Kafka llegó hace rato: el vicio de pronosticar el pasado
Un error usual en el ámbito de las predicciones es creer que uno pudo haber predicho algo por el mero hecho de haber encontrado una racionalización ex post; ¿hasta qué punto valen las racionalizaciones “con el diario del lunes”?
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Aun en tiempos de innovación y creatividad, una parte de nuestras vidas prefiere ciertas recurrencias. Así, en esta época del año, y por estas latitudes, celebramos el retorno estacional de la decoración navideña, de Frank Sinatra cantando “Let it snow, let it snow” desde los parlantes de un shopping (con 37 grados afuera) y de los inevitables “pronósticos para el 2025″.
Pronósticos que van desde los de la astróloga Ludovica Squirru a los de la prestigiosa revista The Economist, que, para esta época del año, publica un informe en el que hace predicciones en relación con la política, la economía y la sociedad para el año siguiente, titulado “El mundo hacia adelante”. En 2022, con respecto a Europa, da detalles del derrotero del Brexit, de Mario Draghi en Italia, del surgimiento de nuevas coaliciones en Alemania. De Putin, dice que “renovará sus ataques a las elecciones y a la internet”. Pero de Ucrania, nada, “el diario no hablaba de ti”, como dice la canción. Los analistas de The Economist no anticiparon que en cuestión de dos meses –para más precisión, el 24 de febrero de 2022– comenzaría la invasión de Rusia a Ucrania.
Un error usual en el ámbito de las predicciones es creer que uno pudo haber predicho algo por el mero hecho de haber encontrado una racionalización ex post. Es el típico pronóstico con el diario de mañana, que no sirve como predicción y tampoco como explicación. Este error se magnifica si refiere a eventos impredecibles, como la pandemia del Covid19 o la irrupción de Javier Milei en la política. Así, muchos dicen haber anticipado que Jorge Bergoglio iba a ser el nuevo papa, aun cuando un día antes del 13 de marzo de 2013, cuando fue designado, casi nadie lo tenía en mente. A modo de ejemplo, el 12 de marzo de ese año, los diarios escribieron “El italiano Scola es el favorito de los apostadores para ser elegido papa” y debajo, en letra microscópica: “Los argentinos Sandri y Bergoglio, con pocas expectativas”. Después aparecieron los expertos, los analistas, los “visionarios”, a explicarlo todo.
Tal vez una de las mejores reflexiones sobre las limitaciones de armar historias sobre el pasado y predecir con el diario de mañana se halle en “Kafka y sus precursores”, un inspirado ensayo de Jorge Luis Borges publicado en 1951. Borges comienza su texto refiriéndose a Kafka: “A poco de frecuentarlo, creí reconocer su voz, o sus hábitos, en textos de diversas literaturas y de diversas épocas”. Tras lo cual pasa revista a varios autores que, en cierto modo, califican como predecesores de Kafka. Nada demasiado llamativo, hasta ahora.
Pero luego don Jorge Luis frota su prodigiosa lámpara para cuestionar hasta qué punto la existencia de predecesores de Kafka no depende estrictamente de la existencia y la lectura de… Kafka. ¿Hay tal cosa como “los precursores de Kafka” o es la obra del notable autor checo la que, estudiada ex post, permite identificarlos? Dice Borges: “El poema Fears and Scruples de Robert Browning profetiza la obra de Kafka, pero nuestra lectura de Kafka afina y desvía sensiblemente nuestra lectura del poema. […] El hecho es que cada escritor crea a sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro”. Al respecto, el escritor cubano Leonardo Padura escribió: “En el socialismo nunca sabes el pasado que te espera”, en relación con la tendencia a fabricar historias compatibles con un presente, haciendo correr el tiempo hacia atrás.
El argumento de Borges refiere a una situación que concierne a muchos fenómenos, tanto de la ciencia como de la vida: ¿hasta qué punto valen las racionalizaciones “con el diario del lunes”? En su momento, ¿habría sido posible detectar la naturaleza predecesora de Zenón, Han Yu, Kierkegaard, Browning y los otros que Borges menciona como precursores del autor de La metamorfosis? El ensayo mismo sugiere que no, porque la esencia de ser precursor depende de la existencia, obviamente posterior, del propio Kafka, cuya obra y lectura crean a sus precursores.
A la larga, y por alusión, Borges da de lleno en la complejidad (y, a veces, futilidad) de desandar el sendero que siguen ciertos procesos disruptivos, lo que nos enfrenta a una situación paradójica: ciertos fenómenos son impredecibles ex ante y, a la vez, racionalizables ex post. Antes de Kafka había autores y textos, pero en un momento apareció Kafka, no como continuación de sus precursores sino como una pieza inadivinable.
Inquirido acerca de cuál es el mejor libro de cálculo, el notable matemático francés Serge Lang dijo: “El cuarto que uno lee”, reflejando que el aprendizaje de una disciplina compleja, como la matemática, está plagado de discontinuidades, no linealidades y elementos fortuitos que reclaman una borgeana práctica circular en la que un tema es visitado y revisitado hasta que, en algún momento, cobra sentido (cuando uno leyó el cuarto libro, siguiendo la idea de Lang) y pasa de imposible a trivial.
Es esa discontinuidad en el proceso de aprendizaje lo que complica hacer “ingeniería reversa” del camino meandroso y discontinuo que nos llevó a entender un fenómeno complejo. Con relación a Browning, Borges dice: “Browning no lo leía como nosotros ahora lo leemos”; es la existencia (posterior) de Kafka lo que altera la lectura de Browning. Ajenos a esta apreciación, un error (muchas veces involuntario) de muchos docentes es recomendarles a colegas y alumnos el cuarto libro que ellos leyeron, porque, a la luz de un conocimiento posterior (haber aprendido), juzgan que es el mejor, cuando ese estatus depende de haber leído antes los otros tres. La impredecibilidad de Kafka solo sobre la base de sus precursores se parece a la dificilísima tarea de comprender cómo era la cabeza de uno antes de entender un problema complejo, cómo era un mundo sin Kafka, aun cuando sus predecesores ya andaban pululando por ahí; cómo se explica un Kafka, cómo se predice un Kafka (un Messi, un Piazzolla, un Borges).
Este es un problema recurrente en la tarea de pronosticar: el análisis de eventos presentes da señales claras de hechos pasados que podrían haberse usado para el pronóstico, pero que, por la índole circular que sugiere el inspirado ensayo de Borges, son de uso limitado si no inconducente.
Estas situaciones recuerdan a la frase del Indio Solari: “El futuro llegó hace rato”. Sucede que la complejidad del nexo causal entre pasado y presente hace que sea difícil, cuando no imposible, reconocer esas señales que parecen anteceder a un fenómeno relevante.
El papa Francisco, Javier Milei, Trump, los Beatles, el covid-19, el Brexit, los atentados a las Torres Gemelas, la caída de Lehman Brothers son todos eventos extremos y que tuvieron un impacto profundo en la sociedad. El conspirativo de siempre lo previó todo, pero estas supuestas predicciones “con el diario de mañana”, suelen ser poco más que artilugios discursivos diseñados para impresionar al grupo de WhatsApp de los vecinos, más que un aporte de conocimiento útil.
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