La Argentina, ante un cada vez más visible círculo virtuoso
La semana pasada tuvo lugar la reunión anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial en Washington DC, evento que convoca a ministros y funcionarios de muchos países y también a un universo muy grande de inversores, incluidos los inversores institucionales más importantes del mundo.
En esa ocasión, el foco central de los presentes estuvo en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de la próxima semana, en las que Donald Trump parece haber recuperado el liderazgo en la intención de voto, el impacto de dichas elecciones en la relación de este país con China -en especial en lo comercial- , las derivaciones del conflicto entre Israel e Irán, y la posibilidad de que el año próximo la inflación en Estados Unidos continue elevada y frene la velocidad en la baja de tasas, defraudando las expectativas del mercado.
¿Y la Argentina? Por más que desde acá pensemos que gracias a Javier Milei hemos vuelto al centro de la escena, las discusiones sobre lo que aquí sucede estuvieron más en los pasillos y entre bambalinas. El otorgamiento de un premio menor de la publicación Latin Finance al ministro de Economía, Luis Caputo, una presentación con inversores también del ministro organizada por Santander, en el segundo subsuelo de un hotel, y eventos varios, como uno en Barclays donde esos mismos inversores pudieron escuchar a Luis Cubeddu, a cargo de la negociación del FMI con la Argentina, fue de lo poco para destacar.
Estos intercambios, entre los cuales estuvieron presentes varios de los fondos de inversión más importantes con algún grado de exposición a activos argentinos, sirvieron para dejar más en claro cómo se sienten las billeteras más abultadas del planeta respecto de lo que está sucediendo en la Argentina.
Primero, vale decir que hay una gran admiración por el grado de ajuste fiscal y por el compromiso asumido por este gobierno en ese sentido, al que se reconoce como piedra basal del programa. Una regla fiscal inalterable e innegociable que está convirtiendo a Milei, al decir de algún presente, en el mejor secretario de Hacienda de la historia de la Argentina. Lo que no es poco. A esto se le suma una batalla cultural nunca vista y que lentamente parece ir dejando permear entre la población el concepto de que el equilibrio fiscal es crítico en la lucha contra la inflación. Además, una inflación que está en baja y que parece ir confluyendo hacia la devaluación mensual del 2%. Podrá no gustar el estilo de Milei, con sus exabruptos y malos modos, pero se percibe que se está haciendo lo que hay que hacer.
Después, observan con cierta perplejidad cómo Cristina Kirchner parece estar jugando para Milei, al obturar con su sempiterna presencia cualquier renovación del partido justicialista. El peronismo carece hoy de nuevos líderes y también de un glosario de ideas renovadas que puedan ser atractivas para la opinión pública. Es más, esta circunstancia incluso ayuda a darle más plafón social al programa de ajuste, irremediablemente necesario pero antipático a la vez, más allá de la tranquilidad que da el saber que una baja en la inflación es el primer ingrediente de cualquier receta que pretenda reducir el nivel de pobreza, que hoy es muy alto.
Como contracara, hay varias cosas que preocupan. Como acreedores bien entendidos que son, la primera y principal es la dinámica de la deuda argentina, sobre todo la deuda en dólares. Entienden que Caputo y su equipo están haciendo grandes esfuerzos para poder atender los vencimientos de 2025, algo que aceptan que se va a lograr, pero hay más dudas a partir del 2026. La pregunta ahí es si la Argentina no se va a ver en la necesidad de reestructurar su deuda negociando un nuevo perfil de vencimientos. Es que ven que se está privilegiando bajar la inflación a expensas de la acumulación de reservas, que es la mejor garantía de cobro que pueden tener.
“De arranque nos están pidiendo plata a nosotros para pagarnos a nosotros mismos”, dicen a raíz del repo que la Argentina se encuentra muy cerca de cerrar con un conjunto de bancos por unos US$2.700 millones, con colateral de Bopreal, con un plazo de 2/3 años y a una tasa apenas por debajo de 10%, según se comenta. Aquí vale apuntar que Caputo y su gente se están manejando lo más pragmáticamente posible, como en casi todos los ámbitos de su gestión, y tienen que hacer magia con un tenedor y dos palitos.
Lo que tampoco deja muy tranquilos a los inversores es el tema del cepo cambiario. De nuevo, críticas a Caputo y su gente, o bien porque no se levanta, o porque siguen dilapidando dólares vía el dólar blend, lo que aborta la recuperación, etcétera, etcétera, pero aquí seguimos hablando también del arte de lo posible.
En este tema los escenarios parecen ser dos y en ambos es central poder cerrar un acuerdo con el Fondo que permita acumular de reservas y afrontar el levantamiento del cepo con una devaluación controlada, que todos saben inevitable. El primero, un acuerdo con el FMI que se podría dar durante el primer trimestre del 2025. ¿Por qué ahí y no más tarde en el año? Porque este acuerdo debería aprobarse en el Congreso y nadie imagina eso sucediendo ahora sino más cerca de las elecciones de medio término. Y, además, porque si va a haber algún movimiento cambiario con un potencial impacto inflacionario, este debería producirse más cerca de principios de año. Este seria tal vez el timing ideal, pero primero el gobierno tendrá que ponerse de acuerdo con los funcionarios del Fondo en el manejo de las reservas y en los lineamientos centrales de la nueva política cambiaria.
La otra alternativa sería realizar un acuerdo con el Fondo y levantar el cepo recién después de las elecciones, en el último trimestre del 2025, un escenario menos deseado, aunque no imposible, ya que demoraría una recuperación más contundente de la economía.
Un pensamiento al margen: tiene razón este gobierno cuando se queja del tratamiento que reciben del FMI ahora en comparación de cómo trataban al gobierno de Massa. El gobierno de Massa se cansó de incumplirle al Fondo y estos prefirieron mirar siempre para el otro lado, influenciados tal vez por las opiniones del gobierno de la administración Biden respecto de América Latina, expresadas durante mucho tiempo por Juan González, funcionario americano que dejó su cargo un tiempo después de terminada la gestión de Sergio Massa. Massa, hay que decirlo, había hecho buenas migas con este señor.
Pero la realidad es que, a pesar de todos los avances a nivel macro y de la creatividad y pragmatismo que han mostrado Caputo y su equipo para abordar la gran mayoría de los temas macro, que son los que a los grandes fondos les interesa principalmente, estos no tienen una posición de deuda argentina ni por asomo cercana a la que podrían tener. Las posiciones que sí tienen son aquellas que arrastran desde tiempos pasados, desde los días de la reestructuración de la deuda soberana que hizo Martin Guzmán, e incluso más atrás, y nunca más se animaron a agregar riesgo argentino, ni siquiera en los días más aciagos de nuestro país, cuando lo que hoy vale 60 centavos cotizaba más cerca de 20.
Los grandes tenedores de deuda pública argentina hoy son el mismo gobierno argentino, los inversores locales y los inversores institucionales más tácticos, conocidos como “fast money” o dinero cortoplacista que entra y sale a la velocidad del rayo. Esta desinversión -en términos relativos- por parte de los grandes inversores, vuelve la posición técnica de la deuda argentina muy atractiva y le da un excelente soporte.
El riesgo país quebró el pasado viernes, hecho que fue muy festejado por el gobierno y los locales, el nivel de 1000 puntos básicos. La buena noticia es, justamente, que lo hizo sin la masiva participación de este universo de compradores.
El aumento de los depósitos en dólares en los bancos por más de US$12.000 millones y el éxito del blanqueo que termina esta semana, fueron instrumentales en la movida. Después de la tremenda suba de estas últimas semanas es muy probable que veamos una toma de ganancias, pero cualquier buena baja podría ser un aliciente para que ingresen estos jugadores y aumenten su participación.
Otro tema importante que empieza a ganar en consideración es el de una incipiente recuperación económica, que amenaza con hacerse más sostenida, y un rebote en el poder adquisitivo que todavía muestra altibajos, pero que en agosto ofreció una suba de los salarios por encima de la inflación por primera vez en mucho tiempo. La consistencia en este frente seguramente ayude a la continuación en el rally de los bonos, comprima aún más los spreads y acerque a la Argentina a la posibilidad de volver a emitir deuda para atender vencimientos en el futuro.
Pero no hay recetas mágicas, solo políticas adecuadas y ejecución impecable. El tipo de cambio está muy apreciado y las reservas siguen siendo muy escasas y tienen razón los que están nerviosos con ese repiqueteo. Pero también la tiene el Gobierno, cuando expresa su frustración ante cierta crítica, a veces velada y otras no tanto, de buena parte del periodismo y también de algunos de nuestros economistas más renombrados, aun hasta los más ortodoxos. A veces se olvidan de que este gobierno recibió una caja de herramientas casi vacía en una situación límite.
El contexto externo también tiene que ayudar. Aun contra la opinión local de que un triunfo de Trump nos ayudaría en la discusión con el FMI, si eso sucediera, bien podría tener consecuencias disruptivas en los mercados internacionales, comenzando por un dólar que podría tomar inusitada fortaleza. Y un peso nuestro tan apreciado como el actual bien podría ser víctima de esa circunstancia.
Contra todo esto, el equipo económico debería respetar su plan de juego, sobre todo en el plano fiscal. Y confiar en los atributos negociadores del equipo económico, en especial del nuevo viceministro José Luis Daza, quien tiene muy buenos contactos en Washington y una gran fluencia técnica. Cerrar un acuerdo con el Fondo en los próximos meses, y no dentro de un año, podría también acelerar los tiempos de rebote de la economía y cementar los niveles de inflación en niveles aún más bajos, incluso con cimbronazo incluido en el nivel de precios producto de una devaluación.
La ventana de oportunidad que tienen todos los inversores “real money” para aumentar su exposición en deuda soberana argentina, y que todavía no lo han hecho, comienza a cerrarse. A pesar de todos los descreídos, de los agnósticos y de las imperfecciones en la gestión, la Argentina está en el camino correcto. La deuda argentina en dólares que hoy tiene rendimientos de 13% y que, en algún momento de vacilación bien podría irse a niveles del 14 o 15%, seguramente vaya a rendir menos de 10%, dentro de un tiempo prudencial. Eso equivaldría a menos de 700 puntos, tal vez incluso más cerca de los 600 puntos de riesgo país.
La oportunidad está, pero tal vez se desvanezca antes de lo que todos pensamos. La deuda soberana operando a niveles de 80 centavos de dólar ya dejó de ser un imposible. Todavía no está a la vista, pero casi. Este es un mensaje para todos los grandes inversores que dudan y siguen mirando al vaso medio vacío que ya está medio lleno.
(*) El autor es CEO de Galileo Fondos
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