La devaluación del 20% es un bálsamo temporario y no una solución de fondo
Lo que se quiere es un ancla nominal para evitar que la inflación se desboque antes de las elecciones; pero para el 22 de octubre el tipo de cambio va a estar otra vez atrasado y el FMI volverá a la carga
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En un nuevo capítulo de la larga saga del programa con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Gobierno anunció una devaluación del 20% y una suba de tasas de interés de 21 puntos porcentuales que las lleva al 118% anual. No es casual que se haya postergado el anuncio hasta después de las PASO y que el FMI haya sacado un comunicado casi en forma simultánea respaldando las medidas. Con esto parece destrabarse el desembolso del Fondo para recomponer reservas y pagar los préstamos puentes a Qatar y la CAF.
El tipo de cambio y la escasez de reservas han sido el tema más espinoso en la negociación con el FMI desde hace tiempo. Se sabe que en circunstancias como las que vive la Argentina el Fondo propone siempre ajuste fiscal y devaluación. Los comunicados del FMI desde hace un tiempo vienen proponiendo una armonización del régimen cambiario, que en lenguaje llano quería decir devaluación a secas o en forma encubierta para terminar con la sangría de reservas.
El impuesto a las importaciones de 7,5% o de 25% fue una primera solución de compromiso, que permitió “devaluar” sin tocar el tipo de cambio. A eso le siguió la aceleración del ritmo de depreciación del peso, que en las últimas semanas aumentó del 7 al 12 por ciento. Otra concesión al FMI.
Pero finalmente vino una devaluación del 20%, aunque nuevamente el anuncio es engañoso, ya que es menos de lo que se ve a primera vista. Un 20% de devaluación suena a mucho, pero en la realidad no es tanto porque la intención es planchar el dólar oficial hasta las elecciones del 22 de octubre. En otras palabras, lo que se quiere hacer es sólo anticipar la devaluación de los próximos 60 días y que el tipo de cambio actúe como ancla nominal durante ese período para evitar que la inflación se desboque antes de las elecciones.
Por supuesto que el plan puede fallar, especialmente si el traspaso de tipo de cambio a precios es importante y la inflación no cede. Ese riesgo existe, porque en agosto y septiembre van a influir la devaluación más la suba de impuestos, con lo cual lo más probable es que llegue o bordee los dos dígitos. Con esos aumentos de precios el tipo de cambio nuevamente estará atrasado en octubre. Pero el “siga siga y después veremos” es la estrategia preferida del Gobierno.
Ante tanta incertidumbre, el anuncio de fijar el tipo de cambio hasta las elecciones podría haber traído tranquilidad. Pero la falta de dólares y las dificultades que viene mostrando el Banco Central para paliar la sangría generan más dudas que certezas.
También genera dudas la escalada del dólar paralelo. El domingo a la noche el dólar cripto ya se había escapado a $680, lo que se atribuía a los efectos que podrían generar las políticas de Milei.
Puede sonar raro que el mercado esté preocupado por una potencial victoria de un libertario que propone desregulación y competencia en los mercados o apertura económica. Pero lo que preocupa más que nada es su intención de dolarizar la economía, algo ilusorio para un Banco Central que en lugar de reservas está lleno de deudas, a lo que se le agrega escepticismo respecto de la gobernabilidad, con minorías extremas en ambas cámaras. Ni hablar de la falta de un equipo económico.
La saga del dólar tendrá nuevos capítulos gane quien gane las elecciones. La devaluación del 20% es un bálsamo temporario y no una solución de fondo para recuperar reservas internacionales y competitividad. Lo que se hizo es simplemente efectuar una devaluación para ganar tiempo, conseguir que el FMI desembolse US$7500 millones y que mantenga el programa con la Argentina. Para el 22 de octubre el tipo de cambio va a estar nuevamente atrasado y el FMI volverá a la carga diciendo que hay que armonizar el régimen cambiario.
Lo que la Argentina necesita es un programa integral que ataque la inflación, el tipo de cambio, la falta de reservas internacionales, el déficit fiscal, el pago de la deuda, la pobreza y el crecimiento. Eso requiere de un buen diagnóstico, de capacidad técnica y de un gobierno que tenga la capacidad política de implementarlo y sostener el programa.
Si lo que se elige es seguir sacando conejos de la galera para aguantar o creer ciegamente en ilusionistas carismáticos no podremos cumplir la profecía duhaldista de que somos un país “condenado” al éxito.
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