La Dama y el León (y la lechuga)
Los economistas tienen, en general, varias dudas sobre el plan de Milei y sobre cuánto soportará el ajuste la sociedad; qué pasó en algunos hechos de la historia en los cuales hubo pesimismo con medidas de los gobernantes
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¿Puede funcionar el plan de Milei? Los economistas parecen aprobar del programa de reformas para el crecimiento, pero se muestran cada vez más escépticos sobre el plan de estabilización. Se preguntan si la sociedad aguantará tanto ajuste. O si se atrasa el tipo de cambio. También de si cuando desactiven el cepo (y otras bombas heredadas) no va a también descarrilar la desinflación. Lo raro del momento es el silencio de los propios. Los economistas afines salen a defender, un poco, las reformas. Pero sobre de plan de estabilización parecen hacer silenzio stampa.
No se trata de explicar que el kirchnerismo bastardeó las formas más baratas de frenar la inercia inflacionaria (como un acuerdo de precios y salarios). Ni siquiera se trata de recalcar el inédito compromiso de Milei con el orden fiscal. Lo que necesitamos es que nos cuenten un cuento donde esto sale bien.
Hay dos buenos ejemplos históricos donde el pesimismo de los economistas fue excesivo. El primero es Latvia desde la crisis de 2008 hasta entrar al euro, período en el cual hizo uno de los ajustes más grandes de la historia sin tocar el tipo de cambio y con los principales economistas del mundo “explicando” (equivocadamente) que tarde o temprano iba a devaluar.
El segundo es el de Margaret Thatcher, a quien Milei dice admirar. Curiosamente, su plan económico, lanzado apenas asumió en 1979, también provocó el rechazo mayoritario de los economistas. Ya retirada, disfrutaba explicando que “si bien 364 economistas le escribieron al Times diciendo ‘esto es escandaloso’, ‘de una recesión nos va a meter en una gran depresión’, 364 economistas estaban equivocados y la media docena que nos apoyó tenía razón.”
El caso de Thatcher tiene otros paralelos con el plan de Milei. Una de las primeras medidas de la “Dama de Hierro” fue subir los impuestos (IVA) y esto tuvo un impacto inicial en precios. Como su plataforma electoral había girado alrededor de la necesidad de bajar impuestos, esa decisión reveló algo que sería la característica central de su gobierno: las reformas, incluida la reducción del tamaño del Estado, solo se harían desde una posición de fuerza (y de equilibrio fiscal). Muchas de sus decisiones obedecen a este principio, como su rechazo a la independencia al Banco Central o su resistencia a “someterse” a Europa.
Pero la más importante fue su rechazo a la “debilidad de los propios”. En efecto, el gobierno conservador anterior a Thatcher, liderado por Ted Heath, había asumido en 1970 con la decisión hacer un ajuste clásico para bajar la inflación. Pero cuando el número de desempleados llego a un millón, cedió a las presiones haciendo un “giro en U”. No solo aflojó el torniquete monetario y fiscal, sino que también implementó un congelamiento de precios y salarios. La humillación dejó marcas profundas entre los conservadores y la idea del “U-turn” pasó a ser sinónimo de debilidad en la política británica.
Quizás por ese antecedente, en 1980 había mucho escepticismo sobre si Thatcher iba a aguantar las presiones para revertir el rumbo frente a la suba del desempleo. Los problemas que habían afligido al gobierno de Heath estaban aún sin resolver y se habían sumado las presiones de los sindicatos (el gobierno laborista que sucedió a Heath había fracasado en contener los “espirales de precios y salarios”).
La anécdota es que, por una razón completamente accidental, los economistas de Thatcher terminaron haciendo una política monetaria bastante más restrictiva de lo que querían (en esa época estaba de moda usar como objetivo un agregado monetario muy volátil). La resistencia a Thatcher se daba incluso entre los conservadores, quizás porque los asustaba el costo social (o quizás porque no estaban cómodos con una mujer, hija de un pequeño comerciante sin pretensiones aristocráticas). Es ya parte del mito su discurso en la convención del partido conservador ese año cuando señaló: “Los que nos instan a relajar el ajuste, a gastar indiscriminadamente aún más dinero, con la idea que así van a ayudar a los desempleados y a los pequeños comerciantes, no están siendo buenos. O compasivos. O generosos. Tengo solo una cosa para decirles: ustedes giren si quieren”. Para rematar, luego de una larga pausa y bajo su mirada desafiante, dijo: “La dama no está para giros”.
Más conocido es el desenlace: la lentitud de la desinflación y el costo social de casi 3 millones de desempleados llevaron la popularidad de Thatcher a mínimos históricos en 1982. Solo el patriotismo desatado por ganar la guerra de Malvinas le permitió salvar su gobierno. Y un dato clave: solo una vez reelecta, Thatcher encaró las reformas que le cambiarían la cara al Reino Unido, como la pelea con los mineros (que ordenó el mercado laboral y terminó de liberar la política monetaria). La excepción fue la revolución de propietarios (con la participación de pequeños ahorristas en las privatizaciones y la venta subsidiada de millones de casas municipales a sus ocupantes), pero solo porque era parte de una estrategia política: hacer el capitalismo popular.
Los gobiernos que siguieron no hicieron más que inflar su legado. El líder laborista, Tony Blair, le dio tanta continuidad a sus políticas que originó un nuevo término: “blatcherismo.” Quizás el momento más simbólico fue cuando Blair, en la reunión anual de los sindicatos británicos, declaró: “Ustedes manejan los sindicatos, nosotros el gobierno. Nunca más vamos a confundir las dos cosas”. Ella señalaba que su principal legado era haber cambiado al partido laborista.
Las condiciones iniciales de Milei son obviamente peores que las que recibió Thatcher. Es difícil imaginar que se pueda estabilizar con un ajuste clásico empezando en niveles tan altos de inflación (por eso es para destacar el enfoque no ideológico del ministro Caputo “controlando” el tipo de cambio y con “guías” de precios a los distintos sectores). Si bien lo más probable es que vengan varios golpes en el futuro, no es imposible que termine bien. Por ahora Milei parece estar respetando el plan de ruta de la “Dama de Hierro”: restablecer la credibilidad del Estado. Vaya paradoja para un libertario.
Liz Truss puede dar fe de que no es tan fácil. Elegida primera ministra conservadora en Gran Bretaña en 2022, decidió adherir a su propia versión de lo que hizo Thatcher, y debutó con una brutal baja de impuestos para generar crecimiento. Esto llevó a una corrida sobre la deuda y un colapso de la libra. Su abrazo involuntario a la dominancia fiscal que Thatcher tanto detestaba llevó a The Economist a pronosticar que su gobierno iba a durar menos que una lechuga. Duró 50 días, el gobierno más corto en la historia de Gran Bretaña. Los que celebran de Milei aquello que dificulta el ajuste –incluidos los insultos, el “cambio cultural” en el Congreso y las reformas más polémicas– harían bien en recordarlo.
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