estados de ánimo pasó en apenas tres meses de -17 puntos a +16 puntos.
Los sondeos de otras reconocidas consultoras de opinión pública como Poliarquía, Isonomía, Aresco y Opinaia marcan la misma tendencia.
El dólar estable tiene un efecto balsámico para nuestra sociedad. No es lo único ni termina con la ansiedad, pero al menos logra aquietarla. La gente dice que desde hace tres meses estamos en "pausa", que "se dejó de caer". Y es desde ese nuevo y delicado equilibrio que pudo empezar a reorientar su mirada. Todavía con las heridas en pleno proceso de cicatrización por todo lo que se vivió, hay un incipiente giro del pasado hacia el futuro.
Lo más relevante es el cambio en la idea sobre si hay o no una salida potencial de la crisis. Según nuestras investigaciones (1000 casos, nivel nacional, todas las clases sociales), en abril las opiniones se dividían casi mitad y mitad: el 52% afirmaba que efectivamente saldríamos de la crisis, mientras que el 48% sostenía que no, que "ya no hay retorno". En junio, el 68% concluyó que "hay salida" y el 32% mantuvo su pesimismo.
Para que algo positivo suceda, el primer paso es imaginarlo y creer en su posibilidad de concreción.
El intelectual Terry Eagleton, filósofo inglés considerado uno de los teóricos de la cultura más influyentes del mundo contemporáneo, desarrolla profusamente esta idea en su último libro, publicado en 2016: Esperanza sin optimismo. Confesando de entrada su tendencia natural a mirar la vida con un prisma marcado por la negatividad, aborda la compleja tarea de defender la esperanza como un poderoso instrumento vital para el ser humano. Comienza distinguiéndola del optimismo liviano, que cree que las cosas saldrán bien solo porque esa es su tendencia natural, y arremete duramente contra él.
Del mismo modo critica a esos pesimistas que gozan del prestigio intelectual que en el mundo actual otorga el descreimiento crónico. "Análogamente, tanto el optimismo como el pesimismo son formas de fatalismo. Por el contrario, la esperanza auténtica debe estar basada en razones".
A la hora de definirla, no solo nos recuerda que es una virtud desvalorizada, sino que la considera indispensable: "La esperanza es un espejismo o una mentira vital. Esperar significa proyectarnos nosotros mismos con la imaginación en un futuro que consideramos posible". La posibilidad requiere de una acción transformadora. Y eso es lo que este pensador deja como mensaje de fondo: "Quien tiene esperanza está predispuesto a actuar y a responder afirmativamente con respecto al futuro. La esperanza es la clase de virtud que implica un conjunto de cualidades igualmente encomiables: paciencia, confianza, valor y tenacidad".
La esperanza exige reflexión, compromiso y acción. Las cosas no sucederán porque sí, sino por lo que hagamos para que sucedan. Y no necesariamente van a terminar bien. Podrían salir mal. Pero es la conciencia cabal sobre su complejidad e indefinición lo que nos permite actuar inteligentemente sobre ellas para intentar llegar a buen puerto.
Atendiendo a las enseñanzas de Eagleton, cabría preguntarse si los argentinos solo han recuperado un optimismo carente de sustento basado apenas en un nuevo arrebato emocional o si, por el contrario, están enfrascados en la ardua tarea de hacerse cargo de la verdadera esperanza. Con todo el esfuerzo, la dedicación, los riesgos e incluso los temores que ello implica.
Señales positivas
Mientras la respuesta a este interrogante está en plena construcción, la economía comienza a mostrar algunas señales positivas. Del mismo modo que es completamente cierto que todavía la industria sufre las consecuencias de la recesión -se contrajo 5% en 2018 y casi 10% en los primeros cinco meses de este año, aunque habría hecho "piso" en abril y desde entonces crece con respecto al mes anterior-, es real que hay cuatro motores que se encendieron hace varios meses y están empujando para sacarnos de allí.
El primero de ellos, cuándo no, es el campo. La cosecha que está concluyendo marca un récord histórico de producción: 147 millones de toneladas. Con niveles también récord para el trigo (19,5 millones de toneladas) y el maíz (57 millones de toneladas), este superando por primera vez a la soja (55,3 millones de toneladas).
El segundo motor es la energía. Impulsada por la producción de Vaca Muerta, pero también por el desarrollo creciente de las energías renovables. Mientras que en 2013 el déficit energético le costó al país US$6900 millones, este año se encamina a un costo casi de equilibrio: US$300 millones. En 2020 ya habría superávit energético.
El tercer motor es el turismo receptivo. En el primer cuatrimestre de este año se batió el récord histórico de visitantes extranjeros en el país: 2.830.000 turistas, considerando todas las vías de transporte. Se proyecta para todo 2019 un total de 7,5 millones de visitantes, 8% de crecimiento contra 2018. Sería el valor más alto de la historia.
Y el cuarto son las exportaciones, entre las que por supuesto vuelve a estar el campo. Y no solo con granos y oleaginosas, sino también con el boom exportador de la ganadería, que pasó de US$1100 millones en 2015 a US$2300 millones el año pasado. Este año crecieron 44% en volumen y 31% en valores entre enero y mayo. El principal mercado es China: 72% del volumen va hacia allí. Solo con mantener la tendencia actual, serían de US$3000 millones.
El empuje exportador no viene solo del campo: se suman también la energía, la minería, las economías regionales y la industria del conocimiento. En los primeros cinco meses de este año fueron de US$25.000 millones y le dejaron al país un saldo positivo de US$4500 millones (en el mismo período de 2018 hubo un déficit de US$4500 millones). En mayo, cuando comenzó a entrar la cosecha gruesa, ya mostraron un impulso del 16%. Si crecieran lo mismo que en 2018, +5%, concluirían el año en casi US$65.000 millones. Unos US$8000 millones más que en 2015, cuando aun con la vigencia del cepo hicieron piso: US$56.700 millones.
La economía volverá a caer este año: -1,3%, según el consenso de economistas y bancos. Pero terminará creciendo un 2% en el último trimestre según los analistas privados, y 5% de acuerdo con las proyecciones de Orlando Ferreres. En ambos casos queda una base positiva para el año próximo, cuando volvería a crecer.
¿Seremos capaces los argentinos de eludir tanto el fatalismo del optimismo como el del pesimismo para hacernos cargo de la trabajosa esperanza? Mientras se hace esta pregunta, la sociedad deberá elegir en pocos meses quién será el presidente que lidere ese proceso.
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