La Argentina, de remate: el plan de Néstor Kirchner está en su mejor momento
Marcelo Mindlin es uno de los empresarios más importantes del país. En una reunión privada a fines de enero usó una fórmula ajena al mundo financiero para referirse a Edenor, la empresa que lo hizo conocido en el establishment. "Es un cuadro colgado en la pared", dijo.
La comparación artística puede entusiasmar a los interesados en la estética, pero está envuelta en un aura negativa cuando la pronuncia un hombre de negocios. "Es linda, está ahí, la mirás, pero no genera utilidades", completó en aquella ocasión Mindlin según la reconstrucción que hizo LA NACION.
Quizás nunca lo reconozca en voz alta, pero el fundador de Pampa Energía, que vendió Edenor el 28 de diciembre pasado con la intuición de que las medidas futuras de Alberto Fernández jugarían en contra de sus intereses, comenzó a madurar la salida del negocio hace tres años, cuando gobernaba Mauricio Macri. La epifanía sobrevino después del rechazo público a un aumento de tarifas.
Pampa Energía le vendió la distribuidora eléctrica a Daniel Vila, José Luis Manzano y Mauricio Filiberti. Es un caso difícil de rastrear en el mundo corporativo: estos últimos creen que pagaron poco por algo a lo que Mindlin y sus socios consideran haber cobrado por encima de las expectativas. Un negocio perfecto.
La venta de Edenor es sintomática de la nueva Argentina. Mindlin llegó al sector energético en 2005 y dialogó con el poder, pero nunca fue visto como propio por Néstor Kirchner y Julio De Vido. Sus sucesores son el recambio obligatorio en un modelo que favorece la llegada de empresarios especialistas en mercados regulados, el eufemismo que el expresidente de Repsol, Antonio Brufau, creó para justificar la llegada de la familia Eskenazi a YPF en un contexto de altísima intervención estatal. Tienen características difíciles de conseguir: una agenda de contactos con la política, acceso al financiamiento y domicilio local.
Los dirigentes peronistas prefieren tener cerca a los hombres de negocios. Días antes de la estatización de YPF, un gobernador ponía como ejemplo a Carlos Bulgheroni, de Pan American Energy. El argumento era jerárquico y geográfico: "Lo llamás, se toma un avión, viene y decide sin preguntarle a nadie más", recordaba.
El ascenso de los documentos nacionales no sólo tiene que ver con la política, sino también con la economía. Mindlin prefiere seguir probando acá antes que ir a un país vecino, por lo que pondrá la plata de Edenor en algún otro negocio local porque no hay que subestimar el desconocimiento de otros lugares. Quizás lo mismo le pasó a Francisco De Narváez, que en noviembre del año pasado compró la red de supermercados Walmart para reeditar su paso por Tía, que vendió en 1998. Y hay tres grupos argentinos detrás de Sodimac, que Falabella puso a la venta.
Entre brechas cambiarias, cepos, tarifas congeladas, la crisis de deuda y las peleas en la alianza gobernante, la Argentina está de remate. Es la segunda ola de la argentinización que promovía Néstor Kirchner.
Como la inversión extranjera está de salida, el hombre local de negocios tiene menos competencia. Un ejemplo. Filiberti era un millonario poco conocido hasta que integró la trieja que fue por Edenor. Está furioso con los medios de comunicación, un poco porque les atribuye saña, pero también por algunas imprecisiones que le duelen en el amor propio. "¿Cómo voy a ser el testaferro de José Luis Lingeri -dijo a principios de este mes en referencia al histórico líder sindical de Obras Sanitarias- si tengo una empresa millonaria?"
Filiberti se arrepiente por momentos de haber comprado Edenor por el trato que le dieron los medios. Son rabietas efímeras. Ahora se entusiasma con seguir comprando: tiene al menos tres empresas en la mira que están muy baratas, según piensa. Es por lo que compró la distribuidora eléctrica. Casi no le puede ir mal con lo poco que le salió.
El dueño del cloro se enoja con quienes dicen que el presidente Alberto Fernández le vendió la empresa. En realidad, corrigió a varios en privado, fue José Luis Manzano, a quien le endilga haberlo madrugado con negocios anteriores. El mendocino le propuso sumarse a la sociedad durante una cena en la casa que Filiberti tiene en Nordelta.
Al menos hasta octubre o noviembre próximos los empresarios argentinos con fondos seguirán cazando en el zoológico. El blindaje temporal tiene que ver con el tipo de cambio, poco tentador para los extranjeros apegados a ciertas normas.
Los posibles compradores esperan un salto del tipo de cambio para volverse más agresivos. Los pronósticos agoreros lo anticipan para días después de las elecciones.
Son cosas anotadas en la historia. Las PASO de 2019 son ejemplo de la última gran devaluación. Y la crisis de 2001, de la extranjerización.
En julio de 2002la brasileña Petrobras se quedó con Pecom Energía por US$1.125 millones, un número considerado exiguo para una de las joyas en manos argentinas. Meses antes y por mucha menos plata, el clásico argentino Mantecol se vendía a la filial argentina de la inglesa Cadbury Schweppes.
Hay similitudes que alarman. La conducción de YPF está transpirando desde hace días en la negociación con sus acreedores por los ajetreos del fuego amigo. Pese que está bajo control estatal, el Banco Central la obligó, al igual que al resto de las empresas, a refinanciar su deuda en dólares. Son US$6200 millones, mucho más que lo que vale para el mercado. Si no fuese del Estado, la empresa estaría expuesta a cualquier oferta.
En 2001, una crisis de deuda obligó a Georgalos a "cortarse un brazo", como describió esta semana Gabriela Origlia en LA NACION, y el mismo problema tuvo Pecom meses después.
Lo sabe el propio Mindlin, que se jacta de tener una posición financiera sólida, fondos para seguir invirtiendo y hoy es dueño de la oficina que hace 20 años pertenecía a la familia Perez Companc. La circularidad imperfecta de los negocios en la Argentina puede ser llamativa.
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