La enseñanza que nos deja Enron
Por Javier Timerman Para LA NACION
NUEVA YORK.- Recientemente, uno de los hombres más poderosos de Estados Unidos compareció ante un comité del Senado de ese país. Kenneth Lay, ex número uno de Enron, se negó a declarar ante los congresistas que investigan la quiebra más grande de la historia norteamericana amparándose en la famosa quinta enmienda de la Constitución, que permite a una persona no autoincriminarse en un caso criminal.
No obstante, el empresario que hasta hace poco jugaba al golf con George W. Bush y que era una de las voces más influyentes en Washington debió escuchar en silencio que los senadores lo comparaban con un vulgar estafador de viudas y huérfanos.
La quiebra de Enron ha sacudido los cimientos de la economía, las finanzas y la política de Estados Unidos. No se trata sólo de que la séptima corporación más grande del país se viniera abajo como un castillo de naipes, sino de la forma en que lo hizo. La verdadera clave del éxito de un sistema capitalista reside en la confianza, y esto es precisamente lo que Enron arrastró en su caída.
La debacle del gigante petrolero no sólo dejó a miles de trabajadores en la calle, sino que disolvió el valor de sus ahorros, que estaban colocados en acciones de la corporación. Dado que este esquema previsional, en el que las empresas retienen hasta un 15% de los sueldos de sus empleados para invertirlos en cuentas de retiro, es habitual en Estados Unidos, millones de personas se están preguntando hoy qué es lo que sus empleadores están haciendo con su dinero.
Desde el más encumbrado hombre de negocios hasta el más humilde ciudadano, todo el país debate estos temas con el mismo apasionamiento con el que un año y medio atrás se discutía la legitimidad de la elección de Bush o, más recientemente, las fallas de la seguridad nacional ante las amenazas del terrorismo. La crisis de confianza es generalizada. Sin embargo, nadie piensa en que el capitalismo norteamericano vaya a colapsar. Todo lo contrario: el intenso autocuestionamiento provocado por la caída de Enron generará, sin ninguna duda, una revitalización del sistema.
Históricamente, Estados Unidos ha salido fortalecido de todas las crisis políticas, sociales y económicas que atravesó. Todo indica que el caso Enron no será la excepción.
Una buena lección
Nuestro país puede también extraer una buena lección de este caso. Hace quince días, un grupo de economistas y empresarios se reunió en Nueva York en el marco de las sesiones del World Economic Forum para analizar la crisis argentina. Allí estaban, entre otros, Rodrigo Rato, ministro de Economía de España; Sergio Amaral, ministro de Comercio Exterior de Brasil; Guillermo Ortiz, presidente del Banco Central de México; Juan Luis Cebrián, fundador del diario El País, de Madrid, y los empresarios argentinos Mauricio Macri, Martín Varsavsky y Francisco de Narváez, entre otros. El debate giró en torno del problema del tipo de cambio posconvertibilidad y la reconstrucción del sistema financiero. Pero todos los expositores coincidieron en señalar que no hay política que funcione, por más buena que sea desde el punto de vista técnico, si la gente no tiene confianza en ella.
El presidente Eduardo Duhalde ha dicho que aspira a ver a la Argentina convertida en un país normal. En el capitalismo global, un país normal es aquel en el que la gente confía en las reglas de juego, especialmente en la Justicia. Y la falta de justicia es precisamente una de las preocupaciones recurrentes en la Argentina. No confiamos en nuestra moneda porque el mecanismo social de asignación de premios y castigos es un sistema perverso que castiga una y otra vez al que tiene confianza en el país y premia al que no la tiene; que se burla del que paga impuestos y beneficia al evasor; que desalienta a las personas de trabajo y recompensa a los empresarios palaciegos y a los corruptos.
¿Cuándo hemos visto a un equivalente argentino de Kenneth Lay puesto realmente contra las cuerdas de la Justicia? Si alguna vez se hubiera juzgado y condenado a uno de estos personajes, los argentinos creeríamos en la ley. El Gobierno podría levantar el corralito sin temor a una corrida, porque la gente tendría confianza en el sistema. En cambio, ¿cuántos Enron se han lavado en los últimos 30 años en la Argentina en medio de las turbulencias económicas y financieras?
Nuestra tan desprestigiada clase dirigente se encuentra ahora ante la necesidad de reconstruir la confianza interna y externa en el país. Y eso no se logrará agitando los fantasmas del miedo, sino terminando con las promesas irresponsables. A su paso por Estados Unidos, el ministro Jorge Remes Lenicov ha dicho que para recuperar la confianza internacional el Gobierno necesita presentar un plan concreto y realizable, y demostrar con hechos coherentes que tiene la voluntad de llevarlo a la práctica. Plantear metas fiscales o de crecimiento que sólo existen en la imaginación de los funcionarios hace aún más difícil que nos crean y que nos den ayuda. Todos sabemos que ante la enorme crisis que vive el país las alternativas viables son muy pocas. Los argentinos merecemos conocerlas con claridad y convertirlas en política de Estado. Sólo así podremos volver a tener confianza, comenzar el camino de la recuperación y evitar terminar como Enron.