La Argentina frente a una pared invisible
Es muy probable que los empresarios que conducen la Unión Industrial Argentina acorten el receso del verano. El comité de presidencia de esa central fabril, que encabeza Daniel Funes de Rioja, podría reencontrarse la semana próxima y no el 15 de este mes, como estaba previsto. La renuncia de Máximo Kirchner a la conducción del bloque de Diputados cambió los planes iniciales. ¿Es tan relevante el diputado? Los industriales creen que sí. No porque le atribuyan luz propia: suponen, con motivos o no, y pese a las aclaraciones de Alberto Fernández a C5N, que detrás de decisiones como la del lunes está la expresidenta.
La política argentina se ha habituado a estos sobresaltos. Fue también Máximo Kirchner el desencadenante, en diciembre, de la discusión que terminó en la caída del proyecto de presupuesto, pero las sorpresas ya habían empezado a venir en septiembre, no bien consumada la derrota en las primarias, con el amague de renuncia del ministro del Interior, Eduardo de Pedro, y otros 12 camporistas. La real atención, como siempre en los últimos años, está puesta en ella, la jefa.
Son tensiones incorporadas al escenario público que tienen además algo en común: en general vienen con la posibilidad o la especulación de una ruptura. Es algo latente desde el origen de la fórmula presidencial. “El bloque no se rompe”, tranquilizó Sergio Massa en la noche del lunes a un curioso que volvía a temer por la unidad del Frente de Todos en la Cámara de Diputados y, por lo tanto, por el aval legislativo al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En realidad, para el establishment económico esa es una tranquilidad a medias. Porque en cada susto, en cada probabilidad de implosión, todo ese vasto espectro que va desde los empresarios de cualquier sector a funcionarios leales al Presidente, desde massistas a referentes sindicales, desde intendentes peronistas a colaboradores de Martín Guzmán, vive unos instantes de ilusión en los que imagina otra Argentina. Más propensa a la inversión, menos extravagante en el ejercicio del poder. “Llegó el momento de separar la paja del trigo”, concluía ayer ante LA NACION un funcionario envalentonado con la posibilidad de una administración renovada. “¿Viste? ¡Asumió Alberto!”, decían con ironía conocidos de Martín Guzmán no bien terminó la entrevista que el Presidente le dio a Gustavo Silvestre.
Es cierto que también los empresarios admiten últimamente ciertos aspectos positivos. Los activos están baratos, dicen, hay sectores que se recuperan mejor de lo que esperaban y, desde el viernes, el staff del FMI acepta para el acuerdo condiciones que hasta hace dos meses rechazaba. ¿No son razones para, por lo menos, abandonar la sensación eterna de abismo? Javier Timerman, economista cercano a muchos funcionarios del Gobierno, lo definía ayer así en Twitter: “Si en Wall Street estuvieran aún los grandes traders de los 90 se estarían comprando todo argie! Pero... Llegaron los economistas y comentaristas”.
Es probable que los escollos sean menos visibles. Y más profundos. Es lo que creen los empresarios, a quienes a veces les parece estar frente a paredes invisibles. “Falta algo que muestre que se dio vuelta la página en la Argentina”, admiten quienes celebran el principio de entendimiento con el Fondo. Por alguna razón, eso no ocurre. Ni siquiera por las malas, mediante ese quiebre con el kirchnerismo que el establishment económico interpretaría como nuevo orden para invertir. El Gobierno viene de perder en la provincia de Buenos Aires. ¿No eran los famosos “votos del conurbano” los que, hasta entonces, le reportaban a Cristina Kirchner el respeto pasmoso de toda la dirigencia, incluida parte de la oposición, y hasta de líderes peronistas que en el fondo la detestan? “Yo estoy para jugar, para competir por lugares en las listas, pero no juntamos 11″, se había lamentado a este diario un intendente en el invierno de 2020. No hubo internas y sorprendió la derrota. La noticia de 2022 es que la conductora del espacio puede perder y que, aun así, el equipo contrario no se forme.
El kirchnerismo gobierna cuidando su electorado más ideologizado. Es el activo político que le queda. Un sindicalista comparaba esta semana a los dos Kirchner, padre e hijo: “Néstor podía decir una cosa, pero siempre terminaba negociando. Máximo, en cambio, se ve que le creyó”. Ese legado que parte de la militancia se siente obligada a honrar vuelve a ser ahora el detonante del acuerdo interno. Dice Massa que, en privado, Máximo le explicó esta semana que él no podía salir a reunir votos de algo en lo que realmente no creía. Ante las cámaras, siempre elocuente en los gestos, el Presidente se encogió de hombros esa noche. “Máximo tomó esta decisión, mañana estaremos decidiendo quién lo reemplaza”, dijo. Rápidamente, desde entonces, todo el oficialismo fue aceptando las nuevas condiciones.
Las partes están dispuestas a convivir con las disidencias. Es un problema para quienes cada tanto sueñan con la emancipación. Guzmán, el primero. Así transcurre la vida en un país que no crea riqueza desde hace más de una década: entre recuerdos, fantasmas, deslealtades y posibles golpes de suerte.
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