La Casa de Moneda imprime y acuña, pero no emite dinero
La peculiar imprenta de billetes no cumple un rol que, en rigor, le es asignado a los bancos centrales; en Inglaterra llegó a estar presidida por Isaac Newton
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Carlos María Moyano Llerena, en la UCA, en 1962, me lo explicó con claridad. La Casa de Moneda es una imprenta muy peculiar, porque tiene un solo cliente: el Banco Central. Pero se trata de una imprenta, de manera que la Casa de Moneda imprime billetes y acuña monedas, pero quien emite es el Banco Central. No sé si en la Argentina, en 2024, el puesto de titular de la Casa de Moneda es muy codiciado, pero en Inglaterra fue ejercido, entre otros, nada menos que por Isaac Newton.
Sobre esta cuestión conversé con el estadounidense Homer Jones (1906-1986), quien estudió en la Universidad de Iowa y enseñó en las de Pittsburgh, Rutgers y Chicago. Además de sus méritos propios, es conocido en la profesión por haber sido profesor de un ilustre economista. Como ocurrió con Francis Hutcheson, profesor de Adam Smith, y a Vincent Wheeler Bladen, profesor de Harry Gordon Johnson, en todos los casos sabemos esto por los agradecimientos que los ilustres alumnos hicieron hacia sus profesores.
–A usted, uno de sus alumnos lo recuerda con enorme cariño: Milton Friedman.
–Quien dijo que, junto a Arthur Frank Burns, fuimos los responsables de que él se haya volcado a la economía. Al parecer, ejercí gran influencia sobre él, porque en su juventud le trasmití total honestidad intelectual, insistencia en el análisis riguroso, preocupación por los hechos, la importancia de la relevancia y, finalmente, un cuestionamiento permanente de la sabiduría convencional. Le conseguí una beca para estudiar en Chicago. En Rutgers yo enseñaba seguros y estadística. Milton tomó ambos cursos, porque pensaba ser actuario. En el curso de estadística yo aprendía junto a los alumnos, mientras explicaba la materia. Porque era maduro, no tenía ni falso orgullo ni falsa modestia. No trataba de disimular mis limitados conocimientos, pero en el curso estaba claro quién era el profesor y quiénes los alumnos. Como buen discípulo de Frank Hyneman Knight, enfaticé la importancia de la libertad individual, pero no era nihilista. Durante algún tiempo Rose Friedman, esposa de Milton, trabajó como mi asistente de investigación.
–Usted trabajó en el FED, en la sucursal St. Louis. ¿Qué hizo allí?
–Soy principalmente recordado por la revolución que causé en la investigación monetaria, y por lograr que el Comité de Gobernadores le prestara atención a la evolución de los agregados monetarios. Según Harry Gordon Johnson, yo era un oasis en el desierto que la economía keynesiana y la preocupación por el crédito habían generado en el FED. Junto a Darryl R. Francis, convertimos a la de St. Louis en la sucursal más importante de la institución.
–Me interesa conversar con usted a raíz de la decisión del Poder Ejecutivo de la Argentina de reestructurar la Casa de Moneda y de cerrar Ciccone.
–La distinción que planteó Moyano Llerena es muy importante. La Casa de Moneda imprime billetes y acuña monedas, pero quien crea y absorbe dinero (base monetaria, más precisamente) es el Banco Central.
–La Casa de Moneda es una imprenta peculiar.
–No solo porque tiene un solo cliente, sino porque tiene que dedicar parte de sus energías a complicarles la vida a los falsificadores. Esto no tiene que ver con las ilustraciones que aparecen en el anverso y el reverso de los billetes (próceres, animales), sino con las filigranas, las marcas de agua, etcétera, destinadas a inducir a los pícaros a que mejor se dediquen a otra cosa y no a falsificar billetes.
–Lo cual aumenta el costo de imprimir los billetes verdaderos.
–Siempre ocurre. En un mundo sin ladrones ni asesinos nadie gastaría en seguridad, y los policías podrían dedicarse a trabajar como enfermeros, plomeros o ingenieros. La pulseada entre las casas de moneda y los falsificadores es continua; por eso, cada tanto se decide reemplazar unos billetes por otros.
–Eso, en países con estabilidad de precios. En países altamente inflacionarios, como la Argentina, en realidad se reemplazan billetes de unas denominaciones por otros de mayores denominaciones.
–Aquí es donde Ciccone entra en escena. Por razones angelicalmente absurdas, o quizás inconfesables, Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Ángel Fernández se negaron a aumentar la denominación máxima de los billetes. Para lo cual recurrieron no solamente a los servicios de la referida empresa, sino que importaron billetes. ¡Gastaron dólares en imprimir pesos!, una locura, De Pablo.
–¿Por qué fue necesario esto?
–Porque una misma cantidad de dinero demanda números muy diferentes de billetes, dependiendo de la denominación de estos últimos. Ejemplo: $1000 puede demandar la impresión de 10 billetes de $100 cada uno, o de 100 billetes de $10 cada uno. Para el Banco Central es exactamente lo mismo, para la Casa de Moneda es completamente diferente.
–Según su explicación, ¿por qué diferencia entre razones angelicalmente absurdas e inconfesables?
–Estas últimas se refieren a negociados y sobre eso debe expedirse la Justicia. Lo de angélicamente absurdas alude al argumento de que emitir billetes de mayor denominación aumentaría las expectativas inflacionarias. Eso implica tomar por tontos a los argentinos.
–Una cuestión relacionada con la denominación de los billetes es la de la unidad monetaria. Esta última podría tener actualidad.
–Ambas cuestiones tienen en común que las decisiones deben basarse en la comodidad. Con respecto a la primera, la desactualización de las denominaciones de los billetes, con respecto a los precios, dificultaba la operatoria de los cajeros, implicaba pérdida de tiempo en los comercios que operan con efectivo, etcétera.
–Con respecto a la cuestión de la unidad monetaria, cualquiera de estos días el tipo de cambio oficial se ubicará en $1000 por dólar. ¿No es una buena oportunidad para quitarle tres ceros a la moneda?
–No tengo ningún problema, mientras la población entienda qué es lo que está ocurriendo.
–Sea específico.
–La Argentina tiene una larga experiencia en quitarle ceros a la unidad monetaria. Porque entre 1970 y 1992 se le quitó nada menos que 13 ceros. Quizás en el primer evento, cuando se le quitaron dos ceros, alguien pensó que ello podría impactar sobre las expectativas inflacionarias. Pero en las ocasiones posteriores solo se trató de una importante cuestión de comodidad. Le digo más…
–¿Más, todavía?
–Peor sería que el Poder Ejecutivo le quitara tres ceros a la unidad monetaria, lo cual implicaría que un peso equivaldría a un dólar al tipo de cambio oficial, y se comenzara a decir, cuando no a proponerlo, que las autoridades implementan un plan de convertibilidad modelo 2024.
–¿Tiene usted algún indicio de que las autoridades están pensando en algo por el estilo?
–No, afortunadamente. Pero lo aclaro por las dudas.
–Don Homer, muchas gracias.