La Argentina, víctima inocente de un escarmiento gratuito
Por Alfonso Prat-Gay Para LA NACION
En lo que va del año el gobierno argentino ha realizado pagos netos a los organismos multilaterales de crédito por 3500 millones de dólares.
Dichos pagos equivalen a casi cuatro años de Plan Jefes y Jefas de Hogar para 2 millones de familias.
Y superan en un 50% al stock de cuasi monedas provinciales en circulación. Mientras muchos economistas se desviven por subrayar las devastadoras consecuencias de cortar con el FMI -uno de ellos, devenido candidato presidencial, insiste en que "hay que pagarle al Fondo como sea"-, vale la pena recordar los palpables y no menos cuantiosos costos de la alternativa de seguir "pagando para ver".
Si la Argentina y el FMI hubieran llegado a un acuerdo a principios de año, se hubieran hecho pagos por sólo US$ 1000 millones a los organismos internacionales -en concepto de intereses y otros cargos- y hoy el BCRA contaría con, por lo menos, US$ 2500 millones más de reservas. Este plus seguramente hubiera resultado en un tipo de cambio más bajo, en menores precios de alimentos y, consecuentemente, en menores índices de pobreza e indigencia. Una parte importante del deterioro de las variables sociales puede atribuirse entonces a las fallas de una negociación desgastante en la que sobresalen la impericia del gobierno argentino y la obstinación cortoplacista del FMI. El costo social del "escarmiento ejemplar a los políticos argentinos" es de aproximadamente 750.000 nuevos pobres y 720.000 nuevos indigentes. He aquí la paradoja: el país que más necesita de los prestamistas de última instancia es precisamente el que más dinero les paga. Nunca efectuó la Argentina pagos netos a los multilaterales de tal magnitud como durante 2002, precisamente el peor año económico de su historia. Todos sabemos los errores que se han cometido puertas adentro. Lo que estos números demuestran es que tanto el sistema financiero internacional como los organismos multilaterales que velan por él necesitan una reforma no menos seria que la que le tocará encarar a nuestro próximo presidente.
Repensando el Fondo
Violando el espíritu de los acuerdos de Bretton Woods que le dieron vida al FMI hace casi 60 años, Horst Kšhler ha llevado la negociación con la Argentina como si estuviera al mando de un banco comercial.
Mantener viva la llama, pero sin acordar, fue siempre su mejor estrategia. Así, los organismos multilaterales han logrado reducir su exposición a la Argentina, cobrándose ya un 8% de lo adeudado a pesar del default del país con el resto de sus acreedores.
Un acuerdo hubiera congelado dicha exposición en niveles más altos, mientras que, en el otro extremo, empujar al país al default hubiera implicado pérdidas cuantiosas para dichos organismos (la Argentina representa, en promedio, aproximadamente un 12% de sus carteras de préstamos).
Ajeno a esta lógica de negociación, el Gobierno cayó en una doble ingenuidad. La de creer que efectivamente estábamos siempre al borde de un acuerdo, demorando decisiones de política económica que eran esenciales más allá del mismo. Y la de explicitar el enorme valor que tenía la firma para una administración que buscaba reconciliarse con el mundo, facilitándoles así el trabajo a los duros del FMI.
He aquí una segunda paradoja: persiguiendo el acuerdo con el Fondo como un eje central de su política, Duhalde terminó dañando el otro eje, el de la contención del deterioro social. No sólo debería haber hoy un 30% más de reservas en el Banco Central. La economía ya debería estar creciendo y la pobreza cayendo.
Felizmente, esta costosa indefinición se acerca a su fin. Las reservas no son ilimitadas y la estrategia tipo banca comercial del FMI no es, por lo tanto, sostenible en el tiempo. A estas alturas, el que más pierde con el eventual default no es la Argentina sino los organismos multilaterales. Como el FMI tiene el control de la negociación, es de esperar que la sangre no llegue al río y que ambas partes alcancen un acuerdo a medida de la situación.
Ojalá que el caso argentino sirva para evitar situaciones parecidas en el futuro. Las crisis de los países emergentes son más la regla que la excepción de un sistema financiero internacional que no cuenta con las herramientas para suavizar los vaivenes de los flujos de capitales (el objetivo inicial de Bretton Woods) ni para atender en forma ordenada los tendales que quedan cuando éstos se van. El mundo necesita cuanto antes de un nuevo FMI y de un esquema de convocatoria de acreedores para países en problemas. Para que cuando venga la próxima crisis no paguen una vez más los justos e indefensos por los pecadores.