La deuda del Banco Central se cuadruplicó en la actual gestión y marcó un nuevo récord
La “bola” de Leliq y pases pasivos de la entidad monetaria creció 360% desde diciembre de 2019 y llegó a los $5 billones; el pago de intereses es su mayor impulso
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El anteúltimo día de marzo la deuda remunerada del Banco Central (BCRA) superó los 5 billones de pesos. Eso quiere decir que se multiplicó por 4,6 veces en tiempos de la administración de Alberto Fernández o que creció un 360% en ese lapso, en el que se registró una inflación promedio del 128/9% (considerando las estimaciones que plantean un alza del 5% al 6% del IPC para marzo).
El nuevo monto récord que alcanzó es un dato significativo, especialmente porque precisamente Fernández había basado parte importante de su campaña presidencial de 2019 en criticar a los “usureros” que se beneficiaban con ella (básicamente los bancos, aunque es un ingreso que destinaban entonces y aún hoy mayoritariamente a cancelar el pago de intereses de los depósitos que reciben de los ahorristas a plazo fijo), además de cargar contra el elevado costo que significaba, dado que llegó a costar unos $80.000 millones por mes en lo peor de la gestión Macri. El Banco Central no hizo comentarios ante la consulta de LA NACION sobre el tema.
No sólo eso: había prometido redireccionar ese gasto para impulsar una mejora significativa de las jubilaciones, que siguen padeciendo al día de hoy erosiones que sólo se compensan parcialmente mediante la emisión de bonos (como el que confirmó hoy el Gobierno, de hasta $6000).
Los números oficiales muestran que el BCRA tenía asumida al 30 de marzo una deuda de $4.161.928 millones ($4,16 billones) en Letras de Liquidez (Leliq) y de $849.785 millones más en pases pasivos. El 10 de diciembre de 2019, cuando se produjo el cambio de administración, ese pasivo era de $1,09 billones en total ($679.341 millones en Leliq y $413.515 millones más en pases).
Desde ya, el principal alimento que tuvo esa deuda fue el exceso de emisión en que incurrió la entidad monetaria para ayudar al Gobierno a cubrir su abultado déficit en los últimos 28 meses ($4,4 billones en total), en un contexto en que la demanda de pesos no repuntó nunca.
El segundo, el gasto en intereses que genera y complica la posibilidad de encarar cualquier plan de bajar la inflación: una friolera de 2,487 billones de pesos desde diciembre del 2019 a la fecha y considerando los $134.000 millones abonados por este concepto en marzo.
Eso obligó al BCRA a retirar buena parte del dinero lanzado al mercado mediante la emisión recurrente de letras o la toma de préstamos desde los bancos (pases pasivos), para evitar un desborde inflacionario mayor que el verificado. “Y comprueba que su narrativa respecto de una inercia inflacionaria multicausal es muy parcial. Si la emisión descontrolada no tuviera impacto en los precios, no tendrían que haber esterilizado esta montaña de pesos”, señala el economista Ariel Coremberg.
El esfuerzo de esterilización del BCRA fue tal que el tamaño de su pasivo remunerado ya “equivale casi a una Base Monetaria (BM) y media”, hace notar en relación a los $3,67 billones que suma el dinero legal en circulación (billetes y monedas en poder del público) más los depósitos en pesos que los bancos tienen en la entidad monetaria.
Y, de su mano, el pasivo remunerado creció hasta convertir al BCRA en el primer deudor del sistema financiero local, ya que la suma de préstamos al sector privado (empresas más particulares, un universo compuesto por casi 33 millones entre personas humanas y jurídicas) apenas llega a los $4,9 billones.
Los analistas advierten que a la economía le cuesta convivir con esta amenaza de una “bola de nieve” otra vez en sostenido ascenso, pero la mayoría no la observa aún en condiciones de causarle algún evento disruptivo extra.
“Si bien alcanzó un nuevo récord nominal, aún se mantiene por debajo del máximo en relación al PBI de casi 11% que tuviera antes que se desate la corrida cambiaria en tiempos de Macri o del ratio del 9% que orilló en medio de la pandemia, aunque, claro, en otro contexto y con una administración que por entonces contaba con mayor credibilidad”, apunta el economista Andrés Borestein, director asociado de la consultora Econviews.
“Es un problema que no se puede tomar a la ligera, pero no es hoy una amenaza en la medida que la inflación sigue por arriba de la tasa de interés que el BCRA paga por esa deuda e, incluso, la expectativa es que esa brecha se mantenga, aunque se achique, por los ajustes que se comprometió a hacer al interés de referencia”, detalla.
Para Juan Ignacio Paolicchi, economista de Empiria, tampoco hay duda que esta bola de deuda “es un problema”, aunque no sea comparable a lo que implicaba en épocas de Macri, “porque tenés cepo extremo y muy baja participación de capitales extranjeros y la deuda está en manos de bancos y no en tenencia de privados. Lo complejo es que ese esquema que te previene de pasar por la situación del 2018/2019 a la vez te condiciona la salida, al recortar mucho las posibilidades de crecimiento real de la economía”.
Incluso señala como una demostración de esas limitaciones “el impacto que esto tiene sobre la oferta de crédito bancario: la exposición de los bancos al sector privado cayó del 55% al 35% en los últimos años, lo que demuestra que el Estado corrió del mostrador a las empresas y personas”.
Juan Pablo Albornoz, analista de Ecolatina, coincide con sus colegas en destacar el diferente riesgo que este elevado pasivo significada en los distintos esquemas monetarios, pero también en advertir que el hecho que se haya mantenido en términos de la base monetaria en niveles similares a los de la “bomba” de Lebacs es un “problema”, sobre todo porque el balance del Central “está muy deteriorado” y, en la medida en que no se reduzca considerablemente la dependencia de la emisión monetaria que tiene el Gobierno para cerrar las cuentas, esa fuente de pesos parados “haciendo tasa en la cuenta corriente del BCRA presenta una potencial demanda de divisas y presión inflacionaria. Sin correcciones, es una olla de presión cambiaria/inflacionaria peligrosa”.
Para Borestein, lo verdaderamente malo de este esquema “es que necesita que la inflación siga alta y algo por encima de la tasa de referencia para que no haya desequilibrios mayores y el peso y la amenaza de esa deuda se vaya licuando esta deuda”, concluye.
Por extraño que parezca, esa parece ser no sólo la apuesta oficial sino la convalidada por el FMI, según lo difundido. En el último reporte actualizado, que incluye un apartado especial sobre la delicada situación patrimonial del BCRA (y que advierte que está en quiebra técnica por entre 5 y 7 puntos del PBI), se explicita la apuesta gradualista para lograr que se vaya reduciendo el déficit cuasi fiscal del BCRA.
“El alto costo de la esterilización -debido a un stock considerable de Leliq (pasivo remunerado) en proporción de la base monetaria (pasivo no remunerado)- va a converger a los ingresos por señoreaje y las ganancias por valoración de las reservas para 2025″, señala con una mirada optimista, que parte de considerar una recuperación gradual de las reservas, el crecimiento de la base monetaria en línea con la evolución que registre el PBl y una disminución del financiamiento monetario al Tesoro hasta llegar a su eliminación plena en 2024”, señala.
Albornoz cree que si el Gobierno logra cumplir con la meta fijada en el acuerdo, de emitir 1% del PBI para asistir al fisco, “hay una oportunidad para que el balance comience a sanearse y, por consiguiente, este riesgo empiece a atenuarse”, aunque la juzga “difícil”.
Menos optimista, Coremberg cree que la bomba puede generar problemas una vez termine la calma cambiaria. “Mientras entren los dólares de la cosecha, no habrá inconvenientes. Pero la suba de tasas hará que esta deuda siga creciendo, lo que con un Gobierno que va perdiendo credibilidad a pasos agigantados es todo un riesgo”, dice, y recuerda al respecto “la experiencia de fines de los 80″.