La economía de cara a las elecciones: la calma antes de la tormenta
Chile y Perú tienen en estos momentos en juego las bases mismas de los sistemas económicos y políticos que han mantenido durante décadas. El ciudadano medio, sin embargo, difícilmente se haya visto afectado por estos peligros en el manejo de su economía cotidiana. Acá, sin embargo, las cosas son distintas.
En Chile, a la fragmentación de su sistema político se suma una polarización sin precedentes de cara a la elección presidencial del 21 de este mes. Los candidatos con más posibilidades de pasar a segunda vuelta son de extrema izquierda y de extrema derecha. Por si esto fuera poco, el Convención Constitucional se encamina a dictar una nueva Constitución que minará las bases del modelo chileno, produciendo en su lugar un texto con regalos para todos, augurando un difícil futuro fiscal. Perú se enfrenta a un nuevo gobierno disfuncional, con señales muy contradictorias sobre el rumbo de la economía y los derechos de propiedad. A su vez, gran parte del partido del presidente Pedro Castillo, con vínculos con el grupo guerrillero Sendero Luminoso, quiere reformar la Constitución.
Los ruidos políticos no han sido totalmente inocuos, pero son limitados en su impacto en la vida diaria. Para agosto, el Sol peruano experimentaba una depreciación histórica frente al dólar… del 15% anual. La inflación fue del 5,8% interanual en octubre, que compara con el 2,9% promedio de los 10 años anteriores a la pandemia. El empleo formal se expande un 6,8% interanual y la economía crecerá un 11% en 2021. Los números de Chile son más impresionantes que los de Perú. La inflación está en el 5,3% interanual, comparado con un 3% promedio en los 10 años anteriores a la pandemia; la economía, mientras tanto, se expandirá un 12% en 2021, y el consumo vuela.
La existencia de instituciones económicas confiables, como por ejemplo contar con bancos centrales independientes, monedas sanas, elevadas reservas internacionales y acceso al crédito, producto de años de prudencia y de continuidad en el manejo económico, permiten este desanclaje –temporario si la política insiste en tanto desquicio– entre la economía y la política. En la Argentina, por el contrario, la transmisión de los eventos de la política a nuestra economía cotidiana es inmediata. Somos como una casa construida al nivel del río: con un poco de oleaje se nos inunda el living.
Al no contar con reservas internacionales, ni con instituciones independientes y respetadas, ni con una moneda confiable, ni con acceso al crédito, la credibilidad del presidente y de su equipo económico se vuelven cruciales. Esto se vio claro en el gobierno de Mauricio Macri. La credibilidad inicial con la que contó le permitió emitir miles de millones de dólares de deuda en el mercado internacional, incluyendo un bono a 100 años. La pérdida de credibilidad que ocasionó la conferencia de prensa del 28 de diciembre de 2017, cuando el mercado interpretó que se le estaba quitando la independencia operativa al Banco Central, desató la crisis en la que aún estamos.
Esta realidad es un gran problema para un gobierno bicéfalo y dedicado a demoler sistemáticamente cualquier signo de racionalidad económica, administrativa, sanitaria, energética, judicial y de todo tipo. A Alberto Fernández, a quien Carlos Pagni llamó “un meme que camina”, ya no le queda ninguna credibilidad. No solo el mercado está al tanto de la falta de credibilidad del gobierno argentino. Los jefes de gobierno de los principales accionistas del FMI también lo saben. Escuchan las quejas de los directivos de las multinacionales que operan en la Argentina, sujetas a cambiantes regulaciones que ni Kafka imaginó.
Este panorama vuelve más crucial la elección del domingo 14 y el entramado político que surja luego.
Si el Frente de Todos logra revertir el resultado de las PASO, acortando la distancia en la provincia de Buenos Aires y evitando perder el quorum en el Senado, la gran vencedora será Cristina Kirchner, quien forzó el cambio de gabinete y la suba del gasto. El papel de Alberto Fernández y del resto del peronismo se desdibujaría aun más. La Cámpora podrá terminar de cooptar la administración nacional. En este entorno, es casi irrelevante si el Gobierno decide acordar con el FMI o no. Cualquier política que intente carecerá de credibilidad, al ser vista como un simple artilugio de Cristina para perpetuarse en el poder, y para volver, más temprano que tarde, a políticas intervencionistas e irresponsables.
“Sin las ataduras de La Cámpora, el Gobierno podría intentar un giro a la racionalidad económica. El problema es que, cualquiera sea la política adoptada, en el corto plazo la economía se resentirá, con una devaluación, más inflación, y más recesión”
Si, por el contrario, el Frente de Todos pierde las elecciones por el mismo margen o, más aun, por un margen mayor que en las PASO, todo el Gobierno perderá una importante cuota de poder. Cristina Kirchner, por haberse convertido en autora de la estrategia pos-PASO, además de la creadora de este engendro electoral y de la mayor parte de sus decisiones. Alberto Fernández, por irrelevante. Sergio Massa, por carecer de norte. Los gobernadores, por falta de un liderazgo firme. Las comparaciones con la “Liga de Gobernadores”, que evitó que Eduardo Duhalde virara hacia el populismo en 2002, son como las comparaciones de la liga de fútbol argentino con la liga inglesa. Mismo deporte, distinto juego.
La pregunta, en este caso, es cómo se hace política económica con un gobierno que perdió apoyo popular y que carece de toda credibilidad. Fernando de la Rúa no pudo. Mauricio Macri logró terminar su mandato gracias a que contó con un importante auxilio del FMI.
La dinámica que se desatará entre el kirchnerismo y el peronismo “de verdad”, como le dicen algunos, será crucial para el futuro económico del país. Desde el lado de Cristina y de la Cámpora quizás quieran dejar la coalición, por razones políticas y prácticas. Las razones políticas son claras: el populismo se construye sobre la base de enemigos. Para Donald Trump, eran los inmigrantes mexicanos; para Viktor Orban, primer ministro de Hungría, los inmigrantes musulmanes y la Unión Europea; para el kirchnerismo, el enemigo número uno es el FMI. Acordar con el FMI es anatema para sus seguidores. Pero, incluso si estuviesen dispuestos a dejar de lado este prejuicio ideológico, la realidad práctica es que un acuerdo con el FMI es improbable que deje a la economía creciendo y con inflación en baja en 2023, justamente por la falta de credibilidad del Gobierno.
Pagar los costos políticos de un ajuste en 2022 sin beneficio electoral en 2023 sería lo contrario a, como diría Cristina, un “wine to wine” (sic). El peronismo “de verdad”, el de los lideres territoriales, quizás reevalúe la conveniencia de seguir asociado a La Cámpora ante la posibilidad de perder su territorio en 2023. Las coaliciones son, al fin de cuentas, como los matrimonios de conveniencia: funcionan solo en las buenas.
Pero las cosas no son tan fáciles. La billetera también manda. Dejar el Gobierno significaría para La Cámpora perder miles de puestos de trabajo muy bien remunerados en el Estado. La retirada tendría algunos detalles logísticos difíciles de resolver. ¿Cristina Kirchner seguiría siendo vicepresidenta, o renunciaría? Si se queda, ¿sería creíble que no tiene influencia en el Gobierno? Si renuncia, ¿qué pasaría con sus causas judiciales?
Sin las ataduras de La Cámpora, el Gobierno podría intentar un giro a la racionalidad económica. El problema es que, cualquiera sea la política adoptada, en el corto plazo la economía se resentirá, con una devaluación, más inflación, y más recesión. ¿Tiene el peronismo no kirchnerista espaldas políticas para aguantar la presión social de ese escenario?
Así, en cualquier escenario político poselectoral la política económica se enfrenta a una encrucijada, marcada por la falta de credibilidad y la fatiga social. Gracias a una creciente ola de controles de precios, cambiarios y a las importaciones, entramos a las elecciones en medio de una especie de calma, a la que solo escapa la cotización del dólar en los mercados paralelos. Esa calma, sin embargo, se terminará el próximo domingo.
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