La Argentina, peligrosamente cerca de un naufragio
La tensión cambiaria e inflacionaria de las últimas semanas ha generado en la Argentina una enorme incertidumbre. La respuesta del Gobierno incluyó una promesa de ajuste de caja en el sector público que es poco creíble –dada la tendencia natural a gastar y gastar de una parte de la coalición gobernante–, y también algunas medidas cambiarias que tienen escasa relevancia.
Por ejemplo, aun cuando los turistas extranjeros que llegan al país liquidaran divisas al Banco Central al tipo de cambio MEP, eso haría que queden en manos de la autoridad monetaria algunos dólares que hoy se venden en el mercado blue. Si el Banco Central los atesora, se reducirá la oferta en alguno de los mercados alternativos, aumentando la brecha; si decide desprenderse de esos dólares, estaríamos igual que hoy, ya que los turistas venden sus divisas en algún lado. Ni siquiera se trata de una aspirina apta para lidiar con una enfermedad compleja.
Además, hay un exceso de pesos, originado en el desborde fiscal que hubo en el primer semestre del año y en la compra de bonos en moneda local por parte del Banco Central para evitar que se derrumben sus precios. En parte, esos pesos se esterilizan, lo que lleva a un mayor déficit (cuasifiscal) futuro. Pero en algo aumenta la oferta de dinero, al mismo tiempo que la crisis política y económica por la que atraviesa el país reduce la demanda de dinero por parte de la población, ejerciendo presión sobre la brecha cambiaria y sobre los precios.
Al final de cuentas, la demora en concretar los ajustes necesarios para reducir el déficit fiscal resulta en un ajuste desordenado, a través de una mayor inflación.
El Gobierno podría tratar de ordenar el ajuste inexorable que actualmente está ocurriendo por la inflación en ascenso, y que ocurrirá por la vía de una recesión o de una devaluación, para poder ganar algunas reservas.
En el frente cambiario, el Banco Central no tiene reservas para reducir la brecha cambiaria. Podría devaluar para ganar algo de divisas. Sin embargo, a diferencia del escenario que había a comienzos del año 2014, la devaluación es en estos tiempos mucho más riesgosa en términos de lo que podría sobrevenir: la inflación subyacente es 6% mensual (en lugar de 2%, como en aquel entonces), el Banco Central no tiene reservas netas (tenía US$17.000 millones a finales de 2013) y hoy el Presidente de la Nación, Alberto Fernández, parece mucho más débil que la presidenta de aquel entonces, la actual vicepresidenta Cristina Kirchner.
A comienzos de 2014 la inflación saltó a más de 5% mensual en los dos meses inmediatos que siguieron a la devaluación. Hoy, seguramente, se iría a un nivel mensual de dos dígitos.
En definitiva, el “vamos viendo” probablemente termine en una recesión, que reducirá el nivel de las importaciones y que le permitirá al Banco Central ganar algunas reservas. Pero, en la medida en que la brecha cambiaria se mantenga en niveles estratosféricos, una parte de esas reservas se seguirá perdiendo por algún lado.
No es posible demorar el ajuste cuando al Gobierno le quedan todavía más de 16 meses por delante de gestión y cuando carece de reservas internacionales.
Escuchar los cantos de sirena de los gastomaníacos que creen que la emisión monetaria es una entrada poco costosa al paraíso, es una actitud que nos trajo hasta el lugar donde estamos, y ahora solo nos acerca peligrosamente a un naufragio.
La responsabilidad de la coalición que está en el Gobierno es evitarlo. Llegó la hora de dejar de lado la sarasa y “militar” el ajuste.
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