La Caída del Muro de Berlín: reflexiones a 35 años de la caída de una obra colosal que dividió a dos mundos
El 9 de noviembre de 1989 marcó un antes y un después en la historia de Alemania y el mundo
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Berlín es una ciudad atípica, cuyo pasado de guerras, extremismos, represión y autoritarismo ha dejado marcas visibles a cada paso. Las columnas de la Isla de los Museos muestran en su fuste heridas indelebles de ráfagas de ametralladoras ligadas a la ocupación del Ejército Rojo; el Memorial de los Muertos del Holocausto revela el rostro más brutal de millones de judíos aniquilados durante el Nacionalsocialismo; y el Muro, en su dimensión real con la “franja de la muerte” nos recuerda que entre 1961 y 1989, 192 personas murieron intentando dar un salto a la libertad.
Cada 9 de noviembre, el pasado se torna presente y el Muro de Berlín cae como lo hizo en 1989. Esta obra colosal de 155 kilómetros de largo que dividió a una ciudad -y al mundo- vuelve a interpelarnos. Ninguna imagen es más elocuente que el fervor que despertó la caída del Muro, que pronto desencadenaría el colapso de la Cortina de Hierro, el proceso de reunificación alemana y, casi inmediatamente, la desintegración del Bloque Soviético. Aquel otoño berlinés fue un momento de verdadera celebración para todo el mundo libre.
Es precisamente en el contexto de la caída del Muro que Francis Fukuyama publica su ensayo “¿El Fin de la Historia?”, en el que presentó la competitividad y prevalencia de la democracia liberal por sobre cualquier otro orden político alternativo. Para el cientista político, la humanidad había alcanzado “el punto final de la evolución ideológica y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno”. Con esta premisa, el mundo experimentó un auge de globalización, estabilidad y crecimiento.
A 35 años de aquella fría jornada berlinesa y de la publicación de su libro -y muy a pesar de Fukuyama-, su “fin de la historia” no fue más que el fin de un ciclo histórico más; y mientras el cientista político continúa vivo y activo, su tesis es sepultada por un entorno que vuelve a poner en jaque a las sociedades democráticas.
Hoy, como entonces, el compromiso con la democracia se torna esencial para proteger los logros alcanzados tras la caída del Muro de Berlín. En efecto, las grandes tensiones y conflictos globales que parecían haber menguado desde 1989 vuelven a reeditar esquemas geopolíticos basados en la identificación de esferas de influencia, notas que definían a la Guerra Fría, pero en la complejidad de un mundo hiperconectado, poniendo a prueba los pilares fundacionales del orden internacional basado en reglas. El mundo que conocimos tras la caída del Muro de Berlín, en el que la libertad floreció sin mayores amenazas, parece haber llegado a su fin.
El premio Pulitzer Thomas Friedman describe un momento geopolítico de quiebre, definido por la contraposición de dos fuerzas sistemáticas con patrones de comportamiento muy marcados. Una “Red de Resistencia” conformada por sistemas cerrados y autocráticos donde el pasado entierra el futuro, en el que actores se encuentran en una visión que plantea cambios de la reglas que gobiernan el sistema internacional, y una “Red de Inclusión” que engloba a los sistemas abiertos, conectados y pluralistas; se trata precisamente del orden liberal que sirvió como base para el auge de globalización y el comercio como base del crecimiento económico y la paz.
En la configuración internacional actual el impacto de esa “Red de Resistencia” es innegable. Desde una perspectiva empírica, el Índice de Democracia de The Economist Intelligence Unit revela que sólo el 43% de los 193 países de la ONU son clasificados como “democracias”. Por su parte, Freedom House cataloga un universo en que solo 84 países son considerados “libres”, mientras que 109 se clasifican como “parcialmente libres” o “no libres”. El Índice de Democracia de International IDEA identifica 63 países como “Democracias Plenas” o “de Alto Rendimiento”, lo que representa aproximadamente un 33% de los miembros de la Asamblea General.
Hoy, a sólo 35 años de la caída del muro, despertamos en una realidad en la que ya no existen “refugios seguros” frente a las amenazas a las democracias y al frágil orden basado en reglas, una era en la que la inseguridad se torna moneda corriente, y en la que vuelven a batirse cosmovisiones diferenciadas entre democracias y autocracias. En este contexto, se torna esencial reafirmar el compromiso con los logros democráticos y el delicado equilibrio alcanzado en noviembre de 1989.
Hoy más que nunca, en tiempos en que la libertad y la democracia constituyen una excepción y no la regla, la imagen de Berlín en noviembre del 89 nos inspira evocando la fuerza de una revolución pacífica que en ese momento demostró su capacidad de avanzar -incontenible- y derribar muros.
El autor es embajador de Argentina ante Alemania
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