La economía requiere cambios que podrían hacerse ahora
La Argentina padece un problema de baja productividad cronificada, acentuada en la etapa kirchnerista, cuando el gobierno adoptó variedad de medidas que desalentaron la inversión. A estos problemas se les agrega ahora uno de baja demanda agregada. Es decir, muchos recursos productivos se encuentran desempleados (capacidad ociosa en industria, desempleo, etcétera). Los problemas de oferta son más difíciles de solucionar y requieren en general buenas políticas aplicadas en forma persistente, entre ellas: bajas de alícuotas impositivas, regulaciones modernas en logística, en mercados de trabajo, y estatales en general, inversión en infraestructura y transporte, etcétera.
Los problemas de demanda, en teoría, serían más fáciles de encarar. En general, vía políticas fiscales y monetarias expansivas, los recursos ociosos deberían reutilizarse.
Pero el país enfrenta severas restricciones por delante:
a) Fiscalmente apenas hemos iniciado el camino de reversión de la tremenda herencia negativa que nos dejó el kirchnerismo. Por el momento, nadie nos quiere financiar el déficit fiscal y nos cuesta mucho renovar la deuda pública. Tenemos un doble desafío formidable: bajar mucho los impuestos y bajar mucho más el gasto público. Tal vez pueda lograrse que el FMI permita que en 2020 el resultado primario sea 0% (y no 1% positivo), si se encara más decididamente tanto la baja de gastos como de impuestos. Tal vez el FMI pondría algo más de nuevos fondos si el Gobierno compromete medidas para que en 2021 el superávit llegara al 1%, en 2022 al 2% y en 2023 al 3% (déficit 0% en serio). Sería una forma de ayudar a la reactivación en 2020.
b) Monetariamente, es complicado encarar políticas expansivas normales cuando la inflación viene siendo tan alta y la de 2019 ya se proyecta por encima del 30% anual.
c) Tampoco luce factible apostar a una recuperación salarial significativa dada la necesidad de mantener alto el tipo de cambio (por la falta de financiamiento externo y otros factores).
Podríamos esperar, con tipo de cambio alto, suba de exportaciones, baja de importaciones y suba de inversiones, que compensen la baja del gasto público y poca suba del consumo privado. Pero las exportaciones industriales tardan en reaccionar: hay que invertir para encontrar y desarrollar mercados externos; las importaciones deberían subir, tras el colapso reciente; las inversiones masivas deben encontrar un ambiente político, financiero e impositivo más propicio que el actual.
¿Entonces?
Por una parte, habrá que trabajar "duro y parejo" por muchos años para mejorar en muchas áreas para que la economía crezca a un ritmo razonable. Sin embargo, hay aspectos del sistema macroeconómico que sí podrían cambiar para ayudar a una rápida reactivación, sin ir contra las políticas más estructurales de crecimiento.
Básicamente, me refiero a nuestro sistema monetario-cambiario. La Argentina ha elegido un esquema que nos juega en contra, en parte por convicción de Macri y su equipo y en parte por imposición del FMI. Este esquema se resume en la vigencia de un esquema cambiario cuasi puro de flotación cambiaria; el uso de una política monetaria muy contractiva, como ancla nominal exclusiva del sistema.
Todo esto podría cambiarse. Un esquema que considero mucho mejor se basaría en los siguientes elementos:
a) El uso de tres anclas nominales: tipo de cambio, agregados monetarios, salarios públicos (por su importancia en la fijación de salarios privados). Todos deberían crecer a tasas parecidas, bien decrecientes en el tiempo, de modo de apuntar a una inflación del orden del 7% o menos en 2023.
b) El sistema cambiario debería ser de "flotación administrada". Puede ser con reglas, como ser sobre la base de una banda acotada de flotación (al comienzo tal vez del 5%-7%), que idealmente debería indexarse por la evolución de monedas emergentes, o sin reglas, es decir, a juicio del BCRA en cada momento.
c) Para que sean creíbles los techos de la flotación administrada, el BCRA debería contar con una buena cantidad de dólares para vender. Hoy podrían llegar a usarse potencialmente unos US$48,000 millones (reservas netas, más préstamos del FMI al BCRA, más swaps de yuanes), más que suficiente para esta tarea.
d) La tasa de interés en pesos refleja dos tipos de arbitrajes. El principal es la posible sustitución entre pesos y dólares. Esto requiere que la tasa en pesos (plazo fijo) sea superior a la devaluación esperada, más la tasa internacional, más la tasa de riesgo país de corto plazo, más el riesgo de que el techo devaluatorio sea superado.
Hoy existe el riesgo cierto de que el dólar llegue al techo de la zona de no intervención y de que incluso lo supere (ya que el BCRA, en tal caso, solo puede vender US$150 millones por día). Esto dificulta muchísimo una baja importante de las tasas de interés. En cambio, si la devaluación esperada fuera del 17% anual, el riesgo de que sea superior muy bajo (por la venta masiva de dólares si alcanzara el techo de la banda o el decidido por el BCRA), con riesgo soberano de muy corto plazo menor al 3% y tasa externa de 2%, la tasa de interés podría ser del 22% (Badlar) y la tasa de Leliq, menor al 30%. Contra la actual tasa mayor al 65%. ¡Un mundo de diferencia!
El otro arbitraje ese entre ahorro y consumo. Este es un caso menos significativo, ya que la gente no va a salirse de un plazo fijo para acumular aceite o para comprar un televisor tan fácilmente. De modo que si la inflación se escapara un poco y llegara al 20-22% anual no sería tan relevante.
Los cambios profundos requieren convicción, consenso político, esfuerzo colectivo, tiempo. Los cambios instrumentales (sistema cambiario y monetario) requieren llegar al convencimiento de que esto es lo mejor para el país. El presidente Macri puede hacerlo ahora. O un nuevo gobierno (Cambiemos u otra fuerza) puede encarar esto desde diciembre. Veremos.
Consultor; exrepresentante alterno del ministro Lavagna ante el BCRA
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